Se publica en Francia un libro sobre el puritanismo sexual en la URSS
Oficialmente, seg¨²n explica el doctor Stern, el delito de prostituci¨®n no existe en la URSS. La prostituci¨®n es inherente a la sociedad burguesa y, por ello, las mujeres no podr¨ªan practicarla en una sociedad socialista. Esto no impide que, a veces, sean perseguidas las mujeres p¨²blicas: en 1971, en Azerbaidjan, 1.221 se?oras fueron procesadas por prostituci¨®n, pero el tribunal las conden¨® por par¨¢sitas y vagabundas (en la URSS existe la obligaci¨®n de tener un empleo). El adulterio tampoco existe oficialmente en la Uni¨®n Sovi¨¦tica. Cuando alguien es acusado de semejante acto, se le encasilla entre los ?moralmente inestables?, indigno, por ejemplo, de viajar al extranjero.
Pareja feliz
Seg¨²n el punto de vista oficial, dice el doctor Stern, ?no existe pareja m¨¢s feliz que la sovi¨¦tica?. La ideolog¨ªa reinante actualmente es la misma que expres¨® un soci¨®logo en El amor, el matrimonio y la familia, libro publicado en 1951, durante la era estalinista: ? La fuerza y la belleza del amor dependen del lazo ideol¨®gico existente entre el hombre y la mujer -escrib¨ªa el autor del referido libro-. Entre las familias de los millonarios occidentales, durante muchos a?os, s¨®lo se permit¨ªan los matrimonios de dinero. Su ¨²nico objetivo consist¨ªa en reunir dos capitales en uno solo. Naturalmente, semejantes matrimonios conduc¨ªan inevitablemente a relaciones extraconyugales. Sin embargo, en la URSS, como el capital y la propiedad privada se han abolido, ya no existe el adulterio.?Esta certeza oficial sobre el puritanismo de los ciudadanos sovi¨¦ticos no impide una vida sexual extra?a, consecuencia de las frustraciones inherentes al moralismo constitucional, seg¨²n explica el doctor Stern, a partir de sus observaciones y de las confidencias que durante treinta a?os le hicieron sus pacientes en la cl¨ªnica.
Las aglomeraciones de todo tipo se revelan como un refugio de la vida sexual. En 1966 m¨¢s de seiscientos obreros de Leningrado le escribieron una carta al presidente del Consejo de Ministros, Alexis Kossiguin, para exponerle: ?Las horas punta, en nuestra ciudad, son horas de verg¨¹enza y de indignaci¨®n. En estas latas de metal que se atreven a denominar transportes en com¨²n, hacinadas de cuerpos humanos, toda la dignidad humana, sobre todo las de las mujeres, es pisoteada.?
El doctor Stern cuenta que ?los autobuses y los tranv¨ªas son escenarios de actos inesperados: dos estudiantes que se acarician mutuamente los ¨®rganos sexuales, una mujer que levanta la falda para facilitar el vagabundeo de las manos de un hombre o tambi¨¦n un homosexual en busca de aventuras?. Esta actividad clandestina est¨¢ condicionada por una ley impl¨ªcita que todo el mundo debe respetar: el anonimato. En un autob¨²s de Mosc¨², la muchacha Natacha Semachko, de quince a?os de edad, fue atacada por cuatro conciudadanos: uno intent¨® colocarle su sexo en la mano, el otro col¨® su mano por debajo de la falda, el tercero la estrech¨® por delante y el cuarto por detr¨¢s. La chica, asustada, grit¨®. Los cuatro hombres la trataron de imb¨¦cil, de mentirosa, y la invitaron a no tomar el Metro si la amedrentaba la muchedumbre. Nadie defendi¨® a la adolescente.
