El aborto, una cuesti¨®n t¨¦cnica
Probablemente la discusi¨®n sobre el aborto no conduzca ya a ninguna parte y probablemente tambi¨¦n la posici¨®n de los antiabortistas est¨¦ perdida de antemano, al menos durante mucho tiempo. El aborto aparece como una conquista democr¨¢tica y de liberaci¨®n de la condici¨®n femenina y se puede hacer poco contra los estereotipos del pensar de una ¨¦poca o de una sociedad.El triunfo de una idea o de unas formas de pensar en la historia es tan absoluto y s¨®lido y tan desolador y aplastante de ideas o formas de pensar distintas como un triunfo militar de un gran conquistador se torna totalitario y convierte en peque?as herej¨ªas irrelevantes y en polvorientos y rid¨ªculos residuos del pasado todo inconformismo. Pi¨¦nsese, por ejemplo, lo tard¨ªas que fueron las reacciones contra el nazismo, incluso en medios intelectuales, y la fascinaci¨®n que ejerci¨® una teor¨ªa como la de Lysenko incluso antes de que fuera impuesta como un dogma cient¨ªfico. Pi¨¦nsese en el rotundo triunfo de unas ideas instrumentales acerca del hombre como las nuestras derivadas del darwinismo social y de un cierto freudismo combinados con el esp¨ªritu capitalista y tecnol¨®gico: un hombre es plenamente hombre s¨®lo cuando posee la capacidad de trabajar y de gozar, o, dicho de otra manera, cuando resulta el instrumento adecuado de trabajo-consumo-placer, la bondad de una sociedad se mide por el crecimiento anual y el producto nacional bruto. Los ?inh¨¢biles? para vivir en este universo de valores son escasamente tenidos en cuenta y normalmente se tiende a erradicarlos de la vida ordinaria y de la din¨¢mica social, para la que ser¨ªan un handicap. De hecho, y pese a ret¨®ricas en sentido contrario, todos aceptamos estos valores.
El aborto aparece como una conquista democr¨¢tica y un hecho liberador de la condici¨®n femenina por razones hist¨®ricas obvias: su condena por morales y metaf¨ªsicas que sacralizaron la vida del feto con dos prop¨®sitos que ahora aparecen como interesados: uno, un prop¨®sito democr¨¢tico exigido por la mano de obra y las necesidades b¨¦licas, y dos, un prop¨®sito de alienaci¨®n e instrumentalizaci¨®n de la mujer que conven¨ªa conservar como un ser esencialmente sexuado y no personalizado y que no deber¨ªa poder separar la funci¨®n sexual de la reproductora en pro de la moral social y en beneficio del hombre. Y, evidentemente, esos prop¨®sitos se han dado a veces incluso bajo los m¨¢s bellos y ?¨¦ticos? preceptos, y la rebeli¨®n contra este estado de cosas hace ahora muy dif¨ªcil el replanteamiento mismo de la cuesti¨®n del aborto bajo otros supuestos que no sean ¨¦stos, por lo menos a nivel de mayor¨ªas, y del pensar estereotipados y Heno de resonancias sentimentales de liberaci¨®n.
La interrupci¨®n de un embarazo aparece, adem¨¢s, en nuestro mundo por primera vez como totalmente limpia de adherencias metaf¨ªsicas, ¨¦ticas o sentimentales, y no se quieren hacer las matizaciones y casu¨ªsticas que hasta ahora ven¨ªan operando y siguen siendo precisas para dilucidar toda conducta humana. Se trata de una simple operaci¨®n t¨¦cnico-quir¨²rgica en sociedades como las modernas, en las que no solamente predomina aquella visi¨®n instrumental del hombre del que hablaba m¨¢s arriba, sino en las que la vida misma del hombre se debe cada vez m¨¢s a razones t¨¦cnicas y a la intervenci¨®n de la t¨¦cnica m¨¦dica. Los criterios de la vida han dejado de ser, por decirlo as¨ª, ?naturales? para convertirse en t¨¦cnicos: la medicina ha ganado en buena parte su batalla a la naturaleza y ha hecho posible la vida a ni?os que en otro tiempo no hubieran podido nacer, o hubieran sido inviables, o no hubieran accedido nunca a una actividad consciente, lo mismo que prolonga la vida de los adultos o devuelve la salud a muchos enfermos que hasta hace poco estaban irremediablemente condenados a muerte.
