Bandas de delincuentes formadas s¨®lo por mujeres
Dos hermanas pasean por la calle de San Bartolom¨¦ una noche de septiembre. De un portal, de una esquina o de cualquier lado salen de repente tres mujeres. Es un atraco. Les quitan el reloj, mil pesetas. El reloj marc¨® el tiempo a las veintid¨®s horas. Despu¨¦s lleg¨® el aviso, la polic¨ªa. Detenidas.Fueron tres mujeres las de la calle de San Bartolom¨¦, de veintiocho, veinte y dieciocho a?os. Solas, sin hombres. Y hay m¨¢s, quiz¨¢ podr¨ªa hablarse de bandas femeninas. Pero ellas prefieren llamarse hermanas.
Tres, eran tres, y todas, perversas. Otras tres. Una, rubia, de pantalones de pl¨¢stico acerado. Guapa y pintada. Sonr¨ªe a su morena de pelo corto, que se deja coquetear mientras esconde la sonrisa en la espalda de las gafas. La tercera, la m¨¢s fuerte, mira impaciente mientras saca unas llaves y habla de unas garis (cabinas). Son hermanas, compa?eras de vida y amor y de hacer las cosas juntas. Las cabinas, con llaves falsas, y en tres segundos se consiguen m¨¢s de 6.000 pesetas; restaurantes, boutiques, entrando por alguna ventana interior o qued¨¢ndose dentro. Poco riesgo, alg¨²n dinero y alg¨²n abrigo de pieles, porque la rubia ten¨ªa fr¨ªo, a punta de navaja. Agresivas si alg¨²n hombre intenta ligarlas o pasarse, y con odio. ?Los t¨ªos me hab¨ªan dado muchos palos de estar buscando queli (casa) para dormir y llevarme a la suya y violarme a pu?etazos. Les ten¨ªa mucho miedo y los odiaba.?
Hermanarse es una de las formas como las mujeres pueden vivir la delincuencia. En grupos no muy numerosos, de tres, cuatro, hasta dos amigas, que pueden estar unidas unos meses, semanas o incluso a?os, si se entienden bien y no falta el dinero. Sus actividades suelen ser tr¨¢fico de drogas y robos peque?os, y son raros los atracos importantes o personales. Todav¨ªa.
Tampoco suelen recurrir un grupo de hermanas al timo en la prostituci¨®n ni al chantaje, pues lo que m¨¢s odian es que la mujer, ?una de mis compa?eras?, dice la morena, ?peque en carne?. Porque se gustan m¨¢s entre ellas y prefieren conseguir el dinero de la misma forma que los hombres delincuentes.
Se juntan tambi¨¦n como r¨¦plica al machismo y la marginaci¨®n que les imponen los hombres de su mundo. Pues como colegas se las desprecia y sus funciones no son casi nunca de responsabilidad. Los santos (aviso de algo para atracar) femeninos tampoco se siguen, porque pocos creen que la cabeza de una mujer pueda organizar algo correctamente y sin riesgos de ir presos. Pero, sobre todo, est¨¢ la cuesti¨®n de la fuerza, cuando la ley la impone el m¨¢s fuerte; no se cree en los pu?os de una mujer ni en que sea capaz de usar una navaja o apretar un gatillo. Abusar entonces de una mujer puede ser algo muy f¨¢cil. Y las delincuentes femeninas lo saben.
