Psicoan¨¢lisis del ¨¢rbitro
Pese a su aparente espontaneidad y violencia, el grito dominical del aficionado responde a una explosi¨®n perfectamente controlada e integrada en el sistema de poder vigente. La rebeli¨®n del domingo no desmiente la naturaleza objetiva del estadio como gritadero social o celda de seguridad para la evacuaci¨®n de los malos humores que no pueden proyectarse en la calle o en la f¨¢brica.Dentro del estadio, la autoridad es encarnada por el ¨¢rbitro. En efecto, ¨¦sta puede ser abucheada, insultada, agredida verbalmente; pero todo ello sin merma de su autoridad efectiva. Puede combatir las irregularidades o bien cometerlas ¨¦l mismo; puede decidir, con un gesto gratuito y autoritario (un penalti), la suerte de toda la partida; puede permitirse gestos de justicia sumaria, expulsando sobre la marcha a un jugador ?rebelde?, o bien dar por v¨¢lido un gol dudoso, y, en fin, suspender el partido.
En el extrapoder del ¨¢rbitro reside la naturaleza f¨¹hresca de la autoridad deportiva. Todo el ¨¦xito de la partida como ?trabajo colectivo? depende, en ¨²ltima instancia, de la sola voluntad de una autoridad, por lo dem¨¢s, ajena al juego.
La aceptaci¨®n f¨¢ctica de la autoridad del ¨¢rbitro (pese a las protestas, los histerismos, los insultos y las tormentas verbales del p¨²blico) constituye un aprendizaje colectivo de obediencia y de asimilaci¨®n del principio de autoridad, capaz de traducirse fuera del estadio en actitudes equivalentes de acatamiento hacia los poderes constituidos.
El odio al ¨¢rbitro no excluye el hecho de la obediencia que se le debe. El p¨²blico percibe al ¨¢rbitro como a ?un f¨¹hrer en calzones cortos? y aprende as¨ª que la autoridad no tiene por qu¨¦ coincidir con la justicia ni satisfacer los intereses de la masa: la autoridad tiene una identidad propia, indeseable pero indiscutible.
La aparente org¨ªa de la fiesta deportiva (la explosi¨®n de los colores, las banderas, la bulliciosidad de la exhibici¨®n atl¨¦tica, los gestos vitales), todos aquellos elementos que sugieren en el ritual deportivo de masas juventud, anarqu¨ªa, violencia y espontaneidad constituyen apenas una ilusi¨®n ¨®ptica, dada la presencia permanente de la autoridad, encarnada en el ¨¢rbitro y en el reglamento (o en la Polic¨ªa Nacional que bordea el campo), los cuales reconducen a los esquemas habituales de la vida civil los equilibrios de poder en el estadio. El p¨²blico tiene que habituarse a aceptar que todo el entorno vigoroso, juvenil, din¨¢mico, de la fiesta deportiva sucumba, en definitiva, bajo la severa autoridad del ¨¢rbitro, de las leyes, de las normas sociales. La gran ?ilusi¨®n colectiva? del gol, por ejemplo, muere al se?alar el ¨¢rbitro un orsay, que paraliza el ataque o trastorna la direcci¨®n de la ofensiva. El color verde, el naranja, el rojo, todas aquellas sensaciones crom¨¢ticas que sobre el cuerpo de los deportistas en movimiento sugieren su juventud, su anarqu¨ªa y su potencia, sucumben ante una autoridad arbitral tambi¨¦n crom¨¢ticamente severa: el uniforme negro del ¨¢rbitro, su chaqueta civil, como re cuerdo de una presencia permanente de la autoridad de la calle tambi¨¦n dentro del recinto deportivo.
