Los temas econ¨®micos dominan totalmente la campa?a electoral brit¨¢nica
?Unos, laboristas, ofrecen la continuaci¨®n de la pol¨ªtica de los ¨²ltimos cinco a?os. Otros, conservadores, volver a la pol¨ªtica de hace cuarenta a?os?. La frase de David Steel, l¨ªder liberal brit¨¢nico, pretende resumir la falta de alternativas reales que ofrecen las elecciones del jueves. Ir¨®nicamente, el punto de vista de Steel es compartido por la izquierda m¨¢s cr¨ªtica del laborismo, obviamente desde posiciones diferentes.
L¨ªderes pol¨ªticos, candidatos y la mayor¨ªa de los medios informativos que opinan se encargan de subrayar que por primera vez en muchos a?os los ingleses van a tener ocasi¨®n de pronunciarse por dos modelos de sociedad sustancialmente diferentes. La versi¨®n m¨¢s simplista opone el ?socialismo sangriento? del laborismo a la libertad individual y prosperidad econ¨®mica que traer¨¢n los tories. Apelaciones m¨¢s refinadas sit¨²an la alternativa entre un partido socialdem¨®crata que hace pol¨ªtica de centro derecha y un partido derechista dominado por su facci¨®n m¨¢s radical.Con una matizaci¨®n de fechas, nueve a?os donde dice cuarenta, el comentario de David Steel podr¨ªa ser suscrito por muchos desapasionados observadores de la escena brit¨¢nica.
En su manifiesto y su campa?a electoral, el Partido Laborista ha dejado claro que el se?or Callaghan no considera necesario, ni siquiera por motivos de seguridad, alterar el rumbo reciente de su navegaci¨®n pol¨ªtica. Los conservadores, por su parte, de cuyo lado se supone que est¨¢ la fuerza innovadora, llegan a las urnas con id¨¦ntico programa y promesas que dieron el triunfo en 1970 a Edward Heath y que acab¨® en desastre cuatro a?os despu¨¦s.
La larga campa?a, virtualmente acabada, ha conseguido poner de acuerdo sobre su vaciedad y aburrimiento al diario derechista de gran circulaci¨®n The Daily Telegraph, y a la revista minoritaria de izquierdas Nes Statesman. Temas en ebullici¨®n, como el Ulster o el desempleo, han sido ignorados o aludidos de pasada. Rodesia, el m¨¢s serio interrogante brit¨¢nico en materia exterior, ha sido utilizada por los conservadores como arma arrojadiza in extremis.
Nada sobre Sur¨¢frica. Nada sobre las relaciones raciales en Gran Breta?a. Nada sobre la discriminaci¨®n laboral y salarial femenina.
Las promesas econ¨®micas han dominado enteramente el terreno electoral. Impuestos, precios y relaciones laborales son los temas sobre los que los brit¨¢nicos votan el jueves.
El tema fiscal
James Callaghan se ha comprometido a reducir al 5 % la inflaci¨®n para 1982, a rebajar marginalmente la contribuci¨®n fiscal y a mantener un clima de entendimiento con los sindicatos que haga posible la estabilidad de los precios. Margaret Thatcher va m¨¢s all¨¢. Eliminando los controles socialistas sobre el mundo empresarial, reduciendo el gasto p¨²blico y a la vez cortando dr¨¢sticamente los impuestos se producir¨¢ una revitalizaci¨®n econ¨®mica en la que los trabajadores encontrar¨¢n mayores incentivos y todos los Ingleses m¨¢s libertad de acci¨®n.Edward Heath lleg¨® en 1970 al poder con un programa id¨¦ntico. Dos a?os m¨¢s tarde hab¨ªa introducido una pol¨ªtica de restricci¨®n salarial y se hab¨ªa embarcado en un programa de grandes subvenciones a la industria. El 1974 perdi¨® el poder en medio de una gran crisis econ¨®mica.
El fisco retiene actualmente en Gran Breta?a el 33% de los Ingresos de la mayor¨ªa de sus ciudadanos. Es la llamada tarifa b¨¢sica, que se aplica, una vez deducidas desgravaciones, a los ingresos anuales de hasta 6.000 libras, unas 850.000 pesetas. Una familia t¨ªpica con dos hijos peque?os, en la que s¨®lo el padre trabaja, tiene exentas de pago alrededor de 1.700 libras. El 33 % se aplica, pues, a las 4.000 restantes. El techo impositivo est¨¢ fijado en el 83% para los pocos que ingresan por encima de 22.000 libras al a?o, alrededor de los 3.000.000 de pesetas.
