Est¨¦tica de la violencia
En el sector norte funcionan los crematorios con una rentabilidad aceptable. En un garaje se ha montado una maquinaria de depuraci¨®n, un antiguo horno de pan adaptado al nuevo rito, conectado a una fabriquita de pasta para sopa que en media hora convierte al enemigo en sebo y poco despu¨¦s sale el dem¨®crata por un tubo en forma de jab¨®n de tocador, gel para ba?o, detergente de colada, lubrificante de motor diesel. La materia prima es recogida en plena calle, mediante embudos nocturnos. Grupos de j¨®venes con el occipital rapado, ¨¢ngeles rubios de retablo g¨®tico, con manoplas, l¨¢tigos de cadenillas, barras de hierro y bates de b¨¦isbol peinan, el barrio m¨¢s conflictivo con un jeep descapotado, seguido por un cami¨®n de la basura.El ojeo comienza al atardecer. Los basureros no matizan demasiado, se limitan a recoger cualquier ciudadano que duda. En efecto, lo que m¨¢s les excita es la duda, esa pasi¨®n decadente que te puede delatar en un gesto, en una mirada huida, en un meneo de caderitas con las nalgas prietas o en un adem¨¢n ambiguo. S¨®lo alg¨²n dem¨®crata muy nuevo puede pasar inadvertido, pegado a la fachada con la respiraci¨®n contenida, mirando de reojo el coche escoba que viene por detr¨¢s cargado con la cosecha de la jornada, aporreados cuerpos de masones con mandilillo, rojos, enfermos mentales, ecologistas antinucleares, artistas, curas progresistas, psiquiatras, periodistas canallas, intelectuales, homoxesuales, un gran alijo de mu?ecos de cart¨®n con sus peponas leg¨ªtimas que es transportada hacia el horno.
Un cabeza de huevo, profesor de filosof¨ªa materialista, huye por el carril s¨®lo bus cruzando el nuevo para¨ªso camino del este del Ed¨¦n, perseguido por la chica de Terry con fusta y correajes, radiante sobre la jaca blanca. El ¨²ltimo cabeza de huevo se refugia en una cafeter¨ªa. Las patas de la yegua hacen estallar la cristalera y bajo la r¨¢faga de vidrios all¨ª lo cazan. Unos karatekas idealistas lo conducen al lavabo para que vomite los juicios morales y despu¨¦s lo acaban a pu?al. Es una violencia que no est¨¢ destinada a mover tu compasi¨®n, sino tu admiraci¨®n.
Este v¨¦rtigo purificador tiene un atractivo irresistible para una parte de la juventud, la est¨¦tica de la violencia espartana ha enganchado una leva de adolescentes dorios que se duchan con agua fr¨ªa, no fuman, se arremangan el antebrazo musculado por los tensores y se afeitan el ment¨®n cuadrado con una cuchilla tan afilada como la ira patri¨®tica. La revoluci¨®n de Mayo dej¨® un rastro de piojos, guitarras, caramillos, largas pelambreras, harapos de pantal¨®n vaquero en las escalinatas de las grandes ciudades. Ese residuo est¨¦tico, incluyendo las chinches del hippy, fue muy pronto asumido por la clase media con tarjeta de cr¨¦dito, que lo convirti¨® en una moda de galer¨ªas. Esa moda ya se ha podrido.
Sobre el estercolero de la sociedad ahora germina la otra, que ejerce en la masa amorfa el encanto de la selecci¨®n de sementales. Estas flores de edelweis exhiben un perfume de agua brava, la pureza terror¨ªfica de la nieve negra hasta inundar progresivamente las calles. La clase media puede cumplir ahora otra vez su misi¨®n hist¨®rica y convertir con el mimetismo la moda parch¨ªs en la fiebre de la oca. Se empieza por los s¨ªmbolos, los brazaletes, los dise?os de boutique escogida que vende instrumental racista para colgar entre las tetillas. Es una fascinante aventura humedecida por el erotismo de la redenci¨®n. Cuando esa nueva moda selecta, que est¨¢ entre el b¨ªceps de gimnasio y la arrogancia del esp¨ªritu, invada el mercado y penetre sutilmente en la conciencia colectiva, la clase media se alinear¨¢ en los bordillos de las aceras para aplaudir al cami¨®n de la basura, que lleva el cargamento de cart¨®n hacia el horno. Entonces el idealismo ya ser¨¢ como un collar de bisuter¨ªa fina. Y las elegantes doncellas rubias se lavar¨¢n con el jab¨®n de un antiguo dem¨®crata.
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