La econom¨ªa de los nacionalismos
Economista del Estado, excedente
Algo m¨¢s que el silencio han de aportar los economistas a la filosof¨ªa econ¨®mica de los nacionalismos, aunque s¨®lo sea para a?adir o justificar lo que hasta ahora no ha pasado de ser esa tecnocr¨¢tica aportaci¨®n llamada pol¨ªtica regional. Frente al arrollador avance de los programas pol¨ªticos y econ¨®micos nacionalistas, la profesi¨®n econ¨®mica ha mostrado una extra?a pasividad o, como en otras muchas ocasiones, parece que se ha visto superada por los acontecimientos.
Curiosamente, los sentimientos nacionalistas espa?oles, por reaparecer en ¨¦poca en la que tantas concepciones cl¨¢sicas est¨¢n en crisis, presentan, en lo econ¨®mico, rasgos extra?amente peculiares. Los sentimientos aut¨¢rquicos, el deseo de volver o permanecer en una econom¨ªa buc¨®lica o virgiliana, el control de los recursos naturales y financieros de cada regi¨®n, por ejemplo, han sustituido en todo, o en parte, al viejo anhelo industrializador indiscriminado, que era la meta de cada regi¨®n espa?ola en los felices sesenta.
Los objetivos no econ¨®micos de los nacionalismos
El economista maximizador no puede menos de recibir con cierto asombro profesional algunas de las peticiones de este extra?o cat¨¢logo. Y, sin embargo, la teor¨ªa econ¨®mica m¨¢s ortodoxa hace largo tiempo que acept¨® la relevancia de los objetivos no econ¨®micos derivados de una pol¨ªtica nacionalista. Las de mandas del electorado obligan a dar una respuesta racional y coherente al Gobierno afectado. Esas demandas dan origen, a veces, a objetivos de maximizaci¨®n de la ?renta?, entendida en el sentido inmaterial de utilidado satisfacci¨®n derivada del consumo de bienes p¨²blicos (la autonom¨ªa, por ejemplo) y privados. Frente a tal objetivo -heterodoxo- se alza el tradicional y economicista de hacer m¨¢ximo el ?producto real? o suma de producci¨®n privada de bienes y servicios.
Una pol¨ªtica econ¨®mica nacionalista est¨¢ dispuesta a no maximizar su ?producto real?, porque acepta como un bien p¨²blico la inversi¨®n (bajo m¨²ltiples formas) en nacionalidad o etnicidad, que es considerada socialmente rentable en cuanto que satisface el deseo del electorado e incrementa, as¨ª, su bienestar ?irracional? en t¨¦rminos econ¨®micos. Su objetivo, por tanto, es maximizar lo que hemos llamado ?renta, una vez que se ha manifestado una preferencia colectiva ,en favor de decisiones que rompen el libre juego de la econom¨ªa del mercado y resultan, as¨ª, irracionales para la econom¨ªa ortodoxa.
Esta preferencia colectiva nacionalista entra?a un coste en t¨¦rminos de producci¨®n perdida al preferir una asignaci¨®n ineficiente de recursos en aras del nacionalismo (por ejemplo, al preferir la autarqu¨ªa a una econom¨ªa abierta, o la agricultura o floricultura, la industria acusada de contaminante, o el uso o esterilizaci¨®n de los recursos financieros dentro de la regi¨®n, etc¨¦tera). El economista se limitar¨¢ a determinar qu¨¦ sacrificio en t¨¦rminos de producci¨®n f¨ªsica supone la decisi¨®n de la comunidad en cuesti¨®n, informar de sus resultados a la comunidad y respetar, desde luego, las decisiones comunitarias siempre que sean adoptadas consciente, libre y responsablemente.
