Mac¨ªas pidi¨® ayuda a sus familiares antes de morir fusilado
El cad¨¢ver de Francisco Mac¨ªas yace sepultado en una gran fosa abierta el pasado s¨¢bado en el cementerio de Santa Cruz, en Malabo. A pocos metros de su tumba, sobre la cual nadie ha puesto inscripci¨®n alguna, se yergue una enorme ceiba, s¨ªmbolo de Guinea Ecuatorial, que ¨¦l sustituy¨® a la fuerza por un gallo.
Las ¨²ltimas horas del dictador estuvieron marcadas por la contrariedad. Nunca acept¨® ser culpable, negaba que ¨¦l hubiera sido un asesino y despreciaba abiertamente a los otros cinco reos que fueron fusilados y pasaron los ¨²ltimos momentos junto a ¨¦l.La sentencia se hab¨ªa conocido poco antes del mediod¨ªa. A las cuatro de la tarde, las autoridades que custodian la prisi¨®n de Blabeach -escenario de tantas atrocidades- ofrecieron a los sentenciados una buena comida. Tambi¨¦n les dijeron que si deseaban algo especial pod¨ªan disponer de ello.
Uno de los condenados pidi¨® una botella de co?ac. Otros pidieron cordero para comer. Pero Mac¨ªas dijo que no se encontraba bien. Intent¨®, sin embargo, comer algo, pero no lleg¨® a hacerlo. Su rostro era el de un jefe de tribu indignado, crispado, cuyos errores hubieran conducido a su pueblo a la desolaci¨®n.
Los presos fueron sacados al patio de la c¨¢rcel. Todos, salvo Mac¨ªas, lloraban con amargura y gritaban a quien quisiera o¨ªrles su inocencia. El m¨¢s afligido era Miguel Eyegue. Pidi¨® a sus hijos que buscaran la intercesi¨®n del presidente Teodoro Obiang y repiti¨® hasta la saciedad que ¨¦l no hab¨ªa matado a nadie.
En el patio, un piquete de ejecuci¨®n de veinti¨²n hombres, todos soldados guineanos, que se prestaron voluntariamente a la ejecuci¨®n. Entre ellos, miembros de las etnias fang, bubi y kombe. Cada reo fue enca?onado por tres soldados. Les fueron puestas vendas en los ojos. Ninguno estaba atado.
Un grupo de no m¨¢s de treinta personas asist¨ªa a la ejecuci¨®n, a la que la prensa no tuvo acceso. No hab¨ªa ning¨²n espa?ol. Entre los testigos, un sacerdote cat¨®lico guineano, el padre Eto, que ofreci¨® sus servicios a los condenados. Mac¨ªas le rechaz¨®. ?No tengo nada de que confesarme?, dijo entre dientes.
A muy pocos metros de all¨ª, el mar tropical que ba?a Malabo se mec¨ªa tranquilo. Tambi¨¦n a escasos metros, un peque?o grupo de curiosos contemplaba desde las ventanas del hospital los momentos postreros del que fuera el hombre m¨¢s poderoso de Guinea Ecuatorial durante once a?os.
Orgullo y miedo
El dictador dio un peque?o paso adelante y habl¨® en fang, con el rostro eclipsado por la turbaci¨®n, el orgullo y el miedo. Pregon¨® su inocencia y pidi¨® ayuda para los suyos. Las palmas de sus manos estaban vueltas hacia atr¨¢s, como dicen aqu¨ª que los hechiceros las ponen antes de emprender el vuelo. Su voz ronca fue acallada por un oficial. Son¨® una descarga potente, que al instante se alej¨® hacia el mar. Los seis cuerpos se arrugaron hacia adentro. El de Mac¨ªas tard¨® en caer al suelo y all¨ª recibi¨® el tiro de gracia.Un cuarto de hora despu¨¦s los cuerpos fueron depositados en una sala del hospital pr¨®ximo durante unos minutos. Algunos guineanos vieron el cad¨¢ver del dictador y los de sus colaboradores, para los cuales las fosas acababan de ser abiertas. En Malabo sub¨ªan los sones de una canci¨®n con ritmo caribe?o y los ecos alejados de los brindis hechos entre abrazos, l¨¢grimas y besos. Todo hab¨ªa terminado. Eran las seis de la tarde. Ese mismo d¨ªa, hace once a?os, Mac¨ªas hab¨ªa subido al poder.
En el cementerio de Santa Cruz todos los a?os se celebra una ceremonia bubi llamada ?ames, despu¨¦s de la misa del gallo, en Nochevieja. El bien y el mal luchan encarnados en dos figuras. Son dos hombres disfrazados con trajes salpicados de espejos. Los habitantes de Malabo presencian el duelo con antorchas. El que venza, vencer¨¢ durante todo el a?o y lograr¨¢ que las cosechas maduren o se malogren, el mar sea manso o feroz, los ni?os nazcan o perezcan. Este a?o, los habitantes de Malabo dicen que vencer¨¢ el bien en Guinea.
Un torturador, indultado
El tribunal c¨ªvico-militar, presidido por el capit¨¢n Oyoe, decidi¨® en el ¨²ltimo momento perdonar la vida de Salvador Ondo Ela, seg¨²n confirmaron a Efe fuentes seguras.Salvador Ondo Ela fue hallado culpable de participar en numerosos asesinatos cometidos durante su etapa al frente de la c¨¢rcel de Malabo.
Ondo Ela ten¨ªa un perro que utilizaba para torturar a los prisioneros, muchos de los cuales mor¨ªan a consecuencia de los mordiscos. Est¨¢ considerado por la poblaci¨®n ecuatoguineana como uno de los m¨¢s sanguinarios torturadores del r¨¦gimen macista.
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