En definitiva, el p¨²blico y los atletas tienen que aceptar que una autoridad parasitaria, el ¨¢rbitro, que no juega (es decir, no produce), que no participa sentimentalmente de las ansias colectivas (puesto que su calidad de ?juez imparcial? le obliga a no sumergirse en la emoci¨®n colectiva, sino a inserirse en el juego en calidad de ?gendarme?) y que incluso demuestra su extra?eidad a ?la fiesta? acudiendo a la cancha en chaqueta civil (y con una caracterizaci¨®n crom¨¢tica ajena a ?la fiesta?), controle y determine su resultado y desarrollo.
La aceptaci¨®n de la autoridad parasitaria del ¨¢rbitro, como la gesti¨®n desp¨®tica de un extra?o al mundo del trabajo deportivo, que controla el juego sin producirlo, constituye una forma de entrenamiento colectivo para la aceptaci¨®n del control de la ?cosa p¨²blica? de parte de la clase ociosa y parasitaria, y, en general, habit¨²a a la aceptaci¨®n de una autoridad no nacida del mundo del trabajo, sino impuesta a ¨¦l. En fin, la aceptaci¨®n de un superpoder personal allana el camino para la promoci¨®n del caudillaje, donde la voluntad colectiva se pliega ante la superautoridad de un individuo-gu¨ªa, un condottiero. A trav¨¦s del ¨¢rbitro, la imagen del ?caudillo? se hace l¨®gica, familiar, cotidiana.
La introducci¨®n de la moviola no ha afectado a la sacralidad del poder arbitral, que sigue siendo irreversible. La moviola permite ahora constatar la injusticia arbitral, pero no, correspondientemente, corregirla. Con ello, la t¨¦cnica ha venido a aumentar el valor did¨¢ctico de la partida como aprendizaje para la soportaci¨®n pasiva del abuso, en cuanto que el p¨²blico puede hoy, m¨¢s que ayer, constatar la injusticia, pero le toca igualmente aceptarla.
Los abucheos, las protestas, los insultos al ¨¢rbitro, no sirven para nada. El sistema de autoridad reaccionaria que sugiere la partida se completa did¨¢cticamente por la contempor¨¢nea exhibici¨®n de la inutilidad de la insurrecci¨®n colectiva. La decisi¨®n del ¨¢rbitro no se corrige y la masa advierte as¨ª la inutilidad de la revuelta e incluso su inconveniencia (a la afrenta del arbitraje parcial se unen las sanciones al club ?rebelde?). Ello deval¨²a la confianza de la masa respecto a sus propias capacidades.
Por lo dem¨¢s, la rica gesticulaci¨®n del ¨¢rbitro, su estilo militaresco, la profusi¨®n de gestos fatuos, duros, definitivos, mussolinianos, la permanente pose de f¨¹hrer, los pu?os en la cintura, el abuso del dedo ¨ªndice, el ejercicio ostentoso de la autoridad por el disfrute mismo de la autoridad, las frecuentes discusiones con los jugadores a prop¨®sito del punto exacto (imprecisable) desde el que debe ser lanzada la falta, unida al status jur¨ªdico del que disfruta, hacen de ¨¦l una versi¨®n dominguera inconfundible del caudillo: un Mussolini ?modelo fin de semana?.
Un dato para el psic¨®logo. Declaraciones del ¨¢rbitro espa?ol (¨²nico seleccionado para los Mundiales de Argentina) Franco Mart¨ªnez (en Cuadernos para el Di¨¢logo, 8-IV-1978, entrevista de Vicente Verd¨²): ?Yo descubr¨ª la afici¨®n del arbitraje cuando ten¨ªa dieciocho a?os, y por accidente. Iban a jugar dos equipos pertenecientes a las centurias del Frente de Juventudes, y el ¨¢rbitro no acudi¨®. Como estaba en las gradas, me pidieron que dirigiera el encuentro. Para m¨ª fue decisiva esa impresi¨®n que produce tocar el silbato y ver c¨®mo veintid¨®s hombres se quedan parados.?
Con otras palabras, la gesticulaci¨®n f¨¹hresca del ¨¢rbitro no tiene nada de postizo.
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