Por una Catalu?a aut¨®noma en una Espa?a democr¨¢tica
Presidente de la Asamblea de Parlamentarios de Catalu?aEl Estatuto de Autonom¨ªa de 1979 es, en primer lugar, una soluci¨®n pol¨ªtica a dos grandes agravios hist¨®ricos de los que fue v¨ªctima Catalu?a. El que tuvo efecto en 1716, con el decreto de nueva planta, despu¨¦s de la guerra de sucesi¨®n, y el producido(en 1938, con el decreto del general Franco, derogatorio del Estatuto de Autonom¨ªa de 1932.
En ambas ocasiones se castigaba a Catalu?a despu¨¦s de que ¨¦sta, equivocadamente o no, pero s¨ª generosamente, hubiese intervenido en temas que concern¨ªan al conjunto de los pueblos de Espa?a. Resultaba as¨ª que una vieja voluntad catalana de participar en el quehacer espa?ol com¨²n era castigada con la instauraci¨®n de reg¨ªmenes opresores, negadores de la identidad m¨ªnima y, por tanto imposibilitadores de una participaci¨®n catalana en la tarea com¨²n espa?ola.
Para los catalanes, Espa?a, y en concreto la democracia espa?ola, nunca ha sido nada extra?o, nada ajeno. Siempre hemos sabido que no pod¨ªa haber democracia en Espa?a sin que Catalu?a tuviese reconocido su derecho al autogobierno. Pretender una Espa?a democr¨¢tica sin una Catalu?a aut¨®noma es simplemente absurdo. Lo mismo puede afirmarse de las dem¨¢s nacionalidades y regiones espa?olas.
Visto desde Catalu?a, el derecho a la especificidad catalana procede de la evidencia de que Catalu?a es una realidad espec¨ªfica. De la misma manera que el derecho al uso pleno de nuestra lengua se sustenta ¨²nica y estrictamente en el hecho de que hay un pueblo que la usa cotidianamente, y el derecho a la lengua propia es algo que ning¨²n poder que no sea deliberadamente opresor puede negar.
Pero con ser decisiva, la especificidad de la lengua no es la ¨²nica. Una trayectoria hist¨®rica diversa conforma la rica diversidad de los pueblos de Espa?a. Esa diversidad innegable obliga a tratamientos diferenciados. Un tratamiento ¨²nico y unitarista, como el que practic¨® el franquismo, no s¨®lo no es justo, sino que tambi¨¦n es inapropiado para solucionar los problemas de Espa?a. Organizaci¨®n del territorio, econom¨ªa, defensa de la calidad de vida, son otros tantos temas que s¨®lo a trav¨¦s de pol¨ªticas diversas y correspondientes a las diversas realidades objetivas pueden ser solucionados. No hay que descubrir nada nuevo. T¨®mese como ejemplo la URSS o Estados Unidos, la Rep¨²blica Federal de Alemania o Italia. La evidencia es plena. Incluso aquellos pa¨ªses que en un momento dado cometieron el error o el crimen de centralizar su organizaci¨®n estatal deben ahora, por debajo de la mesa, aplicar procederes que son los propios de los Estados federales. Los mitos nunca han servido para obrar sobre realidades vivas.
Por ello, el Estatuto de 1979 interesa, no s¨®lo a los catalanoparlantes o a los catalanes de nacimiento, sino a todos los que viven y trabajan en Catalu?a. El fin ¨²ltimo del Estatuto es precisamente este: organizar la vida y el trabajo de todos en Catalu?a. La sociedad, cuyo funcionamiento y cuya racionalidad interesa m¨¢s directamente a toda persona, es aquella en la cual vive. Organizar el autogobierno de Catalu?a es, como su palabra indica, dar la posibilidad a todos los que viven en Catalu?a a autogobernarse, a controlar m¨¢s directa y eficazmente su gobierno.
Este autogobierno tiene efecto adem¨¢s en el seno del Estado com¨²n. Beneficia, por tanto, al conjunto del Estado y a todos los pueblos que lo conforman. Si algo queda claro en la historia de Catalu?a es su activa solidaridad con el resto de Espa?a. Una solidaridad activa, de la que hay todo g¨¦nero de testimonios en la historia reciente. Hubo unos a?os en que el pueblo de Madrid fue para Catalu?a un s¨ªmbolo. Se vio entonces que el centralismo es s¨®lo el escudo de las fuerzas m¨¢s cerrilmente antidemocr¨¢ticas, y no algo que tenga que ver con los lugares geogr¨¢ficos o con la esencia de ning¨²n pueblo libre. Solidaridad y no privilegios
Para mantenerse, pese a su irracionalidad, el centralismo debe falsear la realidad. Debe acudir a la pasi¨®n como sustitutivo del conocimiento. ?Puede alguien que haya le¨ªdo el texto del Estatuto de 1979 negar que establece una solidaridad activa, ajena a todo privilegio? Si alguna idea est¨¢ clara en el Estatuto en ciernes y en la Constituci¨®n espa?ola que lo permite, es precisamente la idea de solidaridad, de ausencia de privilegios. Los privilegios, por desgracia, se dan en Espa?a entre clases sociales. No se dan, o no se deben dar, entre pueblos.
Lo que ocurre es que se intenta confundir la anormalidad producida por la dictadura con lo que es justo y racional. Si privilegio ha habido, este ha sido en contra de Catalu?a y su cultura. Ahora no se trata de cambiar el sentido de la opresi¨®n. Se trata, simplemente, de poner las cosas en el lugar que objetivamente les corresponde. Se trata, en definitiva, y como afirma el pre¨¢mbulo del Estatuto catal¨¢n de 1979, de articular a Catalu?a y Espa?a ?en un marco de libre solidaridad con las restantes nacionalidades y regiones. Esta solidaridad es la garant¨ªa de la aut¨¦ntica unidad de todos los pueblos de Espa?a?.
Nunca ha podido haber solidaridad entre v¨ªctima y verdugo, entre opresor y oprimido. Pero s¨ª que debe haber solidaridad entre pueblos libres con trayectoria com¨²n. Esa solidaridad es la que, al reconocer la diversidad, permite el Estatuto de Autonom¨ªa de Catalu?a de 1979. Una solidaridad real como la que permiti¨® el Estatuto de 1932, cuando tuvo que pasar por unas circunstancias hist¨®ricas graves y que deseamos irrepetibles.
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