La ejecuci¨®n de Leopoldo Alas
Perm¨ªtame, se?or director, que ampl¨ªe el apartado 2 de la carta que se public¨® en EL PAIS el 6-3-79, firmada por don Juan A. Portela, referente al fusilamiento de don Leopoldo Alas, ya que dicho se?or no hace sino insinuarlo, seguramente porque sus fuentes de informaci¨®n eran exiguas o por no dilatar m¨¢s su escrito.Sin vanagloria, puedo asegurar que nadie puede dar fe de ese acto brutal y despiadado con m¨¢s autoridad que yo, pues conviv¨ª con don Leopoldo desde su detenci¨®n hasta el momento en que fue llevado a presencia del pelot¨®n de ejecuci¨®n. Es ¨¦ste uno de los much¨ªsimos hechos criminales que registr¨¦ en mi diario, empezado el primer d¨ªa de mi cautiverio en la c¨¢rcel de Oviedo, y que en la actualidad consta ya de 5.600 p¨¢ginas (catorce tomos).
En ninguno de los muchos libros que he le¨ªdo de nuestra guerra civil tratan este acontecimiento con la amplitud que se merece y en todos hasta se altera la fecha de su asesinato; escriben de o¨ªdas. El relato fiel del vil y alevoso asesinato, cuyo conocimiento puede interesar a quienes se dedican al estudio pormenorizado de la tragedia que asol¨® nuestro pa¨ªs durante cerca de tres a?os, lo copio de mi diario, y se desarroll¨® as¨ª:
D¨ªa 22-2-1937. Domingo. A las 14,30, un fuerte ca?oneo turba el sosiego de nuestra celda (est¨¢bamos jugando al ajedrez con figuritas hechas de pan duro, que mastic¨¢bamos previamente porque el agua brillaba por su ausencia, ya que dispon¨ªamos de un vaso diario para aseo y bebida). O¨ªmos los pasos de un vigilante y, por la mirilla de nuestro cuchitril, vemos que se dirige a la enfermer¨ªa en donde don Leopoldo se encuentra desde hace d¨ªas, aquejado de gastritis. El vigilante pregunta: ??Don Leopoldo Alas?? ?Presente.? ??Es usted don Leopoldo Alas?? Extra?a repregunta, pensamos los cohabitantes de nuestro erg¨¢stulo. ?Qui¨¦n no conoce en la c¨¢rcel y fuera de ella a don Leopoldo, rector de la universidad ovetense e hijo del autor de La regenta? Puede ser tambi¨¦n el primer acto protocolario para llevar a un patricio al lugar de la ejecuci¨®n. Nuestro organismo se ha hecho todo o¨ªdos. ?Acomp¨¢?eme al centro.? ??Para qu¨¦?? No hay contestaci¨®n, pero don Leopoldo se lo imagina, pues est¨¢ condenado a muerte hace dos meses.
A poco, pasa el vigilante seguido de don Leopoldo, quien va erguido; su complexi¨®n es fr¨¢gil, pero ante nosotros se presenta de¨ªfico, fuerte, vigoroso, s¨®lido, firme y animoso. He ah¨ª, decimos, un esp¨ªritu indomable, cual corresponde a un republicano y dem¨®crata, incapaz de inclinar la cerviz ante sus verdugos... Se descorren los cerrojos de otras celdas; son los que acompa?ar¨¢n a don Leopoldo a las negruras insondables del no ser... Un buen amigo , Alvaro Mart¨ªnez, pide permiso para acompa?ar en sus ¨²ltimos momentos a don Leopoldo. Petici¨®n denegada.
A las 4,30 de la tarde en punto escuchamos un estent¨®reo. ??Viva la Rep¨²blica! ?, y acto seguido percibimos una descarga; pocos momentos despu¨¦s, otra, y a continuaci¨®n, los ?tiros de gracia? (?qu¨¦ sarcasmo!)...
Los componentes de la celda 26, galer¨ªa tercera, lloramos con dolor profundo.
Este gran patriota, inicuamente inmolado por quienes pretend¨ªan construir una Espa?a mejor, no ten¨ªa miedo a morir. ?Hago m¨¢s da?o muerto que vivo; s¨®lo siento no poder desenmascarar al criminal que tiene la culpa de lo que me ocurre. Pero escuchad: si yo caigo y vosotros sobreviv¨ªs, ya sab¨¦is qui¨¦n es ... ? En el patio nos divert¨ªa con chistes y an¨¦cdotas de su vida. Por su entereza, se hab¨ªa granjeado las simpat¨ªas de todos sus compa?eros de infortunio. Nunca permiti¨® que se le entrase comida de casa: a la hora del rancho (un cazo mediano de arroz o fideos cada veinticuatro horas, aderezado en algunas ocasiones con bichitos negros, conocidos por cucarachas), alargaba su plato enmohecido. Y la verdad es que se encontraba realmente, enfermo y debilitado. Su pensamiento, plet¨®rico de amor, estaba siempre orientado hacia su esposa e hijita.
A la hora de haberse cometido el cruel, inhumano y salvaje asesinato de don Leopoldo Alas y los dem¨®cratas que le acompa?aron (las 17,30), el fragor del combate aumenta en intensidad.
23-2-1937. Lunes. Triste colof¨®n a lo sucedido ayer. Las voces de un preso com¨²n hieren nuestro esp¨ªritu: ? ?Que bajen de la enfermer¨ªa la ropa de Leopoldo Alas, que viene por ella su mujer!? ?Un preso com¨²n tratando de igual a igual a un rector de universidad! Pero, en fin, son elucubraciones del momento, porque r¨¢pidamente nos damos cuenta de que aun cuando, casi con certeza, sabemos mucho m¨¢s que el recluso com¨²n de una enormidad de cosas, ahora es nuestro guardi¨¢n y gracias a ¨¦l y a nuestro dinero podemos beber un poquito m¨¢s de agua.
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