Bocadillo de m¨¢rmol
Una forma de escapar de la pol¨ªtica parda y de convertir el desencanto democr¨¢tico en est¨¦tica consiste en coger el montante y aterrizar en aquel cementerio mineral donde ya s¨®lo existe la osamenta de la antigua democracia cl¨¢sica. Mirando la acr¨®polis con toda su belleza cataclism¨¢tica te comes un bocadillo de m¨¢rmol rociado con aceite minerva y estallas contra ¨¦l la muela del juicio. Mientras aqu¨ª la dial¨¦ctica rudimentaria se establece entre si te dan un navajazo, se fuga un presidiario, ponen una bomba a un alcalde socialista, matan a un farmac¨¦utico derechista, cae otro polic¨ªa, sermonea un izquierdista, se empufa y huye un inventor, suelta una blasfemia el dem¨®crata cristiano, reza un padrenuestro el comunista y S¨®crates se deja acariciar el rabo en el metro de Ant¨®n Mart¨ªn, una modalidad de escapatoria estriba en dar el tir¨®n a un bolso de cocodrilo y salir corriendo sin parar hasta refugiarse en el Parten¨®n.Una vez a salvo, sentado en la bre?a airada del Are¨®pago, puede comenzar una bella discusi¨®n inacabable acerca de si el Parten¨®n estaba cubierto o si en realidad formaba un patio interior abierto al cielo radiante de la Atica, como sostiene, apoyado en Pausanias y en la resistencia de materiales, mi amigo el ingeniero Jos¨¦ Antonio Fern¨¢ndez Ord¨®?ez. Aquel glorioso derribo es ya pol¨ªtica pura, un espect¨¢culo sin navajeros, s¨®lo rodeado por los fascinantes culos de las j¨®venes turistas rubias que laten hermosas pasiones al subir hacia los propileos. En medio del Parten¨®n la diosa Palas Atenea, seis metros de oro y marfil esculpido por Fidias, estaba iluminada por la curva del sol y el potente brillo reflejado a trav¨¦s de la puerta se vislumbraba a treinta kil¨®metros, desde las primeras islas del Egeo, como un faro para navegantes que acud¨ªan remando a votar a Pericles.
En Grecia s¨®lo quedan los huesos del pie de un esqueleto abatido. El resto de la democracia es el bello contenido de la imaginaci¨®n que ha echado ra¨ªces de m¨¢rmol pent¨¦lico en el esti¨¦rcol del bachillerato, en la esperanza fraguada en la quinta galer¨ªa de Carabanchel y en el sue?o de aquella noche de oto?o cuando los ingenuos cre¨ªan que agonizaba el ¨²ltimo tirano mientras en la televisi¨®n pasaban un documental sobre los ping¨¹inos. Contra lo que parece, en la arquitectura cl¨¢sica griega no hay un solo ¨¢ngulo recto, todo tiene la sutil imperfecci¨®n del sentimiento que huye del espacio mental de los noventa grados. Puede que la democracia sea tambi¨¦n s¨®lo un tic cerebral, una aspiraci¨®n esculpida.
En su tiempo las esculturas y los templos griegos estaban pintados con colorines. A poco que se le fuera la mano al se?or de la brocha aquello pod¨ªa convertirse en una falla valenci ana. Los dioses aparec¨ªan rodeados de exvotos, llamas flotando en vasos de aceite, oraciones, promesas con densidad de sudor meridional, discursos falaces de los pol¨ªticos, cirios con sebo de buey, s¨²plicas de esclavos, poltronas de capitalistas en la fila cero. Ha sido la acci¨®n del tiempo que se ha llevado la pintura, ha apagado las velas, ha aventado las palabras irrisorias, la que ha dejado al aire un m¨¢rmol pelado y refulgente, ha convertido la democracia en obra de arte y la belleza del cataclismo te sacude ahora el h¨ªgado con la est¨¦tica.
Pero aqu¨ª est¨¢ Su¨¢rez sin Fidias, los cirios todav¨ªa encendidos sin Palas Atenea, el verbo macarr¨®nico sin el ¨¢gora, la esfinge que juega al mus, bos peregrinos del paro que suben a Delfos a consultar a la pitonisa la forma de llegar a Fin de mes al margen del bingo y la luz cegadora de la antigua Grecia hoy s¨®lo es el brillo que ofrece la navaja iluminada por una farola. La democracia cl¨¢sica consta en los archivos como un modo de beater¨ªa, como una sofisticada escapatoria. All¨ª est¨¢ el cementerio derribado donde los japoneses beben refrescos sobre capiteles j¨®nicos. Aqu¨ª, seg¨²n la teor¨ªa presidencial, de las ca?er¨ªas se levanta un Parten¨®n de cart¨®n piedra tan inflamable como una falla valenciana.
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