Dar susto al miedo
?Esp¨ªritu de miedo envuelto en ira?HERRERA, el Divino
?Se le puede dar un susto al miedo, como afirma el dicho popular? ?Se le pueden dar sustos al miedo o a los miedos? Porque hay sustos y sustos, como hay miedos y miedos. ?Y entre el miedo y el susto hay una correlaci¨®n tan estrecha que suponga una posible identidad o una diferencia de naturaleza o de grado? ?Pertenecen a un mismo g¨¦nero, espec¨ªficamente d¨ªferenciable, el susto y el miedo? Al parecer, no. Hay sustos y miedos no solamente diferenciables entre s¨ª, sino que act¨²an en nosotros o sobre nosotros o contra nosotros por separado.
Todo esto que digo pertenece a la filosof¨ªa fundamental de Perogrullo. (Quevedo escrib¨ªa Pero Grullo, separando, dec¨ªa, la fruta del p¨¢jaro.) Y si hay un filos¨®fico perogrullismo de la raz¨®n, tambi¨¦n lo hay del coraz¨®n, como Pascal pensaba. Y as¨ª seguiremos pregunt¨¢ndonos si el susto y el miedo son sin¨®nimos del temor, del terror, del horror, del espanto... Correlativos o concomitantes entre s¨ª.
Por ejemplo: si el temor divino. (de Dios o de los dioses, que se dice principio de la sabidur¨ªa) es lo mismo que el terror p¨¢nico. Pan no es J¨²piter ni Plut¨®n. Ni, much¨ªsimo menos, Jehov¨¢. Aunque J¨²piter y Jehov¨¢ coincidan en aterrorizarnos, horrorizarnos, espantarnos con sus rayos y truenos, para darles sustos a nuestro miedo o para darnos miedo con sus sustos, que parecer¨ªa lo contrario. ?Se puede tener o puede haber un miedo sin susto y un susto sin miedo? Un famoso torero dec¨ªa que mucho m¨¢s que al toro y al p¨²blico, ¨¦l le ten¨ªa miedo al miedo; a tener miedo, a su propio miedo.
El terrorismo de Jehov¨¢ en el Sina¨ª, entre rayos y truenos, cegadores, ensordecedores, que imponga de ese modo aterrorizador su ley, no es lo mismo que el terrorismo de Robespierre o Saint-Just mandando a un valiente a la guillotina. Pero los dos coinciden en creerse justos. En aterrorizarnos en nombre de la justicia, divina o humana. Y aterrorizarnos no es lo mismo que asustarnos o darnos miedo. Y darnos temor o atemorizarnos, tampoco. ?Me da la vida el temor ... ?, dice el poetilla cervantino en uno de los m¨¢s extraordinarios episodios de la vida de Don Quijote: ?El temor de lo que ser¨¢ despu¨¦s?, que es temor de vida y no terror de muerte. Temor divino y no terror sat¨¢nico.
Supongo que no creer¨¢ el lector inquieto que estoy haciendo apolog¨ªa del terrorismo. Ni de su violencia correspondiente. Si el gran Sorel viviera, tal vez hubiera escrito una segunda parte a sus apolog¨¦ticas ?reflexiones sobre la violencia?, reflexionando sobre el terrorismo del Estado, monopolizador o no de su violencia: de su terror p¨¢nico o totalizador (literalmente totalitario), porque todo terrorismo de Estado lo es: terror p¨¢nico, estado de p¨¢nico aterrorizado y aterrorizador.
Creo que vendr¨ªa muy a cuento ahora recordar, como ya hice otras veces, el famoso cuento del escritor ruso Siniawski, donde su autor describe la sorpresa de los ciudadanos moscovitas al o¨ªr por la radio (? ?Aqu¨ª, Radio Mosc¨²! ?) que el Gobierno sovi¨¦tico ha decidido, para celebrar una fecha hist¨®rica, una efem¨¦rides gloriosa, que, pasado un mes de la de su anuncio, que ya la se?ala con esa antelaci¨®n, todos y cada uno de los ciudadanos de Mosc¨² tendr¨¢n autorizaci¨®n legal para matar a cualquier otro, su conciudadano, que se le antoje: a uno solo, y con la ¨²nica excepci¨®n de los ni?os, los militares de uniforme y los guardias del tr¨¢fico. Merece leerse este cuento ahora, repito, y se lo recomiendo al lector (si lo encuentra en librer¨ªas, porque debe andar muy perdido). Su conclusi¨®n deja en suspenso nuestra curiosidad inquisitiva, si perogrullesca; pese a que, cuando ha pasado el miedo o el susto de aquel d¨ªa, pero no la inquietud de su motivaci¨®n, alguien tranquilamente asegure que el prop¨®sito del Gobierno no era otro que el de aterrorizar p¨¢nicamente, d¨¢ndole un susto al miedo. ?Asustar al miedo o causar el miedo por el susto? Creo recordar que, seg¨²n el cuentista ruso, no hubo m¨¢s que un muerto en la calle aquel d¨ªa; pero sin que nadie lo matara, sino muerto de un s¨ªncope cardiaco. Aunque no se supo si muri¨® de susto o de miedo.
Pues dar susto al miedo, sustos a los miedos, ?no es todo lo que hoy se llama gobernar? Tal vez para desgobernar m¨¢s y peor. ?Y la confusi¨®n reina en un mundo donde gobierna el miedo, por el miedo, por el terror que la provoca? Tanta puede ser esta confusi¨®n reinante, aterrorizadora y aterrorizada, que a quien trata de esclarecerla, y habla, escribe y act¨²a contra ella y contra su terror, se le acuse de ser su apologista. Como a mis admirados y queridos amigos vascos.
Y es que hay algo que no tiene nada que ver con el terror, ni con el miedo, ni con el susto, tal vez; pero que se disfraza de serlo, que hace como si se confundiera con ¨¦l, no si¨¦ndolo, y es la cobard¨ªa; sobre todo, la que se ampara o respalda en la fuerza, con la fuerza o poder que sea. Pienso en la ?l¨ªbido dominante?, como Pascal pensaba. Y a la que es tan propenso el espa?ol. El iracundo espa?ol.
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