Los turistas y los emigrantes nivelan la econom¨ªa
Entro en una tienda de antig¨¹edades. ??Es suya?? ?S¨ª, es m¨ªa.? ?Se puede tener en Yugoslavia una tienda propia y pagar hasta seis empleados sin contravenir las leyes socialistas del Estado? Pues s¨ª, en principio se puede, pero hay que pedir permisos, hacer colas en las oficinas de la Administraci¨®n.... tener amigos, en suma. Oscurece. Me llevan al barrio elegante de Zagreb, por encima de la ciudad que brilla alargada a lo largo del r¨ªo. Al lado de la villa de Tito (vac¨ªa ahora, la usa oficialmente cuando viene a la ciudad) varios coches aparcados; se divisan dos cabezas en el asiento delantero. Visi¨®n familiar porque internacional, por encima y m¨¢s all¨¢ de pol¨ªtica y razas.-?No molesta la polic¨ªa a esas parejas?
-No, ?por qu¨¦?
-Estamos lejos de la ciudad, en el bosque. ?Hay seguridad en las calles yugoslavas?
-Dir¨ªa que casi total. El casi se refiere a algunos barrios donde hace poco, muy poco, ha empezado el gamberrismo, los delitos de tono menor.
-He visto ya dos ebrios haciendo eses por la calzada.
-Ver¨¢ m¨¢s. Este es un problema serio aqu¨ª.
A la luz de los faros vemos casas de buen porte.
-?Qui¨¦n tiene dinero para domicilios parecidos?
-Los profesionales, dentistas, m¨¦dicos de otras especialidades y toda clase de artesanos que tienen libertad para pedir lo que quieran por sus productos. Transportistas...
-?Cu¨¢ntos camiones pueden tener?
-Oficialmente creo que dos. Pero, ya sabe.... hay quien tiene seis u ocho. Basta que tenga seis u ocho familiares que le presten su nombre como propietarios individuales de cada uno de ellos.
Vuelvo al hotel Explanade tras diez a?os de ausencia. El hall de entrada, las habitaciones est¨¢n igual, aunque han reducido los grandes espacios de anta?o doblando el n¨²mero y resolviendo el problema del ba?o con esa tortura f¨ªsica y moral aplicada al medianamente alto que intenta ba?arse en, el voliv¨¢n. Hay algo, sin embargo, muy distinto. Dos elementos, antes de puro adorno, funcionan; ahora cuando se levanta el tel¨¦fono una voz contesta al otro lado del hilo hablando mediana pero inteligible mente en alem¨¢n o ingl¨¦s. Y si se pulsa el timbre acude, m¨¢s o menos retardada, una camarera que de volver¨¢ perfectamente planchada, y a la hora que dijo, la ropa que le entreg¨¢is.
Es uno de los esfuerzos realizados por una Yugoslavia a la que predije, sin m¨¦rito porque era obvio hace diez a?os, grandes posibilidades en materia tur¨ªstica. Aquella oficina min¨²scula de hace dos lustros donde no pudieron darme un solo folleto tur¨ªstico me inunda ahora con ejemplares impecablemente impresos que cantan la belleza y la hospitalidad de las seis rep¨²blicas (Bosnia-Herzegovina, Croacia, Macedonia, Montenegro, Servia y Eslovenia).
Como otro parecido con Espa?a, el Estado cuenta con el dinero tur¨ªstico y las remesas de los compatriotas en el extranjero para solucionar el d¨¦ficit normal en pa¨ªses que intentan huir del subdesarrollo.
Los cosacos del desierto
Lo mismo que se habla del peligro comunista entre los biempensantes de Occidente, se mencionaba en los siglos XVI y XVII el peligro turco. Tras la ca¨ªda del basti¨®n bizantino -1453, Constantinopla empieza a llamarse Estambul- las vanguardias musulmanas meten el pico en el coraz¨®n de Europa. Diez a?os despu¨¦s est¨¢n ya en Bosnia y empieza la tremenda lucha de los croatas para mantener, con un Estado pol¨ªticamente libre, la antorcha -se llamaba as¨ª- de la civilizaci¨®n cristiana frente a las hordas de Mahoma. ?Las luchas croatas contra los turcos por el Occidente ha costado inmensos sacrificios en vidas y propiedades. Si no hubiera sido por ellos se calcula que habr¨ªa m¨¢s de dieciocho millones de croatas hoy, mientras s¨®lo quedan unos cinco millones.? El folleto que narra estos hitos de la historia del pa¨ªs tiene que admitir tristemente que en las tierras ocupadas por los turcos hubo muchos croatas que se pasaron a su religi¨®n.
