Los jesuitas retornan a China o el triunfo de Ricci
Las manifestaciones del general de los jesuitas, padre Pedro Arrupe, seg¨²n las cuales las autoridades chinas hab¨ªan mostrado su deseo de volver a abrir la Universidad L'Aurore, de Shanghai, anteriormente regida por los jesuitas franceses, como facultad de Medicina, y su plena aceptaci¨®n de que estos mismos jesuitas volvieran como ense?antes, son toda una noticia que va mucho m¨¢s all¨¢ de lo que formalmente significa y suscita toda una serie de evocaciones religiosas y culturales: toda la vieja pol¨¦mica conocida por el nombre de ?los ritos chinos?, que estall¨® en el siglo XVII y prosigui¨® en el XVIII, y que agit¨® a los mejores esp¨ªritus de la ¨¦poca: Fenel¨®n, Malebranche, Montesquieu, Voltaire, los jansenistas o al presidente Des Brosses, adem¨¢s de a los propios interesados: los jesuitas, de un lado, y la Sorbona, los misioneros no jesuitas y la Santa Sede, de otro.En apariencia, esta pol¨¦mica ser¨ªa una pura pol¨¦mica gramatical y se centrar¨ªa en dos libros: Historia cultus sinensium o Historia del culto entre los chinos, presentada al papa Inocencio XII poco antes de su muerte, que comprende 676 p¨¢ginas, y De ritibus sinensium o Sobre los ritos de los chinos, de 388 p¨¢ginas, sin contar los ¨ªndices. En ambos libros se discute interminablemente el sentido exacto de t¨¦rminos como T'ien, Li, T'ai-ki, Chang-ti. Para los jesuitas, que defienden sus puntos de vista en Sobre los ritos de los chinos, hab¨ªa en China dos sectas principales: la de los id¨®latras o budistas, muchos de cuyos ¨ªdolos se llamaban Tien-chu, es decir, Se?or del Cielo, y la de los letrados, que veneraba un principio supremo llamado Tien, o sea, el Cielo, o Chang-ti, el Emperador. Pero el cielo, para los jesuitas, ?no significa ¨²nicamente entre los chinos el Cielo material, sino con frecuencia Dios mismo, perfectamente sabio, inteligente, que recompensa a los buenos, castiga a los malos y gobierna todas las cosas?. Pero para los dominicos, franciscanos y otros misioneros, Tien significa s¨®lo el Cielo material y Chang-ti es ¨²nicamente un concepto filos¨®fico para propagar el ate¨ªsmo entre los letrados. El ¨²nico nombre que cabe dar en chino al Dios cristiano es el de Tien-chu, que es el que, seg¨²n los jesuitas, dan los id¨®latras a sus ¨ªdolos, y que significa Se?or del Cielo.
