Amor y Ecolog¨ªa
Una voz femenina, acompa?ada con m¨²sica de Vivaldi, susurra melosamente, que te fumigues el sobaco con un desodorante de hondo sabor a pino que te espolvorees los bajos con talco, que te curtas el ment¨®n despu¨¦s del afeitado con un licor de espliego, que te laves el pelo con un champ¨² de ra¨ªces nacido de la tierra, que te pongas una margarita en el ombligo, que te limpies los dientes con pasta clorofilada. La chica del anuncio publicitario, musicado por Vivaldi, te est¨¢ construyendo como un macho ecol¨®gico. Y t¨² te fumigas el sobaco, te espolvoreas, te curtes el ment¨®n y a la ca¨ªda de la tarde, ya metido en gastos, te acercas a un herbolario y compras germen de trigo duro, levadura de cerveza, galletas con anisetes; cargas con una intendencia de potingues y sopas bendecidas por un lejano y acreditado guru.Cuando ese tendero vegetariano ya te ha convencido de que el c¨¢ncer se cura con cebolla y, al ver que tienes el cuello corto, te ha pronosticado un infarto casi inmediato si no tomas una dosis de ajos en el desayuno, llenas el maletero del coche con alimentos terrestres y mordisqueando una brizna de perejil te vas a casa a regar la marihuana de la maceta. Pero enseguida, naturalmente, te pilla el embotellamiento. Y all¨ª atrapa do comienzas a oler el ozono y la clorofila que sale del alcantarillado. No importa. Mientras tocas el pito, piensas en el equipaje de hierbas raras, llenas de prana oriental, pasadas por el vientre de Buda, que te van a poner en forma. De repente, por delante del parabrisas ves cruzar un joven con skijama que se aleja dando zancadas regulares en medio de la ponzo?a. Crees al primer golpe que se trata de una provocaci¨®n, como aquella vez cuando acertaste a vislumbrar la r¨¢faga blanca de una muchacha desnuda cacareando a modo de pollo pelado que hizo el primer streaking en la calle Fuencarral. Pero no es as¨ª, porque ahora ves otros j¨®venes con pantal¨®n corto, otras chicas con chandal y el entrecejo empa?ado por el sudor que corren entre los embotellamientos, por los carriles s¨®lo bus, con la comisura blanqueada por una espuma seca y el resuello pespunteado con cachitos de bofe. Es la moda del footing, aquello que viste en California hace quince a?os. Envuelto con el marbete de la ecolog¨ªa ahora ha llegado aqu¨ª, a este pa¨ªs, que a¨²n conserva la costumbre de comer pajaritos fritos.
Bien, encima de tener que tragar una cebolla contra el c¨¢ncer, de tener que convertir tu aliento en un lanzallamas de ajo para no palmar al pie de un escaparate de ante y napa y rumiar hierbas orientales que dan buena honda al cerebro, resulta que ahora hay que hacer footing. Y lo haces, claro est¨¢. Te equipas de distinguido sportman, te vas al parque y tu trote majestuoso comienza a levantar mirlos y urracas. Bajo la arboleda hay se?ores paseando dulcemente que ya les ha dado el infarto. Hay parejas que hacen el amor nadando fren¨¦ticamente en seco sobre el c¨¦sped. Son dos opciones y debes elegir. A cierta edad, si corres mucho, ya no te queda fuelle para cumplir el d¨¦bito con la leg¨ªtima o con la mejora. Si no corres, te puedes quedar seco en el segundo rellano y pasar a engrosar la cofrad¨ªa de dulces paseantes a quienes el m¨¦dico tiene prohibido votar para que la aorta circule.
Entonces comienzas a pensar que la ecolog¨ªa y la salud son ciencias muy bonitas que se desarrollan en los salones de los hoteles de lujo: una t¨ªa buen¨ªsima reparte montados de caviar y pinchos de lomo a unos congresistas que hablan de los patos de la Albufera y de los rascabuyes de Do?ana, se pasan diapositivas donde se ve a un rey n¨®rdico vacunando unos cerdos contra la tos ferina y una azafata de sal¨®n con su nombre y n¨²mero de tel¨¦fono colgados del palpitante seno te acompa?a al este del Ed¨¦n por el pasillo hasta la suite, donde se puede comer de todo, desde langosta radioactiva hasta perdices con detergente. Y t¨² compones sobre la taza del retrete la figura del pensador de Rodin, meditas un minuto, y dices: ?Vale, t¨ªa, me quedo aqu¨ª.?
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