El folleto del doctor Antun Ivandija se titula La catedral de Zagreb (Zagreb, 1967) y pasa luego a explicar los avatares que sufri¨® lo que empez¨® siendo fortaleza, adem¨¢s de templo, ante los ataques de los enemigos de Dios. Pero el autor reconoce que el peor enemigo, el mayor destructor que encontr¨® la venerable iglesia, no fueron los turcos ni el terremoto de 1880, sino un arquitecto alem¨¢n, Kerman Boll¨¦, que, desde 1880 a 1902, consigui¨® purgar a la iglesia de su primitivo estilo g¨®tico levantando incongruentes nuevas torres, nuevas fachadas y quitando de las naves hasta veintiocho altares de m¨¢rmol.
Estas fueron las ofensivas sufridas por la catedral; desde el exterior, las armas turcas, los movimientos s¨ªsmicos, la genial renovaci¨®n de un arquitecto a quien Dios habr¨¢ costado perdonar lo que hizo con su casa. Pero le quedaba un enemigo m¨¢s dif¨ªcil de enfrentar..., el que buscaba derribar no sus columnas, sino su esp¨ªritu. Los nuevos cosacos del desierto, los ateos del Este: Lenin, Stalin.
La catedral de Zagreb es la iglesia para los cat¨®licos de rito romano (en esta parte de Europa hay que precisar siempre que no se trata del cat¨®lico oriental o griego). Es la catedral del arzobispado de Zagreb, con 1.900.500 fieles...
?Fieles? ?Hasta qu¨¦ punto? En esta hora ma?anera en que entro, la catedral est¨¢ desierta, s¨®lo en uno de los altares laterales se celebra una misa. Evidentemente, el oficiante no ha querido usar el altar mayor que destacase m¨¢s claramente la exigua participaci¨®n. Hay exactamente cuatro personas junto a ¨¦l, una familia casi como en los tiempos de la persecuci¨®n. El sacerdote reza en lat¨ªn mirando al altar, de acuerdo con el viejo estilo, anterior al concilio Vaticano II.
Recuerdo que hace diez a?os hab¨ªa aqu¨ª m¨¢s gente y salgo a indagar si se trata s¨®lo de una coincidencia de tiempo o de d¨ªa. Me dicen que no. Me dicen que despu¨¦s de la guerra hubo una gran reacci¨®n contra la Iglesia cat¨®lica no s¨®lo debido a la l¨ªnea atea del movimiento comunista en todo el mundo, sino por la colaboraci¨®n que las jerarqu¨ªas prestaron al Gobierno de Ante Pavelich, el Quisling que fue mandatario de Croacia. Me cuentan, incluso, que gran parte del dinero de su bot¨ªn de guerra fue encontrado escondido en un s¨®tano del arzobispado que rodea como una fortaleza la catedral. Todo ello hizo dif¨ªcil la vida cat¨®lica durante unos a?os. Luego vino una reacci¨®n favorable; coincidiendo con una crisis del r¨¦gimen, la gente busc¨® de nuevo refugio en la religi¨®n de sus mayores y llen¨® las iglesias (esa ¨¦poca fue la que yo recordaba) y hoy, en fin, se ha vuelto a la normalidad.
-?Qu¨¦ entiende usted por normalidad en materia de religi¨®n?.
-Que acuden a la iglesia una minor¨ªa aunque muchos sigan bautizando a sus hijos y cas¨¢ndose en ella.
Pollos colgados del cuello
La b¨²squeda de un restaurante t¨ªpico provoca en nuestros acompa?antes yugoslavos una consulta larga y porfiada. Y si fu¨¦ramos... No, no, all¨ª nos echan a las diez y media de la noche... y all¨ª tampoco -nos miran-, no es agradable de aspecto... y si... Estoy llegando a una tremenda y triste deducci¨®n. Los ¨²nicos restaurantes t¨ªpicos en la mayor¨ªa de las ciudades que conozco a los que puede irse con un m¨ªnimo de garant¨ªas sanitarias y de orden p¨²blico son los que montan los hoteles, es decir, los sofisticados, los falsos, en fin. Es la ¨²nica manera de encontrar comida decente con sus ribetes locales, mientras un cuarteto de c¨ªtaras y guitarras entona la canci¨®n croata, triste y sentimental. Hay un jam¨®n ahumado que recuerda vagamente el nuestro serrano, el maitre nos sugiere una dorada hecha a la manera d¨¢lmata, de cuyas aguas procede, y un vino blanco de categor¨ªa. A nuestro lado un grupo de alemanes vocifera. Al fondo, en la cocina se ve a los pollos girar lentamente sobre el fuego, pero, curiosamente, no lo hacen tendidos en forma horizontal, sino colgados del cuello. Me entra un repeluzno. Acabo de leer en Time Magazine la tortura a que someti¨® un miembro de la maffia a un rival de sucios negocios. El pollo en aquel caso era un hombre gordo y el garfio el de una carnicer¨ªa. Le tuvo, as¨ª dijo entre risas el asesino en conversaci¨®n telef¨®nica que grab¨® la FBI, durante tres d¨ªas, hasta que muri¨®.
Comer¨¦ pescado.
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