Antal Dorati y la Sinf¨®nica de Detroit
El ¨²ltimo concierto del Festival de Oto?o, organizado por Iberm¨²sica, nos trajo la presencia de la Sinf¨®nica de Detroit, que dirige Antal Dorati. Esta agrupaci¨®n, con m¨¢s de sesenta a?os de historia, posee una calidad t¨¦cnica de primer orden y, como es frecuente en los grandes conjuntos americanos, una brillantez esplendorosa.La idea de virtuosismo colectivo cobra realidad y la parte que el maestro Dorati tenga en el mantenimiento de semejante caracter¨ªstica es, para m¨ª, lo m¨¢s digno de elogio de una personalidad tan conocida en diversos aspectos: compositor, protagonista de buenas versiones oper¨ªsticas de Haydn, rutilante traductor de Bartok (en especial del m¨¢s violento, como El mandar¨ªn maravilloso) y cultivador, en fin, del repertorio cl¨¢sico, rom¨¢ntico y contempor¨¢neo, con gran amplitud de autores y obras.
Ciclo Iberm¨²sica
Orquesta Sinf¨®nica de Detroit. Director: Antal Dorati. Obras de Berlioz, Strauss, Ravel y Beethoven. Teatro Real. 1 de noviembre.
Dorati, nacido en Budapest, ha tenido a su cargo important¨ªsimas orquestas: Dallas, Minneapolis, Estocolmo, Washington, Real Filarm¨®nica de Londres. Su prestigio se ha consolidado notablemente a trav¨¦s de sus m¨¢s de trescientas grabaciones discogr¨¢ficas, una veintena de las cuales obtuvieron premios internacionales. Es m¨²sico de fuerte temperamento y, al frente de un instrumento tan formidable como la Sinf¨®nica de Dallas, m¨¢s vence que convence.
En efecto, desde un punto de vista de exigencia interpretativa, su Rapsodia espa?ola, de Ravel, se sit¨²a en los ant¨ªpodas conceptuales de un Celibidache y, antes que una alquitarada sustentaci¨®n po¨¦tica, los pentagramas del m¨²sico vasco-franc¨¦s aparecen cargados de gran realismo e iluminados por una feria hiriente de colores. No escuchamos matices ?pian¨ªsimos? y los tiempos reniegan de todo sosiego, para inscribirse en un nerviosismo acelerante que puede excitar, pero no emocionar. S¨®lo nos causa perplejidad la ejecuci¨®n de la orquesta, capaz de seguir con perfecci¨®n los ?torbellinos? sonoros que plantea y desarrolla el director.
En otros mundos, desde Beethoven en la s¨¦ptima hasta el Don Juan de Strauss, no marchan las cosas de distinto modo: vitalidad, potencia energ¨¦tica, toda la que quiera; ocasiones para escuchar serenamente las ?notas?, y cuanto se esconde entre las notas, mucho m¨¢s escasas.
Gran acierto, dentro del conjunto, me pareci¨® la visi¨®n del tr¨ªo, aligerada de tiempo y de peso y casi unificada, en su pulso r¨ªtmico, con el scherzo. Por lo dem¨¢s, hab¨ªa cierta contradicci¨®n entre la fabulosa categor¨ªa de los m¨²sicos de Detroit y la musicalidad de los resultados. Gracias a esa categor¨ªa qued¨® justificado el triunfo arrollador de la Sinf¨®nica ante un p¨²blico que pidi¨® insistentemente uno y otro encere: Rosamunda, la danza octava de Dvorak y la Marcha h¨²ngara, de Berlioz (del que hab¨ªamos escuchado en programa la obertura de Benvenuto Cellini), pod¨ªan haber tenido la continuaci¨®n de otras muchas propinas.
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