Las termitas en el Senado
Lo malo que tenemos los aficionados a las pol¨¦micas es que termina pas¨¢ndonos lo de Mesalina: llega un monento en que ya no podemos elegir con qui¨¦n acostarnos y caemos con el primero que pasa para satisfacer nuestro vicio devorador. Cuando aprieta el furor uterino de la controversia, todo vale, y uno acaba debati¨¦ndose en el abrazo demoledor de cualquier gara?¨®n de la Suburra o tiene que contentarse con las mignardises de alg¨²n bufoncillo que quiere probarse a s¨ª mismo que no est¨¢ tan mal dotado como parece. Este ¨²ltimo es ahora mi caso, mea m¨¢xima culpa, y as¨ª me las tengo que ver con el se?or Losantos, por aquello de que en agosto se despuebla la urbe y no tiene uno donde elegir. Bueno, pues como a gran hambre no hay pan duro, tratar¨¦ de sacar contento de este escuchimizado gladiador que me ha ca¨ªdo en suerte: a fin de cuentas, se trata nada m¨¢s ni nada menos que del ?director de la revista Diwan?, luego es un chico que, a su edad, ya tiene hasta tarjeta de visita, admin¨ªculo que no deja de ser ¨²til en caso de duelo. De punter¨ªa parece andar algo peor, pero eso tambi¨¦n llega a aprenderse... si sobrevive uno para contarlo.Se encrespa, para empezar, el se?or Losantos de que no haya citado su nombre ni el de la revista que dirige al aludir a sus posiciones en el art¨ªculo m¨ªo que provoca esta contienda, La cultura espa?ola: ?mito o tauromaquia? Hay para ello dos razones, que le expongo inmediatamente a modo de disculpa por un olvido que veo le ha escocido en su mism¨ªsimo... amor propio. La primera, que las opiniones del se?or Losantos son tan t¨®picas, cien veces repetidas por los infinitos espa?oleadores a sueldo de unos o de otros que hemos soportado durante el ¨²ltimo medio siglo, que s¨®lo el revival que Losantos encarna, por razones luego comentadas, podr¨ªa autorizar que su nombre apareciese firmando dict¨¢menes que en tanto le preceden. No cit¨¦ el nombre de Losantos, porque su nombre es Legi¨®n o, si se prefiere, Todos-los-santos. Y no cit¨¦ a Diwan, La Ba?era, El Bidet y dem¨¢s ventanas por las que se asoma al mundo la fluida prosa de tal se?or porque de cuando en cuando me gusta recordar aquella m¨¢xima de Chateaubriand: ?Hay ocasiones en que debemos administrar ahorrativamente nuestro desprecio, porque hay demasiados necesitados de ¨¦l. ?
Pero tuve otra raz¨®n m¨¢s poderosa para no airear su nada memorable nombre ni el de sus adl¨¢teres, y esta otra raz¨®n me parece que hiere en lo m¨¢s vivo la sensibilidad trepadora de nuestro contendiente. Yo no soy una agencia de colocaciones para material de derribo literario con af¨¢n de medro. Comprendo que tal o cual se?or que no es nadie -aunque no quiere que su nombre sea Nadie, como el de Ulises- decida por lo menos llegar a ser ?ese chico que se mete con Savater?; pero ser¨ªa demasiado pedir que, adem¨¢s, me dedicara a ayudarle espont¨¢neamente. ?El anonimato ... ?, clama indignado el pobrecillo, ?s¨®lo favorece a la mafia de los instalados y perjudica siempre al... p¨²blico.? No es p¨²blico lo que quer¨ªa ah¨ª poner Losantos precisamente, sino ?a los que estamos haciendo el meritoriaje?. Pero como el resentimiento y la codicia de que le tengan a uno por algo sin molestarse en llegar a serlo son malos consejeros, Losantos se minusvalora. Lo ¨²nico que ha logrado, precisamente, es formar parte de la mafia de los instalados, publicar hermosas tribunas libres en EL PAIS, salir por televisi¨®n y dirigir una revista, am¨¦n de haber logrado vender un libro gracias a la publicidad que le dio el que una editorial, en perfecto uso de su derecho de selecci¨®n, se lo rechazase por malo. ?Qu¨¦ otra cosa cree el se?or Losantos que hacemos los de la mafia de instalados? Porque esa ?otra cosa? -ser autor de mis libros y no de las nader¨ªas de Losantos-, esa le est¨¢ vedada, y por mucho que se enfade conmigo, no parece que tal carencia tenga remedio. Para consolarle, le dir¨¦ que mi vida tampoco es un lecho de rosas (aunque a¨²n menos una letrina, como la de otros). Losantos me aplica el m¨¦todo generacional (puro noventa y ocho el bendito) para asegurar que, tras haber recibido el halago de mi generaci¨®n, ahora debo soportar la cr¨ªtica y la burla de la suya. ?Llega la hora del relevo y que corra el escalaf¨®n! Pues, no, hermano, no: ni halagos de mi generaci¨®n, que buenos palos nos hemos dado y nos seguimos dando (aunque, por lo general, la gente tiene un poquito m¨¢s de talla que Losantos, ser¨¢ cosa de la mixtificaci¨®n progresiva de los suced¨¢neos de la leche materna), ni temor y temblor ante las fieras hordas de j¨®venes imp¨ªos que quisiera encabezar el esforzado Losantos. Comprendo que ese mecanismo pudiera beneficiarle, pero todav¨ªa no cuela. Adem¨¢s de criticar los toros de antes por afeitados y los de ahora por mansos, el muletilla va a tener que torear y ni le van a dar la cabeza del cartel porque ya lleg¨® su hora, ni la fascinaci¨®n por los beb¨¦sprobeta est¨¢ tan extendida como para que el respetable le vaya a sacar en hombros a la primera ver¨®nica de sal¨®n, ni van a faltarle cr¨ªticos achacosos pero contundentes que te amarguen un poco el camino hacia la gloria. Como puede ir viendo por la de muestra...
