El reverendo sienta en el banquillo a su feligres¨ªa
Los vecinos de la peque?a aldea lucense de San Rom¨¢n de Campos hace tiempo que han perdido la convicci¨®n de que un sacerdote tenga que ser necesariamente un don divino. Para ellos, el reverendo Segundo Cap¨®n es m¨¢s bien un castigo que ya dura veinte a?os. Despu¨¦s de tanto tiempo de continua querella callejera, en la que se mezclan los asuntos celestiales con los terrenales, el p¨¢rroco ha decidido sentar en el banquillo a toda la feligres¨ªa por una cuesti¨®n de aguas. Los habitantes han contado al corresponsal de EL PAIS Ernesto S. Pombo sus diferencias con don Segundo, mientras ¨¦ste opt¨® por el silencio.
El p¨¢rroco de San Rom¨¢n de Campos, en el municipio lucense de Carballedo, ha demandado a la casi totalidad de sus feligreses, entre ellos uno fallecido hace ya algunos meses, por un conflicto de heredad de aguas, y pese a los requerimientos de los vecinos por llegar a un acuerdo amistoso. La demanda presentada por Segundo Cap¨®n Linares no ha sido una sorpresa para los vecinos de San Rom¨¢n, porque dicen llevar muchos a?os de lucha diaria con ¨¦l. El fin de esta demanda es impedir que puedan servir como testigos de los usos y costumbres vigentes hasta 1963, por ser parte interesada en el conflicto.San Rom¨¢n de Campos se encuentra en el municipio de Carballedo, en el l¨ªmite entre las provincias de Lugo y Orense. Quienes lo conocen coinciden en asegurar que se halla en peores condiciones de comunicaci¨®n que Piomedo, en los Ancares lucenses, y esto ?pese a que aqu¨ª gan¨® las elecciones UCD y a que hace diez a?os que est¨¢ aprobado el trazado de la carretera, que se encuentra todav¨ªa en obras. El cura juega un papel importante en el retraso que llevamos en la parroquia porque, adem¨¢s de dividir a los vecinos, se opone a todo lo que signifique progreso?.
Situado en la ladera de una empinada monta?a, San Rom¨¢n cuenta con una poblaci¨®n de edad avanzada. ?Los m¨¢s j¨®venes, los que no han emigrado, trabajan en Orense y a veces no vienen ni los fines de semana?, dice un hombre de casi sesenta a?os, mientras calienta un horno para cocer el pan y atiende a una r¨²stica alquitar¨¢, en la que destila aguardiente para su consumo. Viejas casas, algunas ya abandonadas, conforman esta aldea de m¨¢s de una treintena de habitantes.
El p¨¢rroco, Segundo Cap¨®n, vive en Temes, a unos cuatro kil¨®metros de San Rom¨¢n de Campos, adonde acude todos los domingos para oficiar una misa a las nueve y media de la ma?ana. ?El ¨²ltimo domingo?, dice una mujer de unos cincuenta a?os, ?hab¨ªa ocho personas en misa. Desde que empezaron los enfrentamientos, cada vez son menos los que van a la iglesia.?
?No, nunca he visto un cura como este?, asegura do?a Manuela, que sobrepasa los ochenta. ?No voy a misa porque casi no puedo andar, pero no por lo que ¨¦l haga, ya que una cosa no tiene nada que ver con la otra. El es as¨ª y no hay remedio. Tenemos que aceptarlo porque ya nos dimos cuenta que no quieren cambiarlo.?
Nos llama salvajes y comunistas
Los vecinos de San Rom¨¢n, que se mostraron dispuestos a hablar, pero no a dar sus nombres (?se los damos si hace falta, pero, por favor, no los ponga?), han perdido las esperanzas de que el p¨¢rroco les sea cambiado. ?Hemos hecho todo lo posible para llegar a un acuerdo y no lo hemos conseguido. La culpa no es nuestra.? Los incidentes son pr¨¢cticamente constantes y las gentes del pueblo ya casi no les conceden importancia. Parecen acostumbrados y resignados a permanecer en discordia con el sacerdote. ?La primera palabra que tiene para nosotros es la de salvajes. Se lo llama a todo el mundo y por cualquier motivo. Tambi¨¦n acostumbra a llamarnos comunistas con frecuencia.?Las desavenencias comenzaron hace ya tiempo -Segundo Cap¨®n lleva casi una veintena de a?os en la parroquia-, llegando a su punto m¨¢ximo con el conflicto de reparto de agua, que,seg¨²n los vecinos, ?ni necesita ni aprovecha?, pero que ha hecho que cunda la discordia entre los feligreses, quienes pretenden que se contin¨²en respetando los usos y costumbres que consideran les han sido arrebatados. ?Siempre recuerdo el reparto del agua y nunca hubo problemas hasta hace algunos a?os.?
