El pulverizador
Cuentan que entonces la vida era un placer y por la noche cantaba la tuna en los mesones. Hab¨ªa un orden ontol¨®gico y las cosas estaban en el sitio exacto: Franco, de cacer¨ªa; los rojos, en la c¨¢rcel; los parados, en Alemania, y el tomismo, en las ruinas de la universidad. Y adem¨¢s se hab¨ªa puesto de moda un spray sensitivo virilizante con el que los con el que los ejecutivos cuarentones fumigaban su atributo masculino para mantenerlo en forma durante el segundo asalto en la sesi¨®n de amor con la mujer leg¨ªtima, con la mejora o con el tercio de libre disposici¨®n al regreso del viaj¨¦ a Francfort. Mira, cari?o, lo que traigo. El ejecutivo pon¨ªa ojuelos de dulce facineroso al desembalar el peque?o cargamento de sex shop. ?Un frasquito de spanien fly para ti, un tubo pulverizador para m¨ª y una revista Playboy para los dos.?El ardiente elixir estaba destinado a excitar a do?a Atareada cuando terminaba de fregar la vajilla de la cena con ese mistol que deja las manos tan suaves para la caricia nocturna. Se trataba de una emulsi¨®n donde flotaban unas virutas de canela y unas hebras de guindilla de Ceil¨¢n, vete a saber, que enervaban la yugular de la amante. El spray sensitivo serv¨ªa para prolongar hasta el infinito la erecci¨®n de aquel delf¨ªn del segundo plan de desarrollo a base de convertir su glorioso ap¨¦ndice en un corcho de gran potencia qu¨ªmica. La revista Playboy era para que ambos pudieran hacer el amor con partitura. La pareja feliz de los a?os sesenta extend¨ªa sobre el atril el satinado libreto y pasaba las hojas de una pastoral llena de conejos escarchados, y cada uno se pon¨ªa a tocar el instrumento contrario. Cuentan que entonces corr¨ªan tiempos dichosos, se dice que en la calle no hab¨ªa un violador ni para un remedio, Franco estaba de cacer¨ªa y en las alcobas funcionaban pulverizadores amorosos.
Probablemente son los mismos ejecutivos, ya fondones y m¨¢s agresivos, con distinto spray. Hoy los t¨ªos van armados con un fumigador para dejar fuera de combate a los atracadores. Lo llevan en el bolsillo m¨¢s propicio y lo ense?an a las visitas, a los amigos en la oficina o en el bar, con una descripci¨®n de sus efectos demoledores, como se mostraba en los a?os cincuenta el transistor comprado en Ceuta, como en los a?os sesenta se exhib¨ªa el producto er¨®tico for men. ?Escucha, t¨²: que se te acerca un tipo con malas intenciones, que no lleva malas intenciones, que no lleva el pelo cortado a cepillo, le das a este bot¨®n y dejas seco al violador, atracador, navajero, rojo, chapero, mendigo o despistado que viene a preguntarte la hora en una esquina pasadas las doce. S¨®lo se necesita tener reflejos, oye, para precipitar el castigo.?
Los dos tubos de spray son la misma horterada, que refleja dos clases de impotencia, el miedo al gatillazo y al asalto callejero, el fru-fru que perfuma la nueva virilidad. En los crep¨²sculos de esta democracia ratonera ya no hay, fiestas de gases lacrim¨®genos que formaban nubes iluminadas por los anuncios de ne¨®n, aquellas nieblas cenagosas con las sirenas de la polic¨ªa ululando, el cobalto de las linternas centelleando, el baile de vergas y culatas. Ahora, el miedo, h¨¢bilmente fomentado, se ha hecho s¨®lido e individualista, y funciona un contrabando de armas pret-a-porter, remedios de bolsillo para que cada paranoico pueda fumigar a su antojo. Se vende la salvaci¨®n personal en forma de tubo que se lleva junto al mechero. M¨¢s de uno, al encender el pitillo o para alargar la sesi¨®n de cama, se ha confundido de instrumento y se ha abanicado la propia nariz o la entrepierna con un gas letal y ha ca¨ªdo desplomado al pie del escaparate o de la alfombra. Lo tiene merecido.
Hay que andar con mucho cuidado, porque ahora, por la calle, va desplegado un ej¨¦rcito con cara de mosquita muerta con un armamento ex¨®tico junto a la ingle. Te acercas a un fino caballero para preguntarle d¨®nde est¨¢ la plaza del Dos de Mayo, el tipo te mira con ojos desorbitados, saca el tubo y te sulfata como a un pulg¨®n. Y luego, todo emocionado, cuenta su batallita en el bar.
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