Contactos clandestinos
Las colas de espera en las panader¨ªas, en las tiendas, en cualquier lugar p¨²blico, caracter¨ªsticas de la vida sovi¨¦tica, tambi¨¦n se prestan para los contactos sexuales clandestinos. Pero, tambi¨¦n en ¨¦ste caso, el anonimato es norma: no es necesario conocerse de antemano, hablarse o seducirse. Se hace la cola, se compra la mercanc¨ªa y, de paso, se aprovecha la coyuntura para un escarceo sexual m¨¢s o menos leve.Desde principios de los a?os sesenta, en la prensa y en los libros se han empezado a abordar las cuestiones sexuales, aunque t¨ªmidamente. En 1962 se public¨® El muchacho y la muchacha, que s¨®lo utiliza una vez la palabra sexo, pero se?ala que el n¨²mero de divorcios pas¨® de 0,6‰ en 1955 al 1,3% en 1961. En 1975, la revista Salud dedic¨® varios n¨²meros a la educaci¨®n sexual. En un art¨ªculo se lleg¨® a decir, como algo muy osado, la frase siguiente: ?Algunas mujeres ofrecen m¨¢s zonas er¨®genas que otras, y estas zonas pueden estar ubicadas diferentemente. ? En otros art¨ªculos se daban consejos ¨²tiles: ?Si un muchacho observa que la enagua sobresale del vestido de una chica, no debe decirla nada, porque ser¨ªa incorrecto.? En otro de estos art¨ªculos dedicados a la educaci¨®n sexual, en 1975, se ofrec¨ªa ?la duraci¨®n ideal del acto sexual: dos minutos. Si el hombre retrasa su eyaculaci¨®n puede convertirse en impotente?. Lo esencial de la informaci¨®n tiende a destacar los peligros graves que implica la vida sexual. El doctor Sciadochtch, de Leningrado, recomienda la frecuencia m¨¢xima del acto sexual: una vez cada veinticuatro horas y con preferencia por la noche o al amanecer, pero s¨®lo si se dispone del tiempo necesario para recuperar fuerzas antes de ir al trabajo. En 1966, la periodista Ada Blaskina public¨® un art¨ªculo, ?Ni ¨¢ngel ni bestia ?, en la revista La Gaceta Literaria, en el que desvelaba sus verdaderos sentimientos en materia sexual, y dec¨ªa que ?una mujer no debe ser s¨®lo el ama de casa concienzuda, sino una enamorada seductora?. Inmediatamente se desencaden¨® una avalancha de cartas de protesta y de art¨ªculos como el del sex¨®logo de la Rep¨²blica Democr¨¢tica Alemana doctor Neubert, que escrib¨ªa: ?Nosotros queremos millones de familias sanas que ignoren todo tipo de patolog¨ªa.?
Cuatro preservativos
Los medios contraceptivos son pr¨¢cticamente desconocidos en la URSS. Seg¨²n afirma el doctor Stern en su libro, s¨®lo se usan para impedir el embarazo los preservativos masculinos. Los sovi¨¦ticos les llaman corchos, debido a su espesura. A pesar de esto ¨²ltimo, no son s¨®lidos y, por ello, en algunos casos los hombres emplean tres y hasta cuatro a la vez, lo que no facilita las relaciones amorosas. El doctor Stern cuenta que uno de sus pacientes, por razones de econom¨ªa, lav¨® los cuatro preservativos y los emple¨® una segunda vez, cosa fatal para su mujer, diab¨¦tica, porque los corchos no preservaron nada. Los preservativos occidentales cuestan hasta diez veces m¨¢s que los sovi¨¦ticos, pero cuando las mujeres han probado estos ¨²ltimos ya no admiten los corchos. Una mujer que se hab¨ªa acostumbrado al preservativo capitalista -afirma La vida sexual en la URSS- se hizo fr¨ªgida cuando su marido reincidi¨® en el corcho. Pero, legalmente, el ¨²nico medio contraceptivo en la URSS es el aborto. Autorizado y prohibido varias veces, desde 1955 las mujeres sovi¨¦ticas pueden, interrumpir su embarazo.?El aborto es un medio primitivo, pero seguro y accesible?, dice la doctrina oficial. La legalidad de este medio contraceptivo no le impide a la mujer ?un procedimiento burocr¨¢tico penoso y humillante?. Algunas mujeres abortan hasta diez veces o m¨¢s. El doctor Sterri cuenta el caso de una paciente suya que hab¨ªa abortado veintid¨®s veces. A partir de un cierto n¨²mero de abortos parece ser que una se?ora ya no necesita colaboraci¨®n externa: en efecto, en la URSS se ha extendido una f¨®rmula, consistente en beber un vaso de vodka, tomar un ba?o caliente acto seguido y despu¨¦s saltar sin parar hasta que la operaci¨®n se consuma.
