La vida cotidia en Guinea Ecuatorial despu¨¦s de la pesadilla de Mac¨ªas
Guinea Ecuatorial ha permanecido en el silencio durante once a?os de dictadura. Sus gentes parecen haber perdido la noci¨®n del tiempo, pero su memoria despierta lentamente de esta larga pesadilla. La vida ha vuelto a Malabo, antes Santa Isabel. Rafael Fraguas escribe sobre un d¨ªa cualquiera en las calles de esta ciudad y en algunos parajes de esta isla.
Al amanecer, alg¨²n cami¨®n militar recoger¨¢ en las calles de Malabo a los desocupados, para llevarlos a faenar el cacao. La vida en el viejo mercado, comenzar¨¢ a cobrar su pulso, poco a poco, mientras algunos coches con matr¨ªcula diplom¨¢tica, surcar¨¢n las calles despacio. Los braceros nigerianos reci¨¦n llegados; comprar¨¢n sus provisiones antes de trabajar; las mujeres abrir¨¢n, de par en par, las ventanas de sus casas; el embajador de Francia enriquecer¨¢ su magn¨ªfica colecci¨®n de mariposas y el embajador espa?ol a?orar¨¢ la emisora de radio que posee su colega franc¨¦s. El d¨ªa, un d¨ªa cuaquiera, ha llegado. Lo que m¨¢s llama la atenci¨®n en Malabo, es que el tiempo apenas existe. Envueltas en un tipo de silencio similar al de algunos pueblos de Espa?a, pero al que se hubiera vaciado con un gran ¨¦mbolo, las horas discurren pausadamente, sin que resulte posible percibir su flujo plano. Poblada por fangs procedentes del territorio continental de R¨ªo Muni, gentes sinceras de raza bant¨², guerreras hasta hace cincuenta a?os, por bubis afables, dedicados a la agricultura y al comercio, criolls, fernandinos y kombes, todos ellos con diferente grado de asimilaci¨®n a esta tierra y a la presencia de los colonos espa?oles, la isla de Bioko, antes llamada Fernando Poo, parece encontrarse bajo la advocaci¨®n de dos dioses.
Encima de Malabo, trazada con cartab¨®n, por espa?oles y portugueses, se alza majestuoso el monte Basil¨¦, de 3.007 metros de altitud. El pico que remata en el cielo esta gigantesca monta?a volc¨¢nica, dificilmente se despeja de la bruma que lo envuelve todo el a?o.
Lucha permanente contra la selva
Por las lindes de las carreteras del interior de la isla se descubre la presencia humana casi oculta por la vegetaci¨®n. Hombres con harapos, mujeres con grandes cestos llamados ncu¨¦s, unos y otros provistos de inevitables machetes para chapear constantemente la selva, caminan lentamente hacia las enormes plantaciones de cacao, casi todas propiedad de espa?oles.
All¨ª, desde las seis de la ma?ana hasta el atardecer, varear¨¢n los troncos del ¨¢rbol del cacao, donde crece el fruto verde primero, amarillo despu¨¦s, al fin rojo. Luego, se sentar¨¢n en corros y con sus machetes dar¨¢n un tajo a cada pi?a de cacao, de la que sacar¨¢n la pulpa que lleva envueltos los granos. Sobre palmas de banaos separar¨¢n el fruto, que envasar¨¢n m¨¢s tarde en sacos de color marr¨®n hechos con las ramas y el tronco del abac¨¢ un ¨¢rbol correoso y brillante que crece aqu¨ª.
El grano pasar¨¢ luego a los secaderos. Son cobertizos rectangulares, alargados y oscuros, y de su interior sale un aroma suave entre calor denso. Alimentado al fuego de madera, el secadero recibe el cacao y lo calienta hasta que pierde la grasa y el agua. Se tostar¨¢ durante tres d¨ªas al fuego lento de la madera que arde bajo una superficie larga, donde el grano ha sido puesto y es removido por unos grandes dientes que giran para esparcirlo constantemente.
Los jornales, cada mes, no superan los 2.500 ekuel¨¦. Comprar un huevo de gallina cuesta cien ekuel¨¦; 250, un kilo de patatas, y un par de zapatos, la paga de dos meses de trabajo en el cacao, la ocupaci¨®n m¨¢s extendida. Para comprar un vestido hay que trabajar cuatro meses, y para lograr un reloj de calidad aceptable es necesario gastar ¨ªntegramente la paga de veinte meses.
Alimentaci¨®n de superviviencia
La alimentaci¨®n es de subsistencia. El agua est¨¢ cuajada de g¨¦rmenes e ingerirla acarrea riesgos serios de contraer disenter¨ªa amebiana. La leche, pr¨¢cticamente no existe. La banana, la naranja amarilla y la pi?a, as¨ª como un tub¨¦rculo blanquecino llamado yuca, parecido a la patata, pero con menos poder nutritivo, son los productos que presiden todas las mesas. De cuando en cuando hay algo de carne de ceb¨², pero su precio es tan elevado que casi nadie puede comprarla. De las bebidas, ¨²nicamente llegan botellines de cerveza espa?ola o china, de sabor dulz¨®n, a quinientos ekuel¨¦ cada envase, el mismo precio que hay que pagar para fumar un paquete de tabaco canario o rubio americano. Una conferencia telef¨®nica con Madrid, de duraci¨®n normal, puede comportar el desembolso de un cuarto de kilo de billetes de veinticinco ekuel¨¦.