Una ¨¦tica absolutamente nueva est¨¢ naciendo en consonancia con esta realidad y la decisi¨®n de un aborto tendr¨ªa un car¨¢cter primordialmente t¨¦cnico, regido por criterios de costo social y utilitaristas o por la decisi¨®n subjetiva de la gestante ya intelectualmente condicionada a los valores sociales del momento. Bertrand Russell vio muy bien la cuesti¨®n. ?La nueva ¨¦tica que se est¨¢ desarrollando lentamente en conexi¨®n con la t¨¦cnica cient¨ªfica -escribi¨®- va a centrarse sobre la sociedad m¨¢s que sobre el individuo. Va a haber poco sitio para la superstici¨®n de la culpa y el castigo, pero estar¨¢ dispuesta a hacer que el individuo sufra por causa del bien com¨²n sin dar una raz¨®n que muestre que vale la pena sufrir por este motivo. En este sentido ser¨¢ cruel e inmoral seg¨²n las ideas tradicionales, pero se producir¨¢ naturalmente el cambio de mirar la sociedad como un todo y no como una colecci¨®n de individuos. Consideramos el cuerpo humano como un todo y si, por ejemplo, es necesario amputar un miembro, no creemos que haga falta probar, en primer lugar, que el miembro sea malvado. Estimamos que el bien de todo el cuerpo es un argumento suficiente. Lo mismo el hombre que ve a la sociedad como un todo sacrificar¨¢ un miembro de la misma por el bien del conjunto, sin tener en cuenta el bienestar del individuo en cuesti¨®n.? O legalizando el aborto o muerte de unos fetos para asegurar la higiene de la t¨¦cnica abortiva y evitar muertes de mujeres embarazadas o para situar a todas ellas, sin discriminaci¨®n econ¨®mica alguna, ante la misma posibilidad de deshacerse de los hijos que est¨¢n gestando.
Lo que conviene dejar claro entonces es esto: 1. Toda sociedad totalitaria, racista o inquisitorial se ha basado siempre, se basa y se basar¨¢ en la irrelevancia del individuo ante las exigencias y conveniencias de esa sociedad, en la legitimaci¨®n de la muerte de unos pocos en pro de la felicidad de la mayor¨ªa. 2. La concepci¨®n del hombre, que va impl¨ªcita en esa sociedad, es la del hombre como instrumento o como realidad meramente cosificada, t¨¦cnica: el feto a¨²n no es un hombre, el criminal o el heterodoxo han dejado de serlo por su maldad o por su man¨ªa de un pensar cr¨ªtico. 3. Una sociedad que relativiza el respeto absoluto a la vida desmonta los mecanismos de inhibici¨®n de matar que la cultura ha levantado trabajosamente y sin total ¨¦xito, como se ve cada d¨ªa, pero sin ¨¦xito, como lo prueban, por ejemplo, los informes militares de la guerra de Corea o de Vietnam, donde se afirma que los soldados educados en el respeto a la vida no disparaban en una proporci¨®n mayor del 12 % al 25 %. Todo el mundo sabe lo que cuesta que los individuos menos diferenciados disciernan despu¨¦s de una guerra que no es l¨ªcito matar. Los partidarios del aborto no est¨¢n, adem¨¢s, conformes con una legislaci¨®n restrictiva, y todo abortista se ve constre?ido a demandar una total libertad en este sentido y en virtud de decisiones personales. No hay que enga?arse.
No hay que enga?arse respecto a ning¨²n extremo en estas cuestiones de muerte y violencia, por muy espaciosos que sean los argumentos, que, por otra parte, son los que la mayor¨ªa quiere o¨ªr. ?A fuerza de no llamar a las cosas por su nombre o de no vivirlas tal como son -dice con toda raz¨®n el doctor Friedrich Hagker respecto a la violencia y a la muerte en nuestro mundo-, nos hemos embrutecido de una forma considerable sin damos cuenta siquiera. ? Y ?lo m¨¢s grave es que, al minimizar la violencia, se llega a insensibilizar a las personas frente a la violencia. Cuando el organismo pierde sensibilidad se hace m¨¢s tolerante. Ps¨ªcol¨®gicamente, es el mismo proceso de la costumbre. Y, a fuerza de tolerarlo, se llega a aprobarlo y a animarlo?. O a considerarlo liberador o mera cuesti¨®n t¨¦cnica.
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