El vivo al bollo
El difunto est¨¢ tendido sobre una s¨¢bana en la alcoba del fondo, y con el aleteo de los cuatro cirios que dibuja en su rostro unas mariposas de sombra, parece sonreir a las visitas. Pero el difunto no sonr¨ªe. Est¨¢ muerto del todo. En las paredes s¨®lo han quedado un tablero cuadriculado de abscisas y coordenadas, a modo de cabecera del cad¨¢ver, donde se ve una l¨ªnea quebrada que baja formando ¨¢ngulos muy obtusos como una fiebre que se despe?a fatalmente, abandona el panel por la parte inferior y sigue por la pared de la alcoba en forma de flecha que indica la direcci¨®n del urinario. El muerto aparece vestido con el h¨¢bito de ¨¢rabe kuwait¨ª, una toalla ce?ida a la frente con un c¨ªngulo de cuatro nudos de terciopelo, y ha sido reconfortado, mientras boqueaba, con los auxilios espirituales del petr¨®leo. En el ¨²ltimo momento, el ministro de Econom¨ªa le ha untado el calca?ar con crudo de la mejor calidad, refinado en Cartagena. As¨ª est¨¢ ahora, pasota total, con una mosca azulada en la nariz que se alisa las alas con las patas.En los pasillos y en la sala principal, empresarios y pol¨ªticos producen el ronroneo propio de estos casos, literatura y chascarrillos de velatorio, mil formas de decir que no acaban de cre¨¦rselo. Pero desde la funeraria avisan que el entierro ser¨¢ ma?ana a las cuatro, y alguien reparte por all¨ª invitaciones para acompa?ar a la econom¨ªa al hoyo. Y en ese instante entran los ujieres con el bollo y comienza la velada.
En el hemiciclo huele a perfume de crisantemo y por los esca?os los diputados se pasan las soperas de chocolate y los bollos mojicones. Se trata de una sesi¨®n de espiritismo, servida por una pasteler¨ªa cercana, donde se pretende hablar con el muerto y conseguir un doble de parafina, sacar el negativo de la econom¨ªa en ectoplasma que flote por el recinto para amenizar la funci¨®n. En la alcoba del cad¨¢ver se suceden los turnos de vela, cuatro tipos de las centrales sindicales, con traje de domingo gris marengo, alineados en el perfil de la s¨¢bana, cuatro empresarios enfrente vestidos de bailarines de claqu¨¦, todos con las manos plegadas a la altura de la bragueta, sudadas por el calor de los cirios.
El debate espiritista se centra en un punto: c¨®mo vivir bien aunque la econom¨ªa est¨¦ muerta. A partir de ah¨ª comienza el an¨¢lisis de los t¨¦cnicos. Cuando a un sujeto le ponen unos rulos electr¨®nicos en la cabeza y su cerebro ya es incapaz de mover la aguja, los m¨¦dicos exhiben a los familiares el encefalograma plano y certifican que la abuela ha muerto. Pero es sabido que m¨¢s all¨¢ de la muerte cl¨ªnica hay un plazo de tiempo en que al fiambre le crecen las u?as y el pelo de las patillas, las c¨¦lulas de la periferia se agitan en un juego aut¨®nomo desconectado de la base del cr¨¢neo. La sesi¨®n espiritista consiste en buscar una f¨®rmula de alargar lo m¨¢s posible este automatismo de las puntas del fiambre, de modo que un pa¨ªs pueda vivir un a?o m¨¢s sin trabajar y comer de eso. Mientras tanto, los diputados se pasan el bollo y todos hablan de que el entierro debe ser de primera. Se trata de montar un buen funeral, con largos responsos en cada esquina camino de la Sacramental de San Justo y esperar que la econom¨ªa no sea una ciencia exacta.
Al menos en este pa¨ªs no lo es. Este es un velatorio surrealista donde los empresarios lloran mojando el bollo en el chocolate y los trabajadores parecen felices pinchando globos en la huelga asamblearia y los pol¨ªticos invocan al fantasma de ectoplasma que flota por el hemiciclo. El muerto est¨¢ tendido sobre una s¨¢bana en la alcoba del fondo y todos comprueban que a pesar de todo a¨²n le crece la barba. En la sala principal sigue la sesi¨®n de espiritismo, y en el momento supremo la medium da la soluci¨®n: un pa¨ªs entero jam¨¢s puede quebrar, aprovechen la ocasi¨®n en que este fiambre a¨²n tiene s¨ªntomas de vida. perif¨¦rica y v¨¦ndanlo a una multinacional. Siempre se encontrar¨¢ a un japon¨¦s que cargue con ¨¦l.
Tu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo
?Quieres a?adir otro usuario a tu suscripci¨®n?
Si contin¨²as leyendo en este dispositivo, no se podr¨¢ leer en el otro.
FlechaTu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PA?S desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripci¨®n a la modalidad Premium, as¨ª podr¨¢s a?adir otro usuario. Cada uno acceder¨¢ con su propia cuenta de email, lo que os permitir¨¢ personalizar vuestra experiencia en EL PA?S.
En el caso de no saber qui¨¦n est¨¢ usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contrase?a aqu¨ª.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrar¨¢ en tu dispositivo y en el de la otra persona que est¨¢ usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aqu¨ª los t¨¦rminos y condiciones de la suscripci¨®n digital.