"The Economist"
Antes se les conoc¨ªa porque le¨ªan las revistas econ¨®micas del Opus, los informes del Banco de Espa?a y Mundo Cristiano. Ahora leen The Economist. Son los que trucan.Hay un paleocapitalismo nacional y enfeudado que sigue leyendo Camino por la ma?ana y la prensa ¨¦pica por la tarde. Pero hay tambi¨¦n un neocapitalismo que ha aprendido ingl¨¦s en las cadenas teleporno de Manhattan, cuando van a ver a Pini¨¦s con un par de gallinas, como los paletos de lo multinacional, y que lee por suscripci¨®n The Economist. Son los modernos de la cosa.
Lo que hay aqu¨ª, pues, no es una guerra civil Gobierno/Oposici¨®n, ni una guerra carlista entre Marcelino Camacho y Ferrer Salat. Lo que hay es una bronca de ricos contra ricos: los que se rigen por el sano principio de que el buen pa?o en el arca se guarda, para los nietos, y los que leen The Economist, o sea, los que quieren estar enterados y al d¨ªa, reciclar sus pesetas para pasarlas por eurod¨®lares y comprarse los sindicatos para hacer sindicalismo capitalista a trav¨¦s de un hombre-t¨ªtere disfrazado de camionero. Lo que no pinta nada aqu¨ª es la izquierda.
Me lo dec¨ªa la otra noche Jos¨¦ Vidal Beneyto, a la luna de Valencia, en la orilla de un mar nocturno, todav¨ªa templado por el cuerpo reciente del verano:
-La izquierda ha entrado en el juego.
S¨ª claro. La izquierda, o entra en el juego, o entra en el alcantarillado, tipo Orson Welles, para jugar a El tercer hombre hasta la madrugada, en que la acribillen con m¨²sica de Anthon Karas, o se compra The Economist Sospecho que Carrillo duerme con El Capital como libro de cabecera o almohada, claro, y con The Economist como manta el¨¦ctrica para los pies.
Tarradellas no lee una cosa ni otra, sino que quiere llevar la Generalitat mediante La Atl¨¢ntida de Verdaguer, que tiene puesta en un facistol (cree realmente que la vuelta de su Generalitat es el resurgir de la Atl¨¢ntida, que deb¨ªa caer por San Feli¨² de Guixols).
Tarradellas, digo, quiere/no quiere el t¨ªtulo de Cervell¨® para su ancianidad degaulliana. Tarradellas quiere ser el coraz¨®n de Maci¨¢ del que venga, que puede ser Revent¨®s, para lo cual se conserva en un formol musical y verdagueriano. Ferrer Salat y Jordi Pujol, que s¨ª son suscriptores de The Economist, saben que la nacionalidad catalana est¨¢ rodeada por el PSUC y toda la izquierda, y ahora temen que V¨¢zquez Montalb¨¢n/Lara les env¨ªen al exilio de Los mares del Sur (Planeta).
La otra ma?ana, Senillosa me present¨® a Gregorio Mor¨¢n en un almuerzo. Senillosa pasa siempre por Madrid como un elegante caballo de whisky por una cacharrer¨ªa de los Austrias. Hoy me escribe una carta amiga y entusiasta, desde el puente a¨¦reo, felicit¨¢ndome por el art¨ªculo sobre Juan Antonio Sampedro, aqu¨ª un compa?ero de la casa. Senillosa es otro que lee The Economist. Toda Barcelona lee The Economist mucho m¨¢s que Madrid, porque aqu¨ª no sabe ingl¨¦s ni el presidente Su¨¢rez, y se les nota en que la izquierda tiene m¨¢s marcha, el empresariado de Ferrer tiene m¨¢s marcha y su Estatut tiene m¨¢s marcha que el de Euzkadi, aunque The Economist, que est¨¢ en todo, ya prepara una tirada en eusquera a ver si Olarra se aclara.
Quienes no leen The Economist son los chabolistas madrile?os. Acompa?ados como iban por chabolistas de toda Espa?a, el presidente del Instituto Nacional de la Vivienda se ha negado a recibirles y un interlocutor v¨¢lido les ha prometido una suscripci¨®n por un a?o a The Economist, para que se enteren en la chabola de c¨®mo la democracia gobierna el mundo y de c¨®mo el dinero gobierna la democracia. Si alg¨²n chabolista no sabe ingl¨¦s, siempre podr¨¢n vender la colecci¨®n como papelote o utilizar las hojas para envolver la pescadilla vieja. Seg¨²n mi sofemasa, en Madrid s¨®lo leen The Economist los Garrigues. Por eso son peligrosos.
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