Unas utilizan el cuerpo
?Yo estaba en un bar viendo una actuaci¨®n, y como no ten¨ªa casa para dormir, le dije a uno que si me pod¨ªa ir a la suya. Me dijo que s¨ª, que sin problemas. Por la calle nos encontramos con tres que yo conoc¨ªa de vista; ten¨ªan coca¨ªna y tambi¨¦n subieron a la casa. Despu¨¦s de ponernos la coca, yo me fui a dormir y, de repente, llegaron los tres, y mientras uno me daba pu?etazos, otro intentaba quitarme los pantalones para violarme. Yo empec¨¦ a chillar y, como pensaron que pod¨ªa llegar la polic¨ªa, salieron corriendo. Y aunque no llegaron a violarme, yo s¨®lo quer¨ªa vengarme, meter un tiro a uno por rabia, que ellos, por la cara, abusan de ti porque te ven una t¨ªa y piensan que no les puedes hacer nada.?Y esta otra rubia lo intent¨®, intent¨® conseguir una pistola a trav¨¦s de un hombre. Se fue con ¨¦l y, en medio del amor, trat¨® de convencerle, y s¨®lo consigui¨® golpes y los dos ojos morados. ?Aunque despu¨¦s, en fr¨ªo, entiendo que no me la dejase, que por pruebas de bal¨ªstica la polic¨ªa sabe a qu¨¦ arma perteneci¨® la bala y luego, si le pillan, le cae el marr¨®n del muerto.? Pero tambi¨¦n est¨¢ lo otro, el que ?a los hombres no nos gusta que nadie nos chulee, y menos, una mujer?, dice un hombre. Y ella, rubia ella, todav¨ªa mantiene ?que una t¨ªa sonr¨ªe a un t¨ªo, le camela un poco y traga?. Pero no fue as¨ª esta vez. Y a la mejor no tan f¨¢cil, ?rubia?.
Otras act¨²an solas
Pero de los hombres algunas mujeres suelen conseguir ciertas cosas. Especialmente, las drogas duras. Mujeres que no roban, que no atracan, burguesas o no, pero que les gustan las drogas. Que al no ser traficantes y no tener dinero para comprar, recurren a la sonrisa y al dejarse invitar.Aunque la mayor parte de mujeres delincuentes funcionan con hombres, tambi¨¦n hay algunas que se mueven solas, aut¨®nomamente.
?En este mundo de la delincuencia los t¨ªos son muy chulos y, si pueden, se valen de las t¨ªas. De ligarse una con coche y con dinero, y chulearla. O conseguir que ella vac¨ªe la casa de sus padres o de alg¨²n amigo. O aprovechar su clase y la buena facha para hacer movidas de droga y que ella las pase. Que la mayor¨ªa de mujeres que se mueven en tr¨¢fico de drogas son camellas (pasantes) de un t¨ªo y pocas funcionan por su cuenta.?
Es otra opini¨®n, la de una aut¨®noma. Que a los catorce a?os, y despu¨¦s de salir del correccional, tuvo su primera experiencia de prostituci¨®n. Y ?no me volv¨ª a vender?. Que le gusta pasar costo (hach¨ªs) y sacar dinero para inyectarse. Que hace unos d¨ªas se vio sin dinero y sin nada para meterse por la vena. Y ?viciosa que es la coca y viciosa que soy yo?, se fue a la Telef¨®nica, se subi¨® un hombre a la pensi¨®n y, mientras se lavaba, le dej¨® sin dinero. Que se lo hace sola, y dice que muy bien; que su talego o sus dos talegos (billete de mil pesetas) y el chule (dosis) no le faltan nunca. ?A m¨ª, quien me pone la hero¨ªna y la coca soy yo, y yo quien me la busco.? Que critica a las mujeres que se obtienen las drogas acost¨¢ndose con hombres, porque ?la mujer se rebaja mucho, que este c¨ªrculo es muy duro, y si una mujer que est¨¢ metida en esta vida no sabe estar, pues que se salga. Porque este mundo tiene unos precios?. Tiene veinte a?os, se llama Carmen, es independiente y, de pensi¨®n en pensi¨®n, vive con un hombre.
Pero tienen problemas, aunque con otro ser¨ªa igual. Porque, seg¨²n ella, los hombres de su mundo son especialmente machistas y con las mujeres son muy posesivos. S¨®lo para ¨¦l. Y si surge alg¨²n problema, ya la ajustar¨¢n las cuentas. Unas bofetadas y todo queda claro. Adem¨¢s su papel suele ser de acompa?ante, o a lo mejor ni siquiera eso. El hombre, al loro, atento a los negocios todo el d¨ªa, y la mujer, en casa. Esperando que traiga la coca¨ªna o la hero¨ªna, y apretarse la vena mutuamente, rebuscando entre los surcos encallecidos del brazo: primero, ¨¦l, y luego, ella. ?Pero que todos los l¨ªos entre parejas vienen por el polvo?, dice Carmen, ?porque los hombres son muy abusones y muchas veces se lo mete s¨®lo ¨¦l, o con su colega, y a la t¨ªa la deja mirando. Y como no le gusta depender de la mitad de lo que ¨¦l traiga, y la mitad cuando quiere, pues se lo busca. ?Pero que ¨¦l no quiere que me lo busque. Porque que ¨¦l est¨¦ haciendo una movida (negocio) y yo est¨¦ con otra lo ve como si yo fuese un macho.?