Y vamos al tema de Espa?a, que es lo que m¨¢s cuenta para los sufridos lectores (aunque, hip¨®crita lector, mi semejante y hermano, seguro que tampoco te disgusta asistir a una buena zurra). De la argumentaci¨®n que yo expon¨ªa en mi art¨ªculo, Losantos no se entera, con lo que mal podr¨ªa ref¨²tarla. Por lo visto, conf¨ªa, como siempre suele, en que al p¨²blico le interesar¨¢ m¨¢s la confrontaci¨®n personal que el intercambio de argumentos y que puede dispensarse de todo lo que no sea repetir otra vez su tan celebrado lanzazo al cerril blasfemador contra Cervantes y eselavizador ling¨¹¨ªstico de inmigrantes desvalidos. De ah¨ª prefiere no salir, porque fuera rondan lobos contra los cuales quiz¨¢ no basten los cuatro chistecitos oligofr¨¦nicos que son todo lo que guarda en el zurr¨®n. ??A qui¨¦n puede molestar que se ataque la identificaci¨®n de lo espa?ol con lo fascista??, pregunta, encampanado, este Cid de guardarrop¨ªa. Respuesta: a quien esta cruzada contra una caricatura le parece encubrir el inicio de una nueva caricatura de cruzada. De nuevo se acerca el cortejo y, como vemos al palad¨ªn haciendo molinetes contra molinos con su tizona, cabe preguntarse: ?qu¨¦ busca ese primavera? Uno, hacerse notar: santo y bueno; otro, castigar a los demonios familiares que se dejen y que, mira por d¨®nde, so n los de siempre: separatistas, izquierda, republicanos todav¨ªa no mon¨¢rquicos, etc¨¦tera. Aqu¨ª, cada vez que se levanta la veda, se caza lo mismo y los mismos: debe tratarse de la tradici¨®n liberal y democr¨¢tica de la cultura espa?ola... (por cierto, cada vez que oigo esa pendejada me acuerdo de la ?tradici¨®n liberal y democr¨¢tica? rusa de que hablaba Nabokov). Pero, silencio, que el granadero est¨¢ empe?ado nada menos que en la organizaci¨®n democr¨¢tica del Estado Espa?ol. Renuncia generosamente al Estado del Tremedal, que no hay, pero no al Espa?ol, al que da por bueno por la consistente raz¨®n de que es el existente. Y si otros, menos resignados o con m¨¢s tradici¨®n peculiar que los coterr¨¢neos del se?or Jim¨¦nez, se proponen cosa diferente, ?anatema sea! Lo bueno y vigorizante de las autonom¨ªas, Losantos nos lo dir¨¢; el Estado posible, que es el que hay, sea nuestro horizonte, que as¨ª ya tenemos el ascenso claro y no estamos para aventuras; y la Espa?a eterna que no nos la toquen, que siempre viene bien para barnizar con mala ret¨®rica la renuncia a todo lo que no sea la pura, simple, timorata y desvergonzada reproducci¨®n infinita -tanto pr¨¢ctica como te¨®rica- de lo de siempre.
Acaba Losantos visti¨¦ndome de Don Tancredo y, para que la met¨¢fora nada obvia le funcione, me reprocha verlas venir y dejarlas pasar, en lugar de parar, templar y mandar, como suele ser heroica conducta suya y de su ralea. Le agradezco sin duda el dicterio, pues m¨¢s bien suelen reprocharme mi af¨¢n de estar siempre en el coraz¨®n de la lidia y ?contra esto y aquello? que la apat¨ªa estatutaria. Espero que ¨¦ste y alg¨²n otro tiento que voy a darle pr¨®ximamente me devuelvan la animaci¨®n que Losantos me quita, antes de que llegue el toro. A cambio, le regalo otra met¨¢fora: seg¨²n parece, las voraces termitas, chiquitas pero matonas, se est¨¢n comiendo el palacio del Senado. ?Af¨¢n de asimilaci¨®n digestiva de las esencias patrias, atentado contra los estatutos en ciernes, ¨ªnfulas de protagonismo sustitutorio o par¨¢bola de decadencia? A Losantos le toca decidir, que de termitas sabe m¨¢s que yo. Por mi parte, para confirmar mi bien ganada fama angl¨®fila -a orgullo lo tengo...-, vaya esta despedida: el resto es silencio.
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