No mueras en Madrid
El campo es un espacio mental que el madrile?o tiene en el hipot¨¢lamo, un horizonte de felicidad sin asfalto por donde, seg¨²n cuentan, se ven correr animales crudos. El habitante de la gran ciudad ha reservado en su cerebro un punto verde e incontaminado en el que le vibra el mito de la granja: un d¨ªa abandonar¨¢s este cementerio de ladrillo visto que flota en una salsa de chipirones en su tinta, esta ponzo?a de almendra amarga que florece como una rosa negra en cada boca de alcantarilla y te ir¨¢s lejos a criar vacas h¨²medas y lechugas de coraz¨®n nevado, a tocar el caramillo junto a la lumbre dorada de una casa solariega, de esas que, si el vendaval se lleva la tecumbre, t¨² te quedas en la cama, con la almohada bajo la casiopea mirando las estrellas rutilantes. Es la man¨ªa de hacerse felices, coino si la dicha fuera una obligaci¨®n.Madrile?o es todo aquel que no quiere morir en Madrid ni que lo entierren en los yesares de los alrededores, que un d¨ªa ser¨¢n materia de contrato. Una de sus notas caracter¨ªsticas es esa moral de campamento, la sofisticada indiferencia ante cualquier pufo o descalabro urban¨ªstico. Si te levantas una ma?ana y ves que a la Cibeles la han tapado con un scalextric o que el museo del Prado ha sido convertido en aparcamiento, lo elegante es dibujar una sonrisa de naturalidad, que nunca llegue al desd¨¦n, y abrir el paraguas si llueve.
Madrid es un campamento de fachadas renegridas con las ventanas herm¨¦ticas, cruzado por carreteras alucinadas y pasos a distinto nivel puestos a disposici¨®n del ciudadano para que pueda ir m¨¢s r¨¢pidamente a protestar las letras ante el notario. El resto es especulaci¨®n, que en este caso no es una facultad de la mente, sino un latido salvaje en la parte m¨¢s baja de muchos constructores. Pero el ciudadano inocente patina en esta salsa de chipirones y en el cerebro abriga un punto verde donde le vibra el mito de la granja lejana.
Ahora los carteles de propaganda para las elecciones municipales est¨¢n adornados con un color alfalfa, las canciones que acompa?an las promesas de los futuros concejales poseen una musicalidad folk de risue?os riachuelos donde abreva el ganado la publicidad incide en ese prado de hierba so?ada, que el madrile?o tiene en la base del cr¨¢neo, mientras los ediles de p¨¢lida niebla, pegados con dulce sonrisa en las tapias, vuelan de noche por las azoteas de la ciudad como diablos cojuelos y confeccionan a trav¨¦s de las claraboyas un sofemasa sobre los deseos ciudadanos. El c¨¢lculo municipal coincide en un punto: todos quieren morir lejos de aqu¨ª. Solo as¨ª se explica que este campamento haya sido abandonado a la ambici¨®n de los cuatreros. Pero hoy el diablo cojuelo tiene un peligro a?adido. Puede quedar atufado por la contaminaci¨®n en un tejado, caer desplomado en la calzada y que lo remate un simca.
Durante muchos a?os los alcaldes han acudido con una diligencia forrada de ante a la polvorienta plaza de este poblado del lejano Oeste para entregar una llave de oro a los visitantes ilustres, mientras los cuatreros cubr¨ªan las desoladas lomas de cemento. Todos coincid¨ªan en lo mismo: por la Navidad se pon¨ªan tiernos y adornaban con bombillas de colores los escombros y en primavera plantaban tulipanes en medio de los embotellamientos, presididos por el oso del escudo que trepa para alcanzar un nueve largo.
Todos dicen que la cosa va a cambiar. En la civilizaci¨®n ciudadana occidental, a la izquierda marxista se le ha a signado el negociado de jardiner¨ªa. Hasta ah¨ª llegan. Su destino es coronar con petunias la especulaci¨®n. Pero ahora tambi¨¦n la derecha te hace so?ar con las verdes praderas de tu cerebro a trav¨¦s de su sonrisa ecol¨®gica de mosquita muerta pegada con engrudo en las paredes de la ciudad inhabitable. Desea comprar tu granja. Todos quieren convertir Madrid en un dulce espacio donde t¨² un d¨ªa puedas morir de muerte natural al pie de una vaca h¨²meda en Callao. As¨ª son. T¨² ver¨¢s.
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