De 1974 a 1977, el doctor Sterri vivi¨® como detenido en varios campos de concentraci¨®n. Afirma que en estos lugares la sexualidad se reduce pr¨¢cticamente a la homosexualidad, que se practica por necesidad o por la fuerza. Los poderes p¨²blicos, sin embargo, no admiten esta realidad. Cuando el doctor Stern hablaba con los responsables de los campos de concentraci¨®n o con los inspectores llegados de Mosc¨² e intentaba convencerlos de que las violaciones y las violencias dominaban la vida sexual en estos lugares, las respuestas eran siempre las mismas: ?El poder sovi¨¦tico no tolerar¨ªa jam¨¢s ese menoscabo de la dignidad humana. Todo eso son invenciones.? El autor de La vida sexual en la URSS asegura que ?la homosexualidad est¨¢, por lo menos, tan extendida en los campos sovi¨¦ticos como en las prisiones americanas, aunque las desviaciones que engendra son mucho m¨¢s terribles?.
Homosexualidad por la fuerza
Los verdaderos homosexuales dice el doctor Stern que no existen apenas en los campos sovi¨¦ticos. Casi todos llegan a la homosexualidad por la fuerza. El d¨ªa 9 de abril de 1976, Anatole Chalapoukhine, de 36 a?os, se meti¨® bajo las ruedas de un peso pesado. Poco antes, seis presos de derecho com¨²n lo hablan atado y violado en la sala de ba?os del campo. Incapaz de soportar esta violencia, se suicid¨®. Otro muchacho de veinte a?os, guapo, llamado Sistov, fue violado en febrero de 1977 por once detenidos. Pero ¨¦ste resisti¨®. Las autoridades de los campos amenazan a los detenidos con la homosexualidad: ?Si no te portas como debes, si hablas demasiado, ir¨¢s al calabozo y saldr¨¢s pederasta?, intimidan los responsables. Esto se produce normalmente: el rebelde entra en su celda y se encuentra con un derecho com¨²n que lo viola. Estos ?nuevos homosexuales? son conocidos en los campos con el nombre de intocables. Los violadores no son, sin embargo, aut¨¦nticos homosexuales, sino que se consideran hombres normales, admirados en el campo. El doctor Stern cuenta como un caso corriente el que descubri¨® poco despu¨¦s de llegar al primer campo de concentraci¨®n: un joven de veintid¨®s a?os, llamado Gradov, siempre estaba cubierto de moratones porque en cada ocasi¨®n intentaba salvarse de los de derecho com¨²n, que por las noches lo maltrataban a palos antes de sodomizarlo. En enero de 1977 el detenido Kossolapov fue asesinado de un cuchillazo porque no quiso ?ofrecer su culo?. Pero dice el doctor Stern: ?El salvajismo del crimen me impresion¨® menos que la indiferencia de las autoridades ante el. asesinato de un inocente.? Tambi¨¦n existen harenes, bajo la autoridad de detenidos, que, por su fuerza y su granujer¨ªa, consiguen privilegios especiales en el campo. En estos casos, el chulo oficia normalmente: sodomiza a sus v¨ªctimas gratuitamente, obliga a estas ¨²ltimas a ejercer con quien paga y se lleva una parte de la tarifa establecida. La otra es para hacer ?compras en beneficio de la comunidad?. Algunos detenidos mutilan miembros de su cuerpo, ?para que cuando salga de aqu¨ª todos sepan lo que se ha hecho con nosotros?, y estas mutilaciones afectan a veces a los ¨®rganos sexuales. Otros presos, por miedo a convertirse en impotentes y a no ?servir para nada? al salir libres del campo, realizan una operaci¨®n consistente en introducir bolas de pl¨¢stico en el pene, lo que hace de este ¨²ltimo un ¨²til temible. La mujer del detenido Studney muri¨® como consecuencia del pene de su marido, plastificado con exceso. En los campos de mujeres la homosexualidad se desarrolla m¨¢s amplia y m¨¢s normalmente. Con frecuencia, las dos mujeres viven como marido y esposa. Esta ¨²ltima se encarga de todas las labores dom¨¦sticas.
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