Concubinato y poligamia
EL CONCUBINATO y la poligamia, legalizados por el Islam -que en Espa?a dejaron la huella de una profunda y arriesgada afici¨®n-, han ido reduci¨¦ndose a lo largo de los siglos; la teocracia de Ir¨¢n acaba de restablecerlos, aboliendo unas disposiciones restrictivas del r¨¦gimen anterior. En realidad, el Cor¨¢n legislaba ya de una manera moderada, al limitar el n¨²mero de esposas leg¨ªtimas a cuatro -el de concubinas puede ser infinito-, sobre el mundo pagano, en el que quer¨ªa poner un cierto orden y en el que la mujer era un objeto de intercambio y propiedad, dotada, eso s¨ª, de un cierto respeto m¨¢gico, puesto que se relacionaba con la naturaleza: la tierra, el agua, la luna. El Cor¨¢n fue de una gran generosidad, dentro de su tiempo y su ¨¢mbito (primera recopilaci¨®n, hacia el a?o 650), al admitir que dos mujeres equivalen a un hombre (Cor¨¢n II, 282).El concubinato y la poligamia ten¨ªan una raz¨®n de sociedad cuando los implantaron los beduinos que precedieron a Mahoma; la diferencia inmensa de n¨²mero entre varones, aniquilados por las guerras, y hembras y esa extra?a aberraci¨®n de la naturaleza, corregida en otras especies, que hace que el hombre tenga una capacidad pr¨¢cticamente ilimitada para engendrar mientras la mujer la tiene restringida y casi numerada, circunstancia que ha producido casi todo el c¨®digo civil y la mayor parte de la literatura occidental. La poligamia era una cuesti¨®n de supervivencia.
Su resurrecci¨®n en Ir¨¢n es un anacronismo, adem¨¢s de una ofensa para la mujer y un ataque directo y brutal para su status; y est¨¢ en la base de una sociedad de acumulaci¨®n de riquezas y de injusticias. La ¨²nica exigencia que la teocracia jomeinita requiere para la poligamia y el concubinato es la demostraci¨®n ante el tribunal de que se tienen medios econ¨®micos para la manutenc¨ª¨®n de estas esposas adquiridas. Es indudable que en una sociedad pobre este sistema matrimonial va a producir de nuevo una corriente de venta de hijas y una especulaci¨®n sobre el cuerpo femenino y sus cualidades de belleza y, al mismo tiempo, una escasez matrimonial para el var¨®n pobre, para el cual y para su compa?era no legalizada- no adquirida ante el tribunal- se reserva la ley complementaria de los cien latigazos por relaciones sexuales libres y la lapidaci¨®n hasta la muerte en casos de adulterio; el castigo por la libertad sexual ha llegado a la ejecuci¨®n de homosexuales (la International Gay Association ha denunciado hasta ahora sesenta fusilamientos). Al mismo tiempo, se ha reducido la edad de matrimoniar para la mujer a los quince a?os (en la legislaci¨®n anterior era de dieciocho y de veinte para el hombre: este retardo estaba inspirado en la idea de reducir la demograf¨ªa y ten¨ªa otros precedentes internacionales, como el de China), con lo cual el sentido de venta de ni?as sometidas inflexiblemente a la autoridad paterna va a aumentar considerablemente.
Nadie pretende que Occidente sea un modelo en las relaciones matrimoniales ni -en la tolerancia sexual (en la Alemania nazi hubo matanzas de homosexuales; en la Cuba de Fidel Castro, la homosexualidad est¨¢ duramente perseguida todavia; en Espa?a, hasta hace poco, el adulterio era un delito castigado a petici¨®n de parte y la ley de Peligrosidad Social toma en cuenta ciertas formas de cohabitaci¨®n para sus medidas), ni que las costumbres de un mundo puedan exportarse a otro; pero puede alegarse un principio general de, humanidad y unos acuerdos universales de derechos del hombre para protestar contra una poligamia que no est¨¢ configurada como libertad de costumbres, sino como cosificaci¨®n de la mujer y reducci¨®n de ¨¦sta al estado de compra-venta, en una situaci¨®n emparentada con la esclavitud y un¨ªda a la ley cor¨¢nica del repudio de la esposa; como puede alegarse una generalidad de principios contra la pena de muerte que parec¨ªa interrumpida en Ir¨¢n y que se ha reanudado ahora bajo el amparo de una nueva ley de Enjuiciamiento Criminal.
El polo de atracci¨®n que signific¨® la revoluci¨®n iran¨ª entre c¨ªrculos progresistas europeos, que vieron en ella -y muchos siguen vi¨¦ndolo- una reacci¨®n del Tercer Mundo contra el imperialismo, una recuperaci¨®n del nacionalismo avasallado y de la econom¨ªa colonizada y un resurgimiento de una vieja cultura inferiorizada y destruida por los siglos de agresi¨®n, no debe empa?ar la visi¨®n clara del fen¨®meno de retroceso que significa la teocracia iran¨ª y su extensi¨®n a otros pa¨ªses, como Pakist¨¢n, donde, desde un signo pol¨ªtico contrario, se asiste a la coronaci¨®n de los principios beduinos y una glorificaci¨®n de la venganza y el castigo corporal, como ha demostrado la ejecuci¨®n de Ali Bhuto. Que ha tenido su eco, para que nadie tire honestamente la primera piedra, en la barbarie blanca con que Sur¨¢frica ha ahorcado al joven nacionalista negro Solomon Mahlangu, tras un proceso que ni siquiera fue dudoso, porque en ¨¦l se demostr¨® que no hab¨ªa cometido el asesinato de dos personas blancas, por el que se le acusaba.
Una reflexi¨®n moral e intelectual sobre este regreso a la peor Edad Media, al que estamos asistiendo, es necesaria a nivel mundial. Si no tiene resultados pr¨¢cticos, por lo menos debe saberse con certeza qui¨¦nes son y por qu¨¦ los que amenazan seriamente a una serie de conquistas que se han ido elaborando trabajosamente en el mundo desde hace siglos; y en las que han colaborado humanistas musulmanes que ahora se ven desbordados y castigados.
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