Silencio
Algunas noticias, para empezar, con un objetivo final:1. Seg¨²n estudios realizados por dos profesores de la Universidad de California, en las zonas cercanas a los aeropuertos nacen, proporcionalmente, m¨¢s ni?os anormales que donde no hay ruido de aviones. Nowel Jones y Judy Tauscher, que as¨ª se llaman estos investigadores, precisan que las taras de los reci¨¦n nacidos van desde la ausencia de cerebro hasta la aparici¨®n de un dedo suplementario.
2. El profesor Tremolieres, de la Academia de Medicina de Par¨ªs, considera que, tarde o temprano, el ruido condena a los habitantes de las grandes ciudades a la sordera y a la locura, pasando por enfermedades del coraz¨®n y por ¨²lceras de est¨®mago.
3. Si los poderes p¨²blicos no ponen remedio, en el a?o 2000 seremos todos sordos, escribe la muy seria revista cient¨ªfica inglesa World Medecine.
4. El alcalde de Aix-les-Bains ha decidido sustituir las porras de los guardias municipales por aparatos destinados a medir los decibelios de las motos y de los autom¨®viles.
5. Se ha fijado en setenta decibelios el l¨ªmite que no se debe sobrepasar, so pena de lesiones graves; Buenos Aires, la ciudad m¨¢s ruidosa del mundo, alcanza holgadamente esa cifra, y Madrid, que le va en zaga, se le aproxima en algunas zonas; en las discotecas se alcanzan f¨¢cilmente los 250. Schopenhauer asegura que la inteligencia del hombre es inversamente proporcional a la cantidad de ruido que puede soportar. ?Qu¨¦ pensar¨¢ de nosotros?
Hubo un tiempo en que cada ciudad ten¨ªa su relieve sonoro propio, seg¨²n la eufon¨ªa del idioma: el sonido de las campanas, los gritos de los vendedores ambulantes (?se oye ahora en Madrid: Miel de la Alcarria, de la Alcarria, miel?), el resonar de los pasos en las losas o en los adoquines, el borbollar de las fuentes, los golpes del chuzo del sereno contra las aceras y la resonancia de su voz entre las callejuelas.
Muchas de estas cosas han desaparecido, y otras est¨¢n ahogadas por el ruido uniforme de la circulaci¨®n. Todas las m¨¢quinas motorizadas tienen en com¨²n el emitir sonidos que no aportan ninguna informaci¨®n, y lo mismo que la Singer introdujo la linearidad en el vestido, el motor aport¨® el ruido continuo y sin modulaciones, que no existe en la naturaleza. Desde que apareci¨® el martillo neum¨¢tico las aldeas gallegas perdieron los golpes arr¨ªtmicos de los picapedreiros, y con ellos, las canciones que acompa?aban. ?C¨®mo cantar al comp¨¢s de una perforadora? ?C¨®mo percibir, al son de esos artefactos, ?la esencia misma, la fuente y el origen de toda m¨²sica que es el muy agradable sonido que producen los ¨¢rboles del bosque cuando crecen?, como dec¨ªa E. A. Poe?
Ya en 1830, en El rojo y el negro, Sthendal se aterr¨® ante las perturbaciones que produc¨ªan las m¨¢quinas en las capitales de provincia francesas: ?Apenas se entra en la ciudad, se siente uno mareado por el estr¨¦pito de una m¨¢quina ruidosa y aparentemente terrible. Veinte martillos pesados, que caen, produciendo un ruido que hace temblar la calzada, son elevados por una rueda movida por el agua del torrente. Cada uno de esos martillos fabrica no s¨¦ cu¨¢ntos clavos por d¨ªa ... ?
Todav¨ªa a principios de este siglo se manten¨ªa -luchando contra el ruido invasor- el relieve sonoro caracter¨ªstico de las ciudades. Escribe Thomas Mann: ?Nos rodea un murmullo semejante al del mar, pues mi casa est¨¢ situada al borde del r¨ªo, que baja r¨¢pidamente soltando espuma contra los grandes pilones lisos. R¨ªo arriba, hacia la ciudad, unos pontoneros se dedican a construir un puente; se oyen los pasos de sus pesadas botas sobre los maderos, y las ¨®rdenes de los capataces. Pero ya nos alcanzan los ruidos de la industria, pues hay, a unos cien metros hacia abajo, una f¨¢brica de locomotoras. De esta forma, se mezclan en esta ciudad medio r¨²stica los ruidos de la naturaleza, todav¨ªa replegada en s¨ª misma, con los del trabajo humano, mientras que sobre todos se extiende el fulgurante esplendor de la hora matinal.?
Por aquella misma ¨¦poca, a la altura de la primera guerra mundial -n¨®tese que tambi¨¦n es la primera guerra motorizada de la historia-, los ruidos penetran en la m¨²sica. Se dir¨¢ que la orquesta se hab¨ªa desarrollado de forma innecesaria, y que los sfforzandi de Beethoven eran tan agresivos como los ruidos de hoy; es discutible. Lo cierto es que en 1916 el compositor futurista Luigi Russolo publica un manifiesto en el que glorifica el movimiento de los pistones, la palpitaci¨®n de las v¨¢lvulas, los gritos estridentes de las sierras mec¨¢nicas, los saltos sonoros de los tranv¨ªas en los ra¨ªles... ?orquestaremos las puertas corredizas de los almacenes, el rugir de las multitudes, las algazaras de las estaciones, de las fundiciones, de las imprentas, de las f¨¢bricas el¨¦ctricas y de los ferrocarriles subterr¨¢neos?.
