Toda la isla estuvo en pie de guerra durante la crisis de los misiles en 1962
V¨¦lez es un hombre ya maduro, de unos 45 a?os de edad; reside en un pa¨ªs de Latinoam¨¦rica y ?contin¨²a luchando por su liberaci¨®n?.Pregunta. ?C¨®mo es que se alist¨® en el Ej¨¦rcito cubano?
Respuesta. En 1962 me encontraba en Cuba trabajando como t¨¦cnico agr¨®nomo cuando se produjeron los acontecimientos que luego se conocieron como la ?crisis de octubre?. Al escuchar el llamamiento a las armas que hizo Fidel Castro, no vacil¨¦, y junto a otros latinoamericanos me sum¨¦ a las fuerzas que se preparaban para una agresi¨®n que se estimaba inminente.
P. ?C¨®mo fue recibido el anuncio por la poblaci¨®n cubana?
R. Los hombres con capacidad para combatir se incorporaban a las unidades militares, mientras que las mujeres pasaban a ocupar los puestos en las actividades productivas.
Era sorprendente ver por la noche, una vez finalizada la jornada de trabajo, a las mujeres recibiendo instrucci¨®n militar, fundamentalmente el manejo de armas, bajo el asesoramiento de los dirigentes de los Comit¨¦s de Defensa de la Revoluci¨®n (CDR).
P. ?C¨®mo transcurr¨ªa la vida cotidiana en las ciudades?
R. Yo s¨®lo pude observar lo que pasaba en La Habana. All¨ª todo transcurr¨ªa en un clima de normalidad y de calma, con cierta tensi¨®n claramente verificable. Los cines y los teatros permanec¨ªan abiertos, como tambi¨¦n los bares y restaurantes. La escasez de algunos productos era mayor que en otros momentos. Recuerdo que una noche fui al cine a ver una pel¨ªcula cubana titulada Las doce sillas. Al finalizar la funci¨®n y encenderse las luces comprob¨¦, sorprendido, que gran parte de los espectadores estaban de uniforme y con su armamento, ya que se trataba del personal que estaba a cargo de la defensa de la ciudad.
Esta relativa normalidad resultaba en cierto modo surrealista, al observar el contraste de las parejas que caminaban por el Malec¨®n, como lo hacen habitualmente, mientras a lo lejos se pod¨ªan ver, desde ese mismo lugar, amenazadores nav¨ªos de la armada estadounidense preparados para el ataque.
El transporte urbano circulaba en un 40% menos que en ¨¦pocas normales.
A m¨ª me ocurri¨® un hecho curioso. Estaba a la espera de alguna posibilidad de transportarme hacia el domicilio de unos compatriotas para pasar la noche, y le hice se?as a una persona que pasaba en un autom¨®vil Chevrolet, modelo 58, de los ¨²ltimos que entraban en la isla. Muy amablemente me dijo que iba hacia la misma zona que yo, por lo que accedi¨® a llevarme Iniciamos una conversaci¨®n se?al¨¢ndome de entrada que ¨¦l no era comunista, que ten¨ªa profundas diferencias con el Gobierno, que se consideraba un opositor, pero que en estas circunstancias pensaba que estaban en juego la soberan¨ªa e independencia del pa¨ªs, por lo que se hab¨ªa ofrecido para la defensa; pero como no le ten¨ªan confianza lo hab¨ªan destinado a funciones auxiliares, m¨¢s espec¨ªficamente, a manejar una ambulancia. ?Mira?, dijo por ¨²ltimo, ?nuestras diferencias con Fidel las tenemos que arreglar los cubanos, sin interferencias de ninguna especie.?
P. ?Qu¨¦ actitud se adopt¨® con la oposici¨®n interna?
R. Algunos opositores fueron detenidos preventivamente, en un n¨²mero bastante reducido; a otros se les destin¨® a tareas auxiliares.
P.?Hab¨ªa un clima de guerra en Cuba?
R. Sin lugar a dudas. Durante los diez d¨ªas, los U-2, aviones esp¨ªa norteamericanos, realizaban sus vuelos de reconocimiento sobre la isla, a cualquier hora y en una actitud abiertamente provocadora. Por su parte, cazabombarderos estadounidenses realizaban vuelos rasantes sobre las ciudades, en forma amenazadora. A eso agreguemos la presencia de la flota cercana a las playas cubanas y el incremento ostensible de personal en la base naval de Gu¨¢nt¨¢namo.
Pero la situaci¨®n se puso al rojo vivo cuando la defensa antia¨¦rea cubana derrib¨® uno de los U-2. En ese momento se tuvo conciencia, y as¨ª lo sent¨ªa cada cubano, de que se estaba al borde del estallido de la guerra.
P. Respecto a esto, ?c¨®mo fue recibida la decisi¨®n de Kruschev, entonces presidente de la URSS, de acceder a las demandas de Washington y retirar los proyectiles bal¨ªsticos?
R. Con estupor y gran indignaci¨®n. El propio Castro se?al¨® en un discurso, transmitido por radio y televisi¨®n, sus diferencias con la resoluci¨®n sovi¨¦tica, manifestando que ¨¦sta era, lesiva para la soberan¨ªa e independencia de la Rep¨²blica de Cuba. En esos d¨ªas cundi¨® un gran des¨¢nimo en todas las unidades militares; se ten¨ªa una gran sensaci¨®n de desamparo.
P. Una de las preguntas ha quedado sin respuesta, y es la que se refiere al legendario Ernesto Che Guevara.
R. Al d¨ªa siguiente del discurso de Fidel, el mando de mi unidad me encomend¨® una misi¨®n en La Habana; al llegar al Estado Mayor, el Che estaba conversando con los oficiales. Este, en tono pausado pero en¨¦rgico, censuraba la posici¨®n de la URSS, agregando: ?Los pueblos de Am¨¦rica Latina tenemos que tomar conciencia de que en la lucha por la liberaci¨®n nuestros objetivos e intereses son comunes y que fundamentalmente contamos con nuestro propio esfuerzo.
Luego desarroll¨® su tesis sobre la continentalidad del proceso revolucionario latinoamericano.
Esta charla del Che, pre?ada de gran entusiasmo sobre el porvenir, reflejaba, sin embargo, el desagrado de la dirigencia cubana por la actitud sovi¨¦tica.
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