Viva la disidencia
Al principio s¨®lo proced¨ªan de la URSS, pero ahora llegan en tropel de todas las partes con sus Gulags a cuestas. Son los disidentes que vienen con un libro bajo el brazo a pormenorizarnos sus negras suertes carcelarias, penitenciarias, correccionarias. Disidencias del Cono Sur o del hielo siberiano, industrializadas o subdesarrolladas, derivadas de Stalin o de Freud, hijas del materialismo hist¨®rico o de la psiquiatr¨ªa represiva, bukovskis del Este o bukovskis del Oeste.Y surgen como champi?ones en pena por entre lo m¨¢s pinturero de nuestra cultura de ¨¦lite, que no hay coloquio, mesa redonda, editorial con pretensiones, estreno o sal¨®n de moda sin el disidente listo para largar su epopeya a la menor oportunidad, incluso inoportunamente. Su figura inconfundible ya forma parte de la escenograf¨ªa intelectual nuestra. Al igual que el cantautor latinoamericano de hace una d¨¦cada, aquel contumaz desalambrador cuyo espacio social ocupa, el disidente es un hecho sonoro, ante todo.
Los reconozco en cuanto abren la boca para pronunciar esa tragedia que estiman exclusiva, pero que lament¨¢ndolo mucho va para end¨¦mica: conocido un Gulag se conocen todos los dem¨¢s, y no hay manera literaria de que las variaciones sobre el mismo drama erradiquen esa penosa monoton¨ªa que los singulariza. La disidencia, por definici¨®n y excelencia, es el discurso de la redundancia porque su ¨²nico tema es el fanatismo establecido que indeferencia poderes, reg¨ªmenes, climatolog¨ªas, campos de concentraci¨®n, utop¨ªas, m¨¦todos de represi¨®n y t¨¦cnicas de ?curaci¨®n?.
Vaya por delante nuestro apoyo moral a todos los disidentes que nos visitan. Y vaya tambi¨¦n la firma y ¨®bolo. Sus historias siniestras, a fin de cuentas, fueron nuestra cotidiana historia hasta la muerte del gallego: lo que refieren sus docudramas literarios o lo que dicen antes las c¨¢maras de Televisi¨®n Espa?ola es precisamente lo que no nos permitieron gurgutar toda una vida a trav¨¦s de esos medios de comunicaci¨®n que ahora utilizan con disculpable tedio para vender trigo en casa del triguero.
Vaya por detr¨¢s mi protesta por la que han armado estas buenas gentes de la trashumancia ideol¨®gica con sus fervores peninsulares, porque la disidencia empieza a ser la coartada preferida del intelectual inorg¨¢nico espa?ol. No tanto, como dice David Cooper, por la explotaci¨®n indecente que han hecho algunos del victimario del Este para manifestar sin esfuerzo su izquierdismo de laboratorio, como por el v¨¦rtigo ele¨¢tico de empe?arse en ser el disidente del pr¨®jimo, que ahora se lleva.
La pureza revolucionaria ya no se mide en siglas grupuscularias, heterodoxias geopol¨ªticas, milenarismos mentales, antiparlamentarismos en ira o rebeld¨ªas urbanas: esta primavera su peso viene expresado en longitudes disidenciales. No hablamos en feminismo, en marxismo, en freudismo, en ecologismo, en nacionalismo, en centrismo, en socialismo o en comunismo, sino en disidentes encantadores fuera de toda sospecha.
Las alas de los partidos, las escuelas de las ciencias, las tendencias de las doctrinas y las sectas de las creencias se han disuelto en mil exilios personales e intransferibles.
El disidente, adem¨¢s de un hecho sonoro, es un ser atrozmente solitario, y de ah¨ª las dimensiones inconmensurables del nuevo fen¨®meno. No hace tanto tiempo, las discrepancias con la organizaci¨®n madre se resolv¨ªan por excisi¨®n: una sigla o movimiento produc¨ªa por aritm¨¦tica espont¨¢nea varias siglas o movimientos. La multiplicaci¨®n ha sido sustituida por la infinitud porque el disidente va por libre para evitar que le salga, por su derecha o por su izquierda, que eso no parece importar demasiado, otro disidente para su propia verg¨¹enza. Podr¨¢n coincidir en sus denuncias, y sobre todo en sus aburridas literaturas, pero obsesionados por la met¨¢fora generalizada del Gulag prefieren acogerse a los beneficios dudosos de la psicolog¨ªa para evitar los riesgos de la sociolog¨ªa.
De seguir a este ritmo, dentro de poco todos seremos disidentes de algo o de cualquiera. Ese d¨ªa, si la l¨®gica no miente, ocurrir¨¢ el fin natural de la disidencia. Y vuelta a empezar.
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