Uni¨®n econ¨®mica y uni¨®n pol¨ªtica
El temor radica en que las adhesiones populares pueden estar viciadas si no se informa verazmente a nuestras colectividades nacionales del coste que algunas decisiones econ¨®micas del nacionalismo pol¨ªtico pueden suponerles. Pero, adem¨¢s de una posible existencia de informaci¨®n defectuosa o sesgada que viciar¨ªa la adopci¨®n de decisiones, el otro problema que se plantea se refiere a la estrategia adoptada. La CEE (con quien parece que desean unirse todas las nacionalidades del Estado espa?ol) utiliz¨® la uni¨®n econ¨®mica como instrumento para lograr la uni¨®n pol¨ªtica. Los pasos hacia un mercado com¨²n estaban concebidos, en el Tratado de Roma y en el esp¨ªritu de sus padres fundadores, como etapas de un proceso que llevaba a la uni¨®n pol¨ªtica europea. Desgraciadamente ara los ilusionados europe¨ªstas, la Comunidad Econ¨®mica Europea es el mejor ejemplo de c¨®mo la uni¨®n econ¨®mica, que implica la existencia de un Mercado Com¨²n, es perfectamente compatible con la m¨¢s perfecta desuni¨®n pol¨ªtica, permitiendo la conservaci¨®n de la plena independencia y soberan¨ªa pol¨ªticas de los Estados miembros. Econom¨ªa y pol¨ªtica son mundos separados. Los tratados fundacionales -cargados de contenido econ¨®mico- se han agotado hace tiempo y, para seguir adelante en la construcci¨®n de Europa, se requieren desde ahora decisiones pol¨ªticas y conscientes renuncias de las soberan¨ªas nacionales, pero ellas forman parte de lo que Dahrendorf llama ?la segunda Europa? y que pr¨¢cticamente no ha comenzado todav¨ªa. La construcci¨®n de la primera Europa acab¨® en 1968 y no creo que los pa¨ªses miembros, desde el peque?o Luxemburgo hasta Alemania, hayan visto reducida en ella sustancialmente su soberan¨ªa pol¨ªtica o afectados sus sentimientos nacionales. Parece por ello claro que, tras un proceso no exento de dificultades, los pa¨ªses de la CEE est¨¢n disfruntado de todas las ventajas de una uni¨®n econ¨®mica sin tener que sacrificar para ello, en absoluto, su independencia pol¨ªtica o su condici¨®n de Estados soberanos. Es m¨¢s, hoy (en la segunda Europa) se busca mucho menos la creaci¨®n de ¨®rganos soberanos supranacionales (s¨®lo deseados por Alemania, q¨²e es un pa¨ªs semisoberano) que el ejercicio concertado de las soberan¨ªas de las naciones europeas.
Destrucci¨®n de la unidad econ¨®mica
Frente a esta posici¨®n, ciertas propuestas nacionalistas que se ensayan en Espa?a parecen intentar una destrucci¨®n de la unidad econ¨®mica como si ¨¦sta fuera incompatible con las cotas de autogobierno que las nacionalidades de este pa¨ªs se marcan. Hay que recordar otra vez que, en el extremo, la uni¨®n econ¨®mica se ha mostrado compatible con la independencia pol¨ªtica. Pero este es un juicio que ha de aceptar el pol¨ªtico. El economista, modestamente, se atreve a subrayar que teme que, en t¨¦rminos de renta perdida, la decisi¨®n de romper o deshacer las reglas de un Mercado Com¨²n que rige en Espa?a desde el siglo XV es, sin duda, enormemente costosa y que desear¨ªa que el electorado conociera esos costes y los adicionales del paso en pedazos a un Mercado Com¨²n Europeo que, desde Bruselas, nos pedir¨¢, adem¨¢s, que lo reconstruyamos a su estilo. Hay mecanismos abundantes para hacer innecesarias rupturas que resultan irracionales, sin duda, desde un punto de vista econ¨®mico, pero me temo que tambi¨¦n absurdas desde un punto de vista pol¨ªtico. Desde este ¨²ltimo punto de vista no dejar¨¢ de ser desolador constatar que la uni¨®n econ¨®mica pueda disgregar un pa¨ªs cuando en Europa ha significado ?la reconciliaci¨®n de los pueblos... Y, por encima de todo, la reconciliaci¨®n de las naciones europeas asoladas por dos guerras mundiales nacidas en Europa de la lucha entre nacionalismos y que, para los pueblos de Europa, eran aut¨¦nticas guerras civiles?, seg¨²n declar¨® la Comisi¨®n Europea el 1 de julio de 1968, precisamente el d¨ªa en que se consideraba terminada la ?Primera Europa?.
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