Al menos un plan
SE ESTA diciendo que la comparecencia de Carter ante su pa¨ªs para anunciar el importante plan de ahorro de energ¨ªa es una ?decisi¨®n heroica?, no tanto por el hero¨ªsmo que pueda pedir a sus conciudadanos como por el riesgo que supone para un estadista sometido a la votaci¨®n tomar decisiones impopulares. Es indudable que ha preferido no ampararse en otros ni arrojar a los leones de la opini¨®n p¨²blica a uno de sus ministros para guardarse ¨¦l la m¨¢scara sonriente de las buenas nuevas. Una lecci¨®n primera a aprender por estas latitudes.El plan -propuesta de plan, hasta ahora- se refiere a la necesidad de limitar el consumo de petr¨®leo. De aqu¨ª a diez a?os las industrias deber¨¢n consumir la mitad del petr¨®leo que se consume ahora, y las importaciones de crudos van a limitarse al nivel de 1977, pero Carter propone, por otro lado, aumentar la producci¨®n de combustibles sint¨¦ticos, aumentar los medios de transportes p¨²blicos -que, por cierto, en Estados Unidos son ya excelentes, si los comparamos con los niveles espa?oles, y aun muy buenos, con los de otros pa¨ªses europeos- y tratar de fomentar la energ¨ªa solar. Si se nos permite caer de nuevo en el vicio de las comparaciones, podemos insistir en que nuestro pa¨ªs tiene pr¨¢cticamente relegado a condici¨®n de f¨ªsica recreativa y curiosidad de almanaque las posibilidades de esta energ¨ªa, que, por razones de clima, podr¨ªa ser decisiva en nuestro consumo.
El equilibrado plan de Carter tiene, probablemente, un defecto, que escapa de su realidad econ¨®mica y cient¨ªfica, que es la falta de credibilidad a la que ha llegado el presidente en los ¨²ltimos tiempos. Algunas, contradicciones en su pol¨ªtica exterior con respecto a los pa¨ªses productores de petr¨®leo -el grave rev¨¦s de Ir¨¢n, la apat¨ªa de Arabia Saudita, la insolencia de la OPEP- le hacen aparecer, quiz¨¢ injustamente, como culpable. Las malas formas casi absolutas con que han sido acogidas las ¨²ltimas medidas restrictivas en Estados Unidos -subida de precios, racionamientos- indican que un pa¨ªs que tradicionalmente ha sabido aceptar los malos tiempos los asume ahora con dificultad, porque vienen precisamente de Carter. El Congreso le fue ya negativo en los planes de 1977 y 1978; aunque Carter pueda decir que si esos planes hubiesen sido aceptados entonces la situaci¨®n ser¨ªa mejor ahora. De todas maneras, corre el riesgo de que este proyecto le sea tambi¨¦n rechazado o recortado y que sus posibilidades electorales, ya muy bajas, vuelen definitivamente por los aires. En el Partido Dem¨®crata se habla incluso de llevarle a una dimisi¨®n y de presentar en su lugar a Edward Kennedy o al gobernador Brown. Pero dif¨ªcilmente se ve c¨®mo cualquiera de ellos, llegado a la presidencia, podr¨ªa proponer otra cosa que no fuera el ahorro de petr¨®leo y el est¨ªmulo de otras energ¨ªas, a no ser el env¨ªo de un cuerpo expedicionario al oriente ¨¢rabe. Ese es quiz¨¢ el atractivo que presenta el Partido Republicano, sobre todo si su candidato es al fin el general Haig.
Carter no ignoraba, mientras estaba hablando, que se dirig¨ªa a un pueblo desencantado. Tuvo que referirse a la ?erosi¨®n de confianza en el futuro? y a la p¨¦rdida de la fe. El american dream, en efecto, ha sufrido mucho en los ¨²ltimos a?os: en los a?os de los asesinatos de los Kennedy y Lutero King y en los de la guerra de Vietnam. Convengamos tambi¨¦n, en que Estados Unidos no es el ¨²nico pa¨ªs del mundo donde los sue?os han naufragado.
Quiz¨¢ la manera de restaurar una cierta conciencia no sea, ni en ese ni en ning¨²n caso, ofrecer nuevos sue?os ni recomposiciones de antiguas grandezas, sino un enfrentamiento valiente con la realidad actual y una firmeza al explicar al pueblo que quiz¨¢ el futuro no ser¨¢ como la imagen del pasado, pero que no habr¨¢ futuro v¨¢lido si no es asumiendo la realidad de los malos tiempos y estimulando las posibilidades aut¨¦nticas y no imaginarias (no de conquista -colonial ni de imperialismo agresivo).
El sistema de plantear al pueblo sus realidades -cuando se hace honestamente, sin ases en la manga, sin intermediarios y sin proteccionismos de unas clases frente a otras- ha dado algunos resultados en la historia. Ciertamente, se los dio a Churchill. Pero, ciertamente tambi¨¦n, Carter no es Churchill, y su solicitud de sangre, sudor y l¨¢grimas puede tener una acogida inversa. En cualquier caso, la valent¨ªa del planteamiento y la preparaci¨®n de un plan concreto y apoyado califican a un estadista.
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