Ir¨¢n: de una Edad Media a otra
EL SISTEMA de tribunales secretos y de ejecuciones sumarias no cesa en Ir¨¢n. En torno a ellas y otras irregularidades de lo que no acaba de perfilarse como un r¨¦gimen estable y sereno se est¨¢ produciendo una campa?a mundial de opini¨®n escasamente clarificadora. Si los t¨¦rminos de la condena son de sobra conocidos y razonables -la violaci¨®n de los derechos humanos en toda su extensi¨®n-, tambi¨¦n cabe aducir que ¨¦sta puede estar viciada por intereses de alta econom¨ªa y estrategia que inspiran a quienes sosten¨ªan, apoyaban y fortalec¨ªan al sha con armas, dineros y honores.De otra parte, los t¨¦rminos de una reacci¨®n de defensa no son menos viciosos por parte de quienes intentan justificar por sus finalidades -la liberaci¨®n del yugo colonial, la recuperaci¨®n de la dignidad, la cultura propia y la justicia social por parte de los alzados- los medios arbitrarios, y horriblemente atroces, que se est¨¢n empleando.
Es cierto que Jomeini y quienes le secundan no se han inventado la Edad Med¨ªa iran¨ª: viv¨ªan en una civilizaci¨®n .de lo arbitrario, de la tortura y el asesinato m¨¢s o menos disfrazado de legalidad. Un barniz de occidentalizaci¨®n, de elegancia cortesana, un sistema de uniformes y de credenciales de polic¨ªa, no disfrazaban siquiera una forma de barbarie. Acusar de retroceso en estos aspectos a los actuales dirigentes no tiene sentido: viv¨ªan en ese mundo y son herederos de ¨¦l. Pero los males del pasado no pueden justificar los cr¨ªmenes del presente.
Los largos y persistentes d¨ªas de manifestaciones, de sacrificios populares ante la boca de los fusiles y de los ca?ones del sha (en los meses previos a su derrocamiento) dieron la medida del grado de insoportabilidad al que estaba sometido el pueblo. Dieron tambi¨¦n unas im¨¢genes heroicas, ilusionadas; unas estampas que parec¨ªan significar que pod¨ªa comenzar otra era.
Est¨¢n arruinando aquellas im¨¢genes. No se esperaba que una revoluci¨®n que parec¨ªa imposible sirviera, al llegar a cuajar, para el mantenimiento de la Edad Media, para la consagraci¨®n de la tortura y de la ejecuci¨®n sumaria. Las esperanzas que levantaba la revuelta del pueblo de Ir¨¢n eran las de que se pusiera fin a un estado de despotismo: nunca que se le sustituyese por otro. La explicaci¨®n de que una revoluci¨®n siempre es cruel no es suficiente. Menos, la mezcla de psicoan¨¢lisis, catarsis y vieja teolog¨ªa con que un documento oficial iran¨ª explica el alcance de las ejecuciones: los verdugos ?se ponen en el lugar del fusilado y, en ese momento, se desembarazan de sus pecados y de todo lo que podr¨ªa hacer de ellos unos tiranos?. Pero son ya unos tiranos; y si la palabra pecado tiene un sentido, lo est¨¢n cometiendo ya. La justificaci¨®n tiene un car¨¢cter repugnante.
Lo que est¨¢ claro en Ir¨¢n es que se est¨¢ oprimiendo a las minor¨ªas -raciales, sexuales, religiosas, intelectuales, pol¨ªticas- y que el sistema de las leyes que se aplican est¨¢ fuera no ya de conceptos occidentales a lo Beccaria, sino de los mismos conceptos musulmanes sobre la clemencia. Este r¨¦gimen iran¨ª es tan atroz como el que le precedi¨®. A¨²n m¨¢s: ha acabado con la esperanza de un cambio progresivo y ventajoso para un pueblo que se despierta oprimido despu¨¦s de liberarse de la opresi¨®n.
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