Es frecuente ver ni?os afectados de poliomielitis, a quienes los otros ni?os colocan encima de carritos con ruedas, sobre los que se deslizan por las aceras. El Calcio 20 cuesta una fortuna y resulta dif¨ªcilmente localizable, como las vitaminas, el plasma o el suero. Las endemias azotan muy frecuentemente a la poblaci¨®n guineana. El paludismo lo sufre un porcentaje muy elevado de la poblaci¨®n y la fillaria causa estragos peri¨®dicamente, al igual que la disenter¨ªa. Las autoridades hacen esfuerzos para conseguir medicamentos, pero su flujo sigue siendo irregular, lo mismo que su distribuci¨®n y consumo. La natalidad es muy elevada, pero la mortalidad infantil alcanza topes inhumanos, como el de la edad med¨ªa, y las expectativas de vida, baj¨ªsimas.
El hospital de Malabo carece de casi todo. No tiene comedor, y por su interior las ratas vagan a su antojo, pese a que se las persigue. En ocasiones la secci¨®n infantil albergaba dos ni?os por cada cama durante las epidemias y endemias que c¨ªclicamente afectan tambi¨¦n. a la poblaci¨®n menuda.
No es dif¨ªcil ver ni?os con el vientre abultado y con el ombligo inflamado hasta proporciones grotescas. A los cinco a?os de edad, los ni?os guineanos se convert¨ªan en comerciantes. Se les suele ver en los mercados, sentados detr¨¢s de un puestecito, donde venden bananas tabaco, pilas de linterna, barritas de pan de miga amazacotada o yuca. Mec¨¢nicamente repiten el precio de sus art¨ªculos, jam¨¢s piden limosna y nunca dicen gracias.
Malabo es una ciudad sin mendigos, y la prostituci¨®n no existe. Que un ni?o de diez a?os ofrezca cari?osamente al forastero una hermana suya de quince no es inusual. Las costumbres sexuales carecen de los tab¨²es occidentales. Los fang acostumbran tener tres esposas, que viven en el hogar conyugal juntas, casi siempre en armon¨ªa plena. Adem¨¢s, los hombres suelen tener una o dos miningas, t¨¦rmino bajo el cual se conoce a la amiga ¨ªntima y confidente.
Casi todos los hombres y mujeres beben bebidas alcoh¨®licas en proporciones elevadas. La malamba, aguardiente de ca?a de az¨²car fermentada, es la m¨¢s usual. Produce una euforia inusitada y cierta agresividad, que al d¨ªa siguiente acarrea fuertes dolores de cabeza a los que la beben. Tambi¨¦n se toma top¨¦, savia de la palmera que da los d¨¢tiles, con sabor fin¨ªsimo fortalecido por hierbas que lo hacen fermentar. El aroma del contriti, una especie de t¨¦ local, es inolvidable. Se consume mucho a la hora del desayuno por sus cualidades antipal¨²dicas y se extrae de hierbas que crecen al borde de los senderos. Con una botella de co?ac espa?ol se pueden conseguir ocho kilos de langostinos de uno de los pesqueros sovi¨¦ticos que de cuando en cuando atracan en el puerto de Malabo. El due?o de una botella de g¨¹isqui tiene casi todo a su alcance.
Lo m¨¢s peculiar de las gentes de Malabo es su cordialidad. Inmediatamente preguntan cu¨¢l es tu gracia -tu nombre-, abren su mano para estrechar la tuya y pasan sus brazos por tus hombros. A los pocos segundos te han invitado a malamba y a bailar por la noche en el casino de la ciudad. Hasta que no hacen bailar al forastero no quedan contentos, y se r¨ªen con grandes carcajadas cuando se les dice que nadie baila tan bien como ellos. El ritmo es algo que parece instalado en las caderas de los morenos -as¨ª se hacen llamar- desde siempre. No es infrecuente ver ni?as de cort¨ªsima edad danzar en plena madrugada desde la espalda de sus padres, atadas por una faja de tela, ni tampoco ver una anciana mover elegantemente sus brazos y su talle al son de un aire con sabor caribe?o.
La m¨²sica la protagoniza casi siempre Eu, el joven director de la Banda Internacional Fiesta Eto-Fili, que en fang significa Tierra Libre. Con sus diecisiete m¨²sicos, guitarras, saxos, bongos, congas, bater¨ªa, cantantes de timbre agudo, acostumbra llenar de m¨²sica, desde el casino, la noche de la ciudad hasta la madrugada
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