Ludmila Vlasova no se rinde
Era la noche del 30 de agosto de 1979. Todo Madrid estaba en movimiento: O., el famoso banquero auton¨®mico, amigo de Barral y m¨ªo, daba un baile en ese nuevo palacio de la plaza de Chamart¨ªn que ideara Ricardo Bofill. Para embellecimiento stendhaliano del mismo, ya revisado por Consuelo Berges, se hab¨ªa reunido en ¨¦l todo lo m¨¢s espl¨¦ndido que el lujo de Nueva York y de Tokio puede reproducir. La concurrencia era inmensa. Todos los circunspectos famosos llegaban en gran n¨²mero, a un preciso nivel de circunstancia, con la serenidad fortalecida por una justa posici¨®n de aplomo. Las mujeres m¨¢s hermosas de Espa?a le disputaban el trofeo a la Forner. Tan s¨®lo Lola Gaos resbalaba, tranquila, sobre el fresco dorado del est¨ªo. De pronto, acompa?ada de Bardem, lleg¨® una misteriosa joven en la que el fuego de sus ojos bell¨ªsimos y su cabello de ¨¦bano proclamaban largos a?os de militancia y danza. En toda su apostura, en todos sus gestos, trascend¨ªa, como notara Mu?oz Suay, un singular orgullo siberiano.Los extranjeros que iban Regando se quedaban asombrados ante la magnificencia de aquel baile y se alegraban de no haber acudido a La Habana. ?Ni la coronaci¨®n de Bokassa se puede comparar con esto?, dec¨ªan todos con raz¨®n silvante.
Los hombres -de Paquirri al marqu¨¦s de Grign¨®n, pasando por V¨ªctor Manuel y Dum-Dum Pacheco- estaban deslumbrados. Entre tantas mujeres destacadas, hubo que decidir cu¨¢l era la m¨¢s enigm¨¢tica del mes de agosto: la elecci¨®n no fue r¨¢pida, pero al fin qued¨® proclamada reina del baile la bailarina Ludmila Vlasova, aquella joven, de pelo negro y ojos de fuego, introducida por Bardem en nuestra ferroviaria sociedad.
Bardem quiso que su acompa?ante bailara en primer lugar con dos o tres dirigentes del PCE. Despu¨¦s, Ludmila acept¨® las invitaciones de algunos actores muy buenos mozos y muy nobles, pero su porte tan estirado le fastidi¨®. Al parecer, le divert¨ªa m¨¢s mortificar al joven Miguel Bos¨¦, que parec¨ªa muy enamoradizo. Era el muchacho m¨¢s brillante del baile; no en balde, siendo a¨²n beb¨¦, iba ya el angelito ataviado con sombrero paname?o y florentinos faldones. Esto, naturalmente, era para Ludmila una peque?a sorpresa, pero no mayor que volar en Aeroflot.
Sentada en un tresillo papandujo, Lola Flores, escoltada por Carmen y Lolita, comentaba ante un micr¨®fono de Radio Juventud: ?El color rojo me trae mala suerte. Pero, ?jo!, que nadie saque punta a lo que acabo de decir: esto no tiene matiz pol¨ªtico alguno.? El portero perdido del Ujpest Dosza contemplaba los labios de Carmina Ord¨®?ez con ternura de acero. En un rinc¨®n tranquilo, Abril Martorell le¨ªa las obras completas de Mike Waltari. El novicio Barrionuevo, regadera en mano, aliviaba el fogaje de los porros entre las plantas de los tiestos. Antoni(o) Guti¨¦rrez, en un ataque (leve) de comicidad estival, lleg¨® a quej¨¢rsele a Marisa Medina: Rojas Marcos intenta dividirnos. ? ?Y fray Tierno?, dir¨¦is, ?oh picaruelos! Pues fray Tierno, con su humildad de siempre, tan s¨®lo saludaba a cupletistas y camareros; bajito, muy bajito, af¨®nico de tanto grito, iay!, presalom¨®nico y de andar repitiendo ante el espejo: ?Todo lo que no es yo es incomprensible?
A medianoche se difundi¨® por el baile una noticia que suscit¨® tanto inter¨¦s emocionado como las encamadas canciones de Mar¨ªa Jim¨¦nez. EI ginec¨®logo asesino acababa de fugarse de la c¨¢rcel y, con un alarde de audacia occidental, hab¨ªa jurado que ir¨ªa al baile.
Mientras contaban esa an¨¦cdota, Miguel Bos¨¦, deslumbrado por las gracias y la firmeza ideol¨®gica de Ludmila, VIasova, con la que acababa de bailar un mambo, le dec¨ªa, al acompa?arla a su sitio casi loco de amor: ?Ay, chica: ?existe alguien en el mundo capaz de conquistar tu agrado?? La VIasova le contest¨®: ?Ese ginec¨®logo que acaba de fugarse.? Miguel Bos¨¦ se desmay¨®.
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