Albert Einstein, la inocencia c¨®smica
Existe un enigma Einstein, como hay un misterio Picasso o un secreto Sch?enberg. Por eso, al margen de todos los art¨ªculos y conmemoraciones que recuerdan el centenario de su nacimiento, ser¨ªa conveniente analizar las razones por las que este hombre, despu¨¦s de haber sido un ni?o retrasado para hablar, un estudiante mediocre rechazado por la Escuela Polit¨¦cnica y suspendido en el doctorado en 1905, se convirti¨® en el cient¨ªfico m¨¢s importante y popular (en el sentido en que lo fue tambi¨¦n Picasso); en un sabio con aureola de cabellos blancos -conciencia del mundo- que nos presentan, sus hagi¨®grafos; en ese investigador atormentado por las consecuencias de sus descubrimientos, que pas¨® los ¨²ltimos a?os de su vida empe?ado en introducir algunas dosis de ¨¦tica en los trabajos de los laboratorios; en uno de los hombres -concluyo- que rompieron las certidumbres del pasa do para que pudiese estallar el siglo XX. Picasso y Sch?enberg se encargaron de violar las referencias est¨¦ticas; Nietzsche, Freud, Marx y Kierkegaard, las morales, y ¨¦l, Albert Einstein, las cient¨ªficas.El poeta adivina el alma de la naturaleza; el sabio s¨®lo sirve para acumular los materiales para su demostraci¨®n, dijo -y lo cito de memoria- Henri Frederic Amiel. Todos los bi¨®grafos de Einstein concuerdan en que ¨¦ste, de ni?o y de adolescente, prefer¨ªa la m¨²sica, la poes¨ªa y la literatura a la ciencia. Luego, ya en la universidad, tanto o m¨¢s que las aulas, frecuentaba las tertulias de Berna y de Zurich, en las que se reun¨ªan fil¨®sofos y pol¨ªticos exiliados de Rusia, de Austria y de Alemania. Su f¨®rmula E= mc2 ser¨ªa tanto el resultado de sus estudios cient¨ªficos como de la intuici¨®n de su fantas¨ªa. Algunos de sus exegetas aseguran que la elabor¨® despu¨¦s de haberla so?ado, igual que un sue?o revel¨® a Descartes su ?maravilloso descubrimiento?, la duda met¨®dica. ?No parece cosa on¨ªrica el que a gran velocidad los relojes se retrasen, los vol¨²menes de las masas aumenten, los metros empeque?ezcan a medida que se llega a la velocidad de la luz, ¨²nico elemento invariable y que no puede ser sobrepasado? Esta teor¨ªa de la relatividad, que habr¨ªa de sorprender a los cient¨ªficos adultos (farsa colosal de un jud¨ªo, se dijo en Alemania), hubiera parecido normal a Alicia, que crec¨ªa y menguaba como un telescopio. ?Y no es digna de un cuento de Borges la explicaci¨®n que daba de la teor¨ªa de la relatividad el cient¨ªfico Paul Langevin a trav¨¦s de la par¨¢bola del viajero?: ?Un hombre se aleja de la Tierra a una velocidad cercana a la de la luz. Cuando regresa, al cabo de un a?o -un a?o, digamos, terrestre-, se encuentra con que la Tierra ha envejecido dos siglos y as¨ª sus habitantes, mientras que ¨¦l ha envejecido doce meses.
Nietzsche, otro amante de las par¨¢bolas, aconsejaba ver el mundo con ojos de ni?o. Zaratustra los expresaba de otro modo, m¨¢s po¨¦tico: ?De qu¨¦ es capaz un ni?o que no lo es el le¨®n? ?Por qu¨¦ es necesario que el le¨®n se convierta en ni?o? El ni?o es inocencia y olvido, un volver a empezar, un juego, una rueda girando sola, un primer movimiento, un yo sagrado.?
Todas las personas ?normales? estamos convencidas de que existe una realidad, la que vemos y palpamos diariamente, y que la literatura, la poes¨ªa, lo que llamamos ?imaginario?, pertenece a un territorio irreal. En cambio, el hombre que posee el don de perpetuar la ni?ez sabe adivinar d¨®nde se halla la parte oculta de la realidad. Para ¨¦l, como para Baudelaire, la realidad absoluta est¨¢ en un mundo muy amplio que denomina poes¨ªa.
Las mil an¨¦cdotas que conocemos de Einstein -as¨ª como de Picasso- demuestran que nunca perdi¨® su espontaneidad infantil. Ten¨ªa el contacto directo de los ni?os, tanto con los estudiantes como con los reyes, con los pol¨ªticos o con sus compa?eros. A todos trataba con la misma naturalidad, y ante ellos se presentaba, si se terciaba, sin calcetines o les sacaba la lengua. Carec¨ªa de presunci¨®n y de af¨¢n de poder -caracter¨ªsticas adultas-, y la principal preocupaci¨®n de su vida consisti¨® en crear condiciones de tranquilidad para proseguir en paz su trabajo, con la misma absorci¨®n que un ni?o en su actividad del momento.