Eric Satie incluye en Parade una m¨¢quina de escribir; Honegger imita la aceleraci¨®n de la locomotora en Pacific 231; Prokofief compone Paso de acero; Molossov, La fundici¨®n de acero; Carlos Ch¨¢vez, HP; Antheil, Ballet mec¨¢nico, con acompa?amiento de h¨¦lices de avi¨®n; las meditaciones, los nocturnos y las pastorales dejan paso a las composiciones futuristas, y Russolo inventa una orquesta de vibradores, meg¨¢fonos, rugidores y bramadores.
?Esta clase de m¨²sica es soportable? Dos psiquiatras alemanas realizaron una experiencia con 208 instrumentistas de tres orquestas sinf¨®nicas diferentes. Los m¨²sicos de una orquesta (la llamaremos A), tocaban ¨²nicamente m¨²sica de vanguardia; los de la orquesta B dedicaban la tercera parte del tiempo a la m¨²sica de vanguardia, y el resto, a la cl¨¢sica; la orquesta C s¨®lo tocaba m¨²sica cl¨¢sica. Resultado: las afecciones fisicas y los problemas ps¨ªquicos aumentaban a medida que crec¨ªa la parte dedicada a la m¨²sica moderna.
El 45% de los instrumentistas de la orquesta A (m¨²sica moderna), sufrieron achaques del coraz¨®n, o tuvieron problemas circulatorios, y s¨®lo el 32% de la orquesta C.En cuanto a enfermedades del sistema digestivo, se observaron en un 32% en la orquesta A, por un 10% en la B. M¨¢s sufri¨® con la m¨²sica moderna el sistema nervioso: 32% de los miembros de la orquesta A sintieron perturbaciones ps¨ªquicas; 22% sufrieron insomnio grave, y 36%, jaquecas agudas, mientras que ning¨²n instrumentista del grupo C se quej¨® de dificultades nerviosas.
Comentando estos resultados, la music¨®loga y doctora alemana Numa F. Tetaz se?ala que la m¨²sica de vanguardia produce perturbaciones por el ruido que hace: al ampliar electr¨¢nicamente los instrumentos tradicionales; al introducir sirenas, motores de explosi¨®n y otros perforadores de cr¨¢neos; al combinar todos esos ruidos con una brusquedad calculada, muchos compositores cometen verdaderas agresiones sonoras. Estas no s¨®lo ensordecen, sino que desorganizan el funcionamiento del sistema nervioso, del coraz¨®n y de los intestinos. Subraya el caso de varias interrupciones de ensayos debido ac¨®licos colectivos.
Todo esto para llegar a decir que los feligreses de Guadalupe, en el municipio de mi querida Villalba de Fraga, corren todos estos peligros por culpa de su ruidoso cura. Es cierto; no es tan grave como esa monstruosa sirena colocada en uno de los m¨¢s altos rascacielos de Vancuyer, que marca las horas tocando el himno nacional canadiense y que llega con la fuerza de setenta decibelios a un kil¨®metro de distancia. Ni mucho menos, como la c¨¦lebre erupci¨®n del volc¨¢n Krakatoa, en Indonesia, los 25 y 26 de agosto de 1883, cuyos ecos llegaron hasta la isla Rodr¨ªguez, situada a 4.500 kil¨®metros. No es tanto, porque este es el ruido m¨¢s fuerte que se ha producido en la historia. Pero los feligreses de Guadalupe est¨¢n hartos de o¨ªr campanas (grabadas en cinta magnetof¨®nica) desde las seis de la madrugada; les irrita que les metan por los o¨ªdos las novenas, los rosarios, los padrenuestros y las avemar¨ªas por mbdio de los altavoces que mandan la palabra del cura a trav¨¦s de prados y de regatos. Porque, como dicen mis paisanos, siempre los pone a tutipl¨¦n.
Tu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo
?Quieres a?adir otro usuario a tu suscripci¨®n?
Si contin¨²as leyendo en este dispositivo, no se podr¨¢ leer en el otro.
FlechaTu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PA?S desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripci¨®n a la modalidad Premium, as¨ª podr¨¢s a?adir otro usuario. Cada uno acceder¨¢ con su propia cuenta de email, lo que os permitir¨¢ personalizar vuestra experiencia en EL PA?S.
?Tienes una suscripci¨®n de empresa? Accede aqu¨ª para contratar m¨¢s cuentas.
En el caso de no saber qui¨¦n est¨¢ usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contrase?a aqu¨ª.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrar¨¢ en tu dispositivo y en el de la otra persona que est¨¢ usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aqu¨ª los t¨¦rminos y condiciones de la suscripci¨®n digital.