Con este sistema fiscal, draconiano en comparaci¨®n con el de la mayor¨ªa de los pa¨ªses europeos, no es dificil suponer el entusiasmo despertado por las promesas de la se?ora Thatcher. El problema es que a tres d¨ªas de la votaci¨®n los conservadores no han explicado satisfactoriamente de d¨®nde va a salir el dinero que permita unos recortes en la ¨®rbita del 29% para la tarifa b¨¢sica y del 60% en la m¨¢s alta, topes ambos sugeridos por la jefa conservadora.
El programa tory promete reducir el gasto p¨²blico, pero aumentarlo en los terrenos militar y policial y mantenerlo en sus niveles actuales en la seguridad social y las pensiones. Tambi¨¦n anuncia la venta a inversores privados de parte: de las acciones ahora en manos del Estado en astilleros, l¨ªneas a¨¦reas y quiz¨¢ British Petroleum. Pero a pesar de todo ello, las estimaciones menos partidista cifran en 5.000 millones de libras, tres cuartos de bill¨®n de pesetas, el dinero que el ministro de Hacienda tory tendr¨ªa que sacar de alguna parte para hacer efectivas las promesas electorales.
Este dinero saldr¨ªa en buena l¨®gica del incremento en los impuestos Indirectos previsto por el Partido Conservador, que podr¨ªa hacer subir el coste de la vida en un 5% a corto plazo, adem¨¢s de repercutir frontalmente en las econom¨ªas de los m¨¢s d¨¦biles. El cerebro gris de la se?ora Thatcher, Sir Keith Joseph, cree que la soluci¨®n vendr¨¢ del lado de un aumento de las inversiones generado por la nueva pol¨ªtica. Pero es dif¨ªcil prever que en una econom¨ªa en que los niveles de beneficios est¨¢n todav¨ªa muy por debajo de los alcanzados a mediados de los a?os sesenta se vaya a producir un boom que no sea de car¨¢cter puramente especulativo, como el que tuvo lugar en 1972 y 1973.
El poder sindical
Las huelgas y el poder de los sindicatos es el otro campo de batalla Callaghan-Thatcher. En agosto del a?o pasado s¨®lo el 25% de los brit¨¢nicos lo consideraban un tenla mayor. En febrero de este a?o a 73 de cada cien les parec¨ªa el m¨¢s importante.La semana pasada ocupaba el segundo lugar, con el 59% y despu¨¦s del binomio precios-inflaci¨®n, entre las preocupaciones de los entrevistados.
El primer ministro Callaghan ha sido v¨ªctima pol¨ªticamente de su rigidez en la aplicaci¨®n de unos topes salariales rotundamente rechazados por los trabajadores. Para ser un partido socialdem¨®crata, el laborismo llega a las urnas con un r¨¦cord poco envidiable. Cuando Harold Wilson puso en marcha en 1975 la primera fase del llamado ?contrato social?, un mecanismo destinado a que los sindicatos restringieran voluntariamente sus demandas econ¨®micas a cambio de mayor participaci¨®n en la determinaci¨®n de las prioridades sociales y en la asignaci¨®n a ellas de los recursos p¨²blicos, hab¨ªa en Gran Breta?a 800.000 parados. Menos de cuatro a?os despu¨¦s la cifra casi se ha duplicado. A pesar de ello, el Gobierno laborista ha negociado y te¨®ricamente obtenido la cooperaci¨®n sindical en su futura lucha antinflacionaria.
?Qu¨¦ ofrecen los conservadores? A los sindicalistas, Margaret Thatcher les ha prometido menos interferencias en la negociaci¨®n salarial y un revival econ¨®mico que permitir¨¢ incentivos y aumentar¨¢ el nivel de vida. A los brit¨¢nicos en su conjunto, aplicar adem¨¢s el bistur¨ª sobre la actual organizaci¨®n sindical y reducir sustancialmente sus poderes, mediante nueva legislaci¨®n sobre convocatoria de huelgas, piquetes, votaciones secretas y pertenencia a las Trade Unions. Est¨¢ por verse en qu¨¦ medida una vez primer ministra, Margaret Thatcher optar¨ªa por la confrontaci¨®n en lugar de por el compromiso.
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