Tal vez sea esta una explicaci¨®n del misterio Einstein, pues es posible que se haya apoyado, m¨¢s o menos conscientemente, en la noci¨®n de espacio y de tiempo que guardaba de su infancia, y que todos olvidamos cuando crecemos y nos educamos. Es lo que piensa el profesor Herman Bondi: ?Puede ser que en las ideas que nos formamos de la f¨ªsica en los tres primeros a?os de nuestras vidas est¨¦n contenidos impl¨ªcitamente principios de gran importancia. Las experiencias del espacio que adquirimos antes de abandonar la cuna, y del tiempo, cuando nuestra memoria est¨¢ a¨²n virgen, pueden ser muy diferentes.?
Einstein fue, por otra parte, el primer cient¨ªfico en comprender claramente que ciencia y sociedad no son dos sectores aut¨®nomos con vida separada, y que s¨®lo se encuentran accidentalmente.
Alfred Nobel ya hab¨ªa sufrido durante los ¨²ltimos a?os de su vida por el empleo b¨¦lico que se hac¨ªa de la dinamita, que ¨¦l imaginara para fines pac¨ªficos. Pero despu¨¦s de Einstein ning¨²n f¨ªsico, ning¨²n qu¨ªmico y, menos a¨²n, ning¨²n gen¨¦tico -que hacen manipulaciones en un sector sagrado, absolutamente prohibido por la moral griega, Jacques Monod dixit- puede arg¨¹ir que se dedica a la ciencia pura, y que no es responsable de la utilizaci¨®n que hacen los poderes p¨²blicos de sus descubrimientos.
En 1939, por muy pacifista que fuera desde 1920, Einstein lleg¨® a la conclusi¨®n de que ?a Hitler s¨®lo se le pod¨ªa oponer la fuerza ?. Aunque no trabajaba directamente en las investigaciones nucleares, tem¨ªa que los sabios del III Reich consiguieran la bomba A antes que los americanos. En el mes de agosto de 1939, actuando de portavoz de los investigadores del grupo Manhattan, firma la famosa carta dirigida al presidente Roosevelt: ? ... Existe una posibilidad de provocar reacciones nucleares en cadena capaces de engendrar enormes cantidades de energ¨ªa; este fen¨®meno permitir¨ªa la fabricaci¨®n de bombas de un nuevo tipo y de una potencia incalculable ... ?Tras varios a?os de investigaciones, los sabios del grupo Manhattan logran la primera explosi¨®n de la bomba A el 19 de julio de 1945, a las cinco y media de la madrugada, en el desierto de Alamogordo. El profesor Oppenheimer, que hab¨ªa dirigido los trabajos, deslumbrado por el resplandor de la explosi¨®n y aterrorizado por el humo del champi?¨®n radiactivo, recuerda una frase de un texto s¨¢nscrito: ?Desde ahora me convierto en un compa?ero de la muerte, en un destructor del mundo.?
La imaginaci¨®n popular designa a Einstein como ? el padre de la bomba?. Los desastres de Hiroshima y de Nagasaki, la elaboraci¨®n de la bomba H y el descubrimiento de que los sovi¨¦ticos dispon¨ªan tambi¨¦n de la bomba A ponen de relieve la responsabilidad de los cient¨ªficos. Einstein lucha por el desarme general y por la creaci¨®n de un Gobierno mundial que controlase las armas nucleares. ?Qu¨¦ pasar¨ªa si estalla una tercera guerra mundial?, le pregunta. Contest¨® que en ese caso los hombres har¨ªan la cuarta guerra a pedradas.
La carta que hab¨ªa dirigido a Roosevelt le atormentaba, tanto m¨¢s cuanto que luego se comprob¨® que los temores de adelanto nazi en el terreno nuclear eran infundados. ?Si hubiera sabido que nuestras sospechas iban a resultar infundadas, nunca hubiera escrito esa carta.? Se muestra apenado por ?el desarrollo del militarismo de EEUU? y porque ?los americanos se parecen cada vez m¨¢s a los alemanes?. Inicia una campa?a internacional en los medios cient¨ªficos para denunciar los peligros que acechan a la Humanidad, para ponerlos ante sus responsabilidades de ciudadanos y para crear ?una nueva forma de pensar, indispensable si la Humanidad quiere sobrevivir?.
?En el momento decisivo -y espero ese momento grave- gritar¨¦ con todas las fuerzas que me queden.?
Ese momento decisivo le lleg¨® el 18 de abril de 1955, en Princeton, a la una y cuarto de la ma?ana. Nunca se sabr¨¢ cu¨¢les fueron sus ¨²ltimas palabras, pues la enfermera que le cuidaba no comprend¨ªa alem¨¢n.
?Por qu¨¦ no habr¨ªa dicho la frase de Rabelais, que explica las razones de su carisma popular y aclaran su enigma?: ?Cienc¨ªa sin conciencia es la ruina del alma. ?
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