Seg¨²n estos mismos enemigos de los jesuitas, ?la gran inclinaci¨®n que ¨¦stos tienen de estar a bien con todos, y sobre todo con los grandes, a fin de ganar a todos para Dios, les ha hecho poner en las iglesias y los altares el desgraciado letrero en que est¨¢n escritas estas palabras: King t'ien, o Adorad al Cielo, unas palabras que un emperador chino muy agradecido a los jesuitas por su saber matem¨¢tico escribi¨® en un cartucho de laboratorio al visitar la sala de matem¨¢ticas de la compa?¨ªa. Pero el emperador quer¨ªa decir: ?Observad el cielo?. Y en seguida vendr¨¢n otras acusaciones: que los jesuitas toleran el culto a los muertos de los chinos, que han bautizado tranquilamente a Confuncio incluso en m¨¢ximas como la de que ?se puede tener aversi¨®n por sus enemigos y hay ciertas personas a las que est¨¢ permitido odiar?, y que sostienen una religi¨®n natural y estiman que la moral natural de los chinos es tan aceptable como la espec¨ªficamente cristiana, etc¨¦tera. Los jesuitas se defienden, sus oponentes vuelven a atacar, y as¨ª va arrastr¨¢ndose la pol¨¦mica, a veces aburrida, a veces muy viva, a veces divertida tambi¨¦n. Llegan las condenaciones de los jesuitas por parte de la Sorbona y de la Santa Sede, y ¨¦sta no accede en modo alguno a peticiones de los jesuitas como la de que, la misa debe celebrarse en chino y no en lat¨ªn, de que el cristianismo, en suma, debe ?chinizarse? en cierta manera si quiere ser aceptado, o -al menos entendido, en China. Porque ?qu¨¦ sucede, por ejemplo, cuando se pronuncia la f¨®rmula de la consagraci¨®n en lat¨ªn? Pues sucede esto, dice el padre Intorcetta en un informe a Roma del 24 de marzo de 1672: que las palabras Hoc est corpus meum suenan fon¨¦ticamente en chino como Ho-cu ye-su-tu ye-nim co-lo-pu meum, y se traducen por emanaci¨®n, antiguo, se?or, oficio, regla, hermoso, reposo, cada uno, camino, huir, cosa, meditar, verdeante, praderas: un verdadero galimat¨ªas sin sentido. Que la f¨®rmula sacramental Hoc est corpus meum es, adem¨¢s, pr¨¢cticamente impronunciable por un chino y que la misa, como otras ceremonias cat¨®licas en lat¨ªn, resulta as¨ª rid¨ªcula a los ojos de los chinos. Pero Roma no ceder¨¢: s¨®lo en 1849 el Santo Oficio se decidir¨¢ a admitir el chino para la misa, pero conservando a¨²n el canon en lat¨ªn y exigiendo la instrucci¨®n-latina del clero chino. Los jesuitas, los ¨²nicos que en realidad conoc¨ªan de verdad China y hab¨ªan asimilado su cultura y su ethos, a la vez que hab¨ªan llevado all¨ª todo el cent¨®n de conocimientos cient¨ªficos de Occidente, perdieron entonces la batalla; pero el padre Ricci, el gran mentor y defensor de estos puntos de vista jesu¨ªsticos de entonces, debe de haberse removido de gozo en su sepulcro si se ha enterado, por emplo, de que en 1966 las clarisas de Sangmelima, en Africa, han sustituido el ¨®rgano por las maracas y el tam-tam y bailan durante el culto cat¨®lico viejas danzas africanas, o de que monse?or Van Heyden, obispo de Doum¨¦, cuenta entre los diversos grupos de su Acci¨®n Cat¨®lica el de ?los pol¨ªgamos cristianos?. El mism¨ªsimo monsieur Voltaire se mostrar¨ªa ahora muy desconcertado.
Y claro est¨¢ que la eventual vuelta de los jesuitas a China no ser¨¢ ahora para misionar; pero, de todas formas, cierra algo as¨ª como el cielo abierto entonces por la querella sobre los ritos en China con un happy end. O la contin¨²a en cierto sentido: el padre Arrupe ha dicho, en efecto, que la Compa?¨ªa tiene ante s¨ª dos problemas acuciantes de tipo general, adem¨¢s de otros m¨¢s concretos, como la situaci¨®n de la Iglesia y de la misma Compa?¨ªa en Cuba y Salvador, o la cuesti¨®n de la radio vaticana, que se dice pasar¨ªa a ser regentada por el Opus; el problema de las relaciones con el marxismo y el de la teolog¨ªa de la liberaci¨®n. Y la actitud de los jesuitas ante estos problemas es la misma que, ante los ritos chinos: enteramente abierta, hasta suscitar el esc¨¢ndalo y la inquina, como en aquel tiempo. Incluso alguien como yo, m¨¢s bien j ansenista, se ve obligado con mucho gusto a un coup de chapeau ante estos se?ores de la Compa?¨ªa. No me extra?a nada que los chinos les hayan hecho ahora esos gui?os complacientes para que vuelvan.
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