Pero otros muchos han sido los enfrentamientos entre la casi totalidad de los vecinos y el p¨¢rroco, lo que ha hecho que se haya llegado a una situaci¨®n tensa que en varias ocasiones ha dado lugar a intentos de agresi¨®n. ?De momento no ha pasado nada porque la gente sabe reflexionar, aunque ¨¦l provoca continuamente. Claro que, en un momento de acaloramiento, puede ocurrir cualquier desgracia. ?
?No s¨¦ qu¨¦ quiere que le diga. Si le cuento algo y se entera es capaz de esperarme en el camino y ahogarme.? Pese a ello, la mujer se decide a hablar. ?Yo estaba un d¨ªa tornando (conduciendo) el agua, cuando lleg¨®, y a la vez que me empujaba me dec¨ªa: "Ret¨ªrate de ah¨ª, bruxa, que eres una bruxa." En esto lleg¨® uno de sus amigos y le dijo: "D¨¦jala, que a ¨¦sta la mato yo cualquier d¨ªa." En vista de ello, cog¨ª una piedra y los amenac¨¦. El cura me dijo que no volviese a la iglesia, que no me quer¨ªa ver ni en la puerta porque era una bruxa, y las bruxas no entran en la iglesia. Yo casi lloraba. Ten¨ªa miedo porque el que estaba con ¨¦l ten¨ªa un rodo (hazada) en la mano, y me hab¨ªa amenazado. Tambi¨¦n me dijo que si me mor¨ªa no me enterrar¨ªa en el cementerio, por ser una bruxa. ?
?Es que hace lo que quiere?, a?ade un hombre presente en la conversaci¨®n. ?No deja que se hagan panteones, y los que se mueren tienen que ser enterrados en la tierra. Muchos que nacieron aqu¨ª gustar¨ªan de ser enterrados en este cementerio, pero como no deja hacer panteones se van a otras aldeas a comprarlos.? Hay que resaltar a este respecto que el hombre de la aldea gallega, y por creencias, concede una gran importancia y respeto al pante¨®n, intentando por todos los medios no ser enterrado en la tierra.
?Tampoco deja que se tire arroz en las bodas. A m¨ª me rompi¨® un traje el d¨ªa que lo estrenaba?, comenta un joven de poco m¨¢s de veinte a?os. ?No quiere que se tire arroz a los reci¨¦n casados porque dice que se lo tiramos a ¨¦l por el significado que tiene su primer apellido (el cap¨®n es un pollo que se engorda para comer en Navidades). El mismo d¨ªa que lo estrenaba, me lo rompi¨®. ?
?A m¨ª no me quiso casar. Me dijo que faltaba un certificado, pero no quiso decirme cu¨¢l?, relata un hombre mientras, sin levantar la cabeza, remueve la tierra de su huerta. ?Me faltaba un certificado y acud¨ª a otro cura, amigo m¨ªo, para saber cu¨¢l era. Luego le present¨¦ todos los papeles necesarios para la boda y aun as¨ª se neg¨® a casarme. S¨®lo lo hizo cuando le asegur¨¦ que me ir¨ªa a vivir con mi novia.?
?Lleg¨® incluso a llamarnos asesinos, asesinos de nuestros hijos porque no los llev¨¢bamos a la iglesia?, relata otro vecino. ??C¨®mo ¨ªbamos a llevarlos, si era una ma?ana de invierno y hab¨ªa una helada de esas que acostumbran a caer por aqu¨ª??
El s¨¦ptimo, a descansar
?Las discusiones son continuas. Es un dictador que quiere ponernos el pie en el cuello hasta ahogarnos, pero no le dejamos. A m¨ª ya me ha denunciado a la Guardia Civil por trabajar en domingo. No, no le tenemos miedo, lo ¨²nico que ocurre es que le hemos perdido el respeto, y ¨¦l a nosotros. He nacido aqu¨ª, y nunca recuerdo que hubiera tanta tirantez como ahora. Lo del agua es un paso m¨¢s dentro de la lucha que venimos manteniendo.?La demanda presentada por Segundo Cap¨®n contra los feligreses de su parroquia no parece ser el motivo m¨¢s importante del malestar de esta gente. El agua, proveniente de un estanque situado en la parte alta del pueblo, era aprovechada y repartida de la forma m¨¢s conveniente por los vecinos hasta el momento en que los encargados de los terrenos pertenecientes a la iglesia -dos huertas de unas cinco ¨¢reas de extensi¨®n- cedieron el agua sobrante de sus riegos a otros vecinos. Los requerimientos para llegar a un acuerdo no fructificaron, y el p¨¢rroco, tras demandar, en un principio, a los interesados m¨¢s directos en el conflicto, hizo m¨¢s tarde lo mismo con casi toda la parroquia.
Segundo Cap¨®n Linares se neg¨® a hacer declaraciones. Ni desminti¨®, ni ratific¨® lo expuesto por sus feligreses. Se limit¨® a decir: ?Mi abogado est¨¢ redactando un escrito para desmentir las informaciones aparecidas hasta ahora sobre el reparto del agua. No tengo nada m¨¢s que decir.?
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