S¨®lo las listas
?Y si una mujer quiere estar en la calle?, sigue Carmen, ?s¨®lo tiene un camino: hacerse lista.? Y ganar a la cabeza y la fuerza con m¨¢s cabeza. Y jugar bien la baza de mujer. ?A m¨ª nunca me ha hecho falta sacar una pistola.? Pocos hombres de la delincuencia pueden decir eso. Y lo dice una mujer. Su trabajo es traficar y quit¨¢rselo a la gente.?Dar una sirla (quitar) es como una jugada de ajedrez. A lo mejor por eso en la c¨¢rcel se juega tanto. Yo busco mi movida, voy a por la persona, la veo las vueltas y le doy el jaque mate. Y para eso no hace falta saber mucho, s¨®lo psicolog¨ªa, juego de palabras y hac¨¦rtelo diplom¨¢ticamente. Primero, que te vean segura, con decisi¨®n y sin ning¨²n miedo a nada, para que se conf¨ªen. Y cuando te han visto lista y coco (cabeza), la ventaja es que se conf¨ªan m¨¢s que con un hombre, porque me ven indefensa y no creen que les voy a sirlar. Y ese es mi momento.?
Hace unos d¨ªas iba a conseguir m¨¢s de 70.000 pesetas de hach¨ªs a unos compradores; por el camino les sac¨® el dinero del bolso de mano y, como hab¨ªan detenido a su hombre, se lo gast¨® todo en coca¨ªna. Unos trece gramos para ella sola en poco m¨¢s de un d¨ªa. Repartidos en dosis de media hora. Y su sangre, acostumbrada al aumento progresivo, lo aguant¨®. Y con los compradores no pas¨® nada. Dej¨® de ir unos d¨ªas a su bar y no los volvi¨® a ver. Y de momento nadie la ha roto nada, excepto la polic¨ªa. A pesar de su cara blanquita, su metro sesenta escaso y sus pocos quilos estrechados en vaqueros. Y de todas sus sonrisas. Variadas seg¨²n las ocasiones. La que no dice nada mientras filtra con la mirada las posibilidades del negocio. La de buena, ingenua mueca de hacer un favor. Otra de enterada y legal, de que ella cumple, pero ?que si t¨² me das el dinero, pues no te lo voy a despreciar y me lo quedo?. Dinero que se le confi¨® para comprar hach¨ªs u otras cosas, pero que se perdi¨® a los tres pasos, en el momento en que lleg¨® a su mano. Y tiene otra que reparte con sus colegas, sonrisa de cuartel, cuando les regala hero¨ªna, o de lagarta, que ellos dicen, porque siempre esconde algo.
Y dice que de inyectarse s¨®lo la puede sacar el quedarse embarazada. Pero temporalmente. Los nueve meses y algo m¨¢s, pero no mucho, un a?o, y despu¨¦s seguir¨ªa, aunque a lo mejor menos, una o dos veces al d¨ªa, frente a las ocho o diez de ahora. Pero que, de momento, ese no es el problema, porque sabe que con la hero¨ªna es imposible quedarse embarazada. Y tambi¨¦n dice que una vez intent¨® quitarse, pero que volvi¨®. ?Porque me gustan los polvos blancos y no me veo lo suficientemente fuerte para estar en este rollo de drogas y pasar. S¨¦ perfectamente que jam¨¢s me quitar¨¦ de los picos.?
Y si ella naci¨® o entr¨® sola, y casi desde siempre, en el mundo de la ilegalidad, hay otras mujeres que entran por un hombre. Que fueron sus amantes y crecieron a su sombra. Que se hicieron mujeres y conocieron la delincuencia de camellas y despu¨¦s aprendieron a moverse. Algunas a niveles altos, financiando u organizando, de administradoras, aunque no muchas: cerca de la decena en Madrid, frente a los miles de hombres que financian. Pero que supieron aprovecharse de las amistades del padrino y que incluso le sirlaron. Pero adem¨¢s de sonre¨ªr tuvieron que ser listas.
Por eso, rubia, no era tan f¨¢cil.
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