El Gij¨®n, ¨²ltimo caf¨¦ literario de Madrid
Raro es el escritor, pintor, poeta o practicante de las artes y las letras en general que no haya llegado alguna noche al Caf¨¦ Gij¨®n con la ilusi¨®n de descubrir -como cuenta Franciso Umbral en La noche que llegu¨¦ al Caf¨¦ Gij¨®n- uno de los m¨¢s sagrados cen¨¢culos literarios de Madrid, el ¨²nico donde todav¨ªa se conserva la tradici¨®n de las tertulias literarias y art¨ªsticas presididas por venerables acad¨¦micos y viejas glorias de la cultura.La mayor¨ªa de los tertulianos del Gij¨®n han apurado ya la juventud, peinan canas y son sobrios consumidores de caf¨¦ con leche, manzanilla y vasos de agua. Como singulares piezas arqueol¨®gicas, inmunes a los cataclismos socioculturales, permanecen fieles a sus ritos y a sus formas. Cultivan el arte de la oratoria y la dial¨¦ctica -amena charla-, intercambian puyas al estilo valle-inclanesco, se regalan los o¨ªdos con reproches o con halagos y compiten en muestras de ingenio. Algunos de ellos se declaran adictos al domin¨® como terapia.
A la hora del caf¨¦ y durante toda la tarde se les puede ver al fondo de la sala, entre las dos ¨²ltimas ventanas, agrupados en tomo a la mesa de los poetas (este mes s¨®lo ocupada por un grupo muy reducido: los n¨¢ufragos de agosto). All¨ª se suelen sentar Gerardo Diego, Garc¨ªa Nieto, Eladio Caba?ero, Jes¨²s Fern¨¢ndez Santos, Buero Vallejo...
En el otro extremo del caf¨¦, la mesa de los pl¨¢sticos, pintores casi todos: Cristino Mayo, Redondela, Guijarro, Maruja Mouzas, Jos¨¦ Luis Verdes, Novillo, Conejo, Pombo, Bepo, Navarro, D¨ªaz....
Gij¨®n de d¨ªa, Gij¨®n de noche
Cuando llega la noche, el Gij¨®n experimenta desde hace ya alg¨²n tiempo una radical metamorfosis. Sus vetustos m¨¢rmoles y terciopelos, que el aparato de espejos multiplica hasta el infinito, se ven invadidos por otro tipo de p¨²blico: m¨¢s in formal, menos serio, que si muestra afici¨®n por las plumas no es precisamente por las plumas fiterarias. Es la marea gay que desborda la zona y que, al parecer, ha conseguido escandalizar a Nadiuska, vecina reciente del caf¨¦. ?El ambiente nocturno es unpoco desagradable. A vecs ha habido redadas de la polic¨ªa. Pero, ?qu¨¦ vamos a hacer? No es cuesti¨®n de pedir el documento de identidad a la entrada?, comenta Jos¨¦ L¨®pez de Brito, encargado del Gij¨®n desde hace diecisiete a?os y sobrino de la actual propietaria, que ha seguido d¨ªa a d¨ªa la vida del sal¨®n. ?Hay una notable diferencia entre la gente que viene durante el d¨ªa y el p¨²blico de noche. Por la tarde todav¨ªa se re¨²ne la tertulia de poetas y de pintores, y en invierno, la pe?a jur¨ªdica. Antes hab¨ªa muchos m¨¢s grupos: toreros, actores, fan¨¢ticos del f¨²tbol o del front¨®n. Gente de teatro, de la televisi¨®n, periodistas tambi¨¦n suelen venir bastante, y Severo Ochoa, cada vez que pasa por Madrid, come aqu¨ª.?
Cien a?os de historia
El Caf¨¦ Gij¨®n se inaugur¨® en 1888. Su propietario, Gumersindo Garc¨ªa, asturiano, claro, lo traspaso, en 1913, por 60.000 pesetas, a un peluquero de la calle de Ayala, el abuelo de Jos¨¦ L¨®pez, el actual encargado, quien a¨²n recuerda haber visto de ni?o, en el caf¨¦, a los hermanos Machado, a P¨ªo Bareja, a Benavente, a Hemingway.Desde entonces hasta hoy pervive la tradici¨®n familiar. Casi cien a?os: larga historia para un caf¨¦. Desde el negro par¨¦ntesis de la guerra hasta los a?os dorados, el per¨ªodo de auge entre las d¨¦cadas cincuenta y sesenta. Testimonios visibles de esa historia son los trofeos art¨ªstico-literarios que se han acumulado con el tiempo: dibujos de poetas, poemas de pintores, el ¨²ltimo manuscrito de Aldecoa, una colecci¨®n de cuadros donde figuran casi todas las firmas de la Escuela de Madrid (uno de ellos valorado en un mill¨®n de pesetas). Imposible de valorar ser¨ªa el recuerdo de todos los que all¨ª hicieron su tertulia diaria e incluso su oficina, como Gonz¨¢lez Ruano, Francisco Coss¨ªo, Ignacio Aldecoa, Camilo J. Cela, Buero Vallejo, Ram¨®n de Garciasol, Alvarez Ortega, Leopoldo de Luis, el poeta beat; Carlos Oroza y tantos otros.
