El c¨¢ncer de los heroes
Mucho antes de ser vencida por la ciencia, la tuberculosis hab¨ªa sido desdramatizada por la literatura. Ninguno de los hermosos tropos que suscitaba la mortal enfermedad decimon¨®nica puede aplicarse a su sucesora, el fatal c¨¢ncer. Lo escribe Susan Sontang en un libro reciente: el uso que la sociedad hace del, c¨¢ncer como met¨¢fora es a¨²n m¨¢s siniestro que la propia enfermedad: lenguaje militar, figura preferida de la desesperaci¨®n humana, analog¨ªa de la que no se regresa, palabra perversa que contamina la frase, el cuerpo, lo social, toda esperanza. No hay poes¨ªa cuando el nombre del mal de nuestro siglo ronda el texto.Tambi¨¦n Nicholas Ray. Tambi¨¦n el c¨¢ncer. Como en el caso reciente de John Wayne, escribiremos el paneg¨ªrico funerario de acuerdo con las muy codificadas leyes del g¨¦nero. Ceremonia tribal desprovista de incertidumbre, oficiada de t¨®picos, que se repetir¨¢ planetariamente sin variantes posibles.
Fingiremos lirismo. Lloraremos a Nicholas Ray de la llamada generaci¨®n perdida de Hollywood. Mencionaremos inevitablemente los nombres de Brooks, Bogart, Aldrich, Logan, Kazan y Dean. Recordaremos a Johnny Guitar para adjetivarla de on¨ªrica o de r¨ªtmica. Consultaremos los diccionarios en busca del dato perdido, de la secuencia deseada, de la frase erudita, de la nostalgia olvidada. Encerraremos a Nicholas Ray en una etiqueta, en una clasificaci¨®n, en un modificador del sustantivo, acaso en un superlativo. Intentaremos representar lo mejor posible el discurso de la emoci¨®n: el menos emocionante de los discursos.
Nombraremos la vida y obra de Nicholas Ray, porque la muerte que lo ha resucitado period¨ªsticamente sigue siendo la gran innombrable, que esas seis letras de significado estremecedor que ni tan siquiera figuran en los crucigramas, construyen el gran tab¨² verbal de una sociedad que entierra a sus grandes h¨¦roes con algarab¨ªa para eludir su verdadero p¨¢nico, Vil met¨¢fora sin sonido.
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