En el retablo de protagonistas, junto a los personajes hist¨®ricos, los tipos pintorescos, como El Madriles, que cuando llevaba a Buero al,Gij¨®n se tomaba una cazalla y compart¨ªa con el caballo del coche una lata de jam¨®n de york. Y las figuras entra?ables, como la del camarero Manolo Luna, instituci¨®n del caf¨¦, a quien muchos clientes acud¨ªan cuando pasaban apuros econ¨®micos. Alg¨²n pintor novel correspondi¨® a sus pr¨¦stamos con un lienzo que ha llegado a alcanzar un insospechado valor.
Anecdotario
No menos rico es el cap¨ªtulo de an¨¦cdotas, historias curiosas, sucesos chocantes. Jos¨¦ L¨®pez cuenta algunas que parecen ficci¨®n ingeniada por alg¨²n gijonadicto.?Hab¨ªa un se?or que ven¨ªa todas las ma?anas en el coche con ch¨®fer y muy bien vestido. Al entrar nos saludaba amablemente a todos por nuestros nombres y se met¨ªa en los servicios. Al salir nos volv¨ªa a saludar y se marchaba sin m¨¢s. Intrigado por su conducta, un camarero le pregunt¨® a qu¨¦ se deb¨ªa. Impasible, el caballero respondi¨®: "Es que si no orino en el Gij¨®n, yo es que no orino".?
?Tambi¨¦n vino durante una temporada un anciano de aspecto respetable, que se paseaba por el caf¨¦, echaba un vistazo y se iba sin tomar nunca nada. Un d¨ªa me confes¨® que hac¨ªa cuarenta a?os se hab¨ªa citado aqu¨ª con un amigo y entraba para ver si ¨¦ste acud¨ªa.?
A un famoso escritor le ocurri¨® un incidente en el Cafe Gij¨®n que reafirm¨® la fama que gozaba de gafe. ?Un d¨ªa, alguien que lo reconoci¨® se atrevi¨® a pronunciar su nombre completo en voz alta y, al momento, se produjo una explosi¨®n de gas, precisamente en la mesa donde estaba sentado.?
Los personajes inolvidables
?Hablamos de casi todo, hasta de literatura, pero de una manera informal y si viene alguien con la pretensi¨®n de leemos un poema le amenazamos con leerle un libro entero. Esa t¨¢ctica de si me lees, te leo, nunca falla?, asegura Eladio Caba?ero, poeta de Tomelloso, veterano tertuliano del Gij¨®n y uno de los pocos que quedan despu¨¦s de la desbandada estival.Conspiraciones antipol¨ªticas, cotilleos de la villa y corte, disertaciones sobre grandes temas. Tambi¨¦n se habla bastante de premios y de sus jurados. Al Gij¨®n llega informaci¨®n sobre los concursos art¨ªsticos que se convocan en toda Espa?a y hasta hace dos a?os tuvo su propio premio de novela corta, instituido por Fern¨¢n G¨®mez, en 1947.
?El gremio femenino es muy fugaz en el Gij¨®n. Est¨¢ poco representado, aunque nosotros no somos antifeministas?, afirma otro contertulio. Francisco Umbral, en La noche que llegu¨¦ al Cafe Gij¨®n, ya se?ala esa ?condici¨®n borrosa y transe¨²nte? de las mujeres del caf¨¦. Pero tambi¨¦n estaban las fijas. Actrices ya entradas en a?os, como C¨¢ndida Losada, Mary Carrillo o Carmen Lozano. O reci¨¦n desembarcadas en la playa de los sesenta, como Elisa Ram¨ªrez, Sonia Bruno, M¨®nica Randall o Emnia Cohen. La escritora Ana Mar¨ªa Matute, Mar¨ªa Antonia Dansy y Maruja Mouzas, pintoras ambas; la poeta-periodista Elvira Daudet, son algunas de las presencias femeninas m¨¢s significadas en el mundo mis¨®gino, esencialmente masculino del caf¨¦.
Carlos Oroza, el poeta beat, es otro de los inolvidables. Entre juglar medieval y Ginsberg espa?ol, fue durante un tiempo alma del caf¨¦, donde sus improvisaciones l¨²dico-l¨ªricas eran celebradas por la concurrencia. ?Desapareci¨® de pronto sin dejar rastro ni noticia?, cuenta un asiduo. ?Algunos dicen que ha muerto y que su esp¨ªritu se aparece.?
No s¨®lo poetas, pintores, actores y gente de mal vivir han dado fama al Gij¨®n. En su retablo de personajes figuran tambi¨¦n algunos pol¨ªticos importantes -Mu?oz Grandes-, o hombres de ciencia, como Severo Ochoa. ?Recuerdo una noche que coincidieron aqu¨ª tres ministros?, comenta un cliente.
Historia, an¨¦cdota y leyenda se entremezclan. En el Caf¨¦ Gij¨®n todo pudo ser posible. Hasta organizar una cena underground con un maniqu¨ª como invitado de honor. Hasta tomar por cinco pesetas un caf¨¦. ?Hoy esto sigue siendo un buen negocio pero las cosas ya no son lo que eran?, dice con nostalgia uno de los camareros de la casa (el m¨¢s joven, con diecisiete a?os de servicio). ?Cada vez viene menos la gente seria y se?orial de antes, aunque todav¨ªa alg¨²n viejo cliente llama a la due?a para protestar porque no han encontrado papel higi¨¦nico en los servicios o porque les han servido la jarra de agua con cinco trozos de hielo, en vez de siete, como es la costumbre.?
Babelia
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