M¨¢s sobre el aborto
EN EL reciente debate en torno al aborto en nuestro pa¨ªs se han enfrentado con virulencia las posiciones a favor y en contra de la despenalizaci¨®n, estas ¨²ltimas ayudadas por la legalidad vigente y la contundente actuaci¨®n de la fuerza p¨²blica.Los argumentos no han sido, en la mayor¨ªa de los casos, brillantes. Plantear, por ejemplo, la delicada cuesti¨®n de la interrupci¨®n del embarazo como si se constituyera una sacra prolongaci¨®n- del derecho de la mujer a disponer del propio cuerpo provoca un innecesario rechazo de quienes piensan, desde distintas perspectivas, que el aborto puede ser un mal necesario y, por tanto, despenalizable; pero no necesariamente un acto de afirmaci¨®n de la libertad humana o una decisi¨®n que no plantea problemas morales. Las condiciones de involuntariedad en las que se producen muchos embarazos, por simple ignorancia o por brutales forzamientos; las sombr¨ªas perspectivas de alimentaci¨®n, cuidados y educaci¨®n que los padres prev¨¦n para esos hijos no deseados; los riesgos que para la salud f¨ªsica o ps¨ªquica de la madre pueden implicar la gestaci¨®n y el parto; el temor y la verg¨¹enza de las madres solteras ante el eventual rechazo familiar y social; las convicciones filos¨®ficas acerca de la conveniencia o no de lanzar seres al mundo; el deseo de no contribuir a la amenaza que para la supervivencia de nuestra especie trae consigo el sobrepoblamiento del planeta; el miedo a que la maternidad responsable sea incompatible con la vocaci¨®n o la profesi¨®n, o, finalmente, la desventaja de las mujeres sin recursos o sin informaci¨®n respecto a las que pueden viajar a Londres, son algunas de las causas comprensibles, aunque no necesariamente encomiables, de los defensores del aborto.
No hace falta, por tanto, que las promotoras de esa campa?a esgriman razones o actitudes que, por su sectarismo, s¨®lo logran herir las emociones y las sensibilidades de quienes no comparten sus criterios y provocan una mayor dificultad en la obtenci¨®n del fin que ellas mismas persiguen. Pero si los sectores m¨¢s radicales del feminismo sublevan en ocasiones, de forma innecesaria, las respetables creencias de muchos hombres y mujeres, la grosera respuesta de no pocos de sus adversarios se inscribe por derecho propio en el universo freudiano de las culpas e inseguridades reprimidas y en el mundo trivial y chabacano del bicarbonato de tertulia, las revistas de La Latina, los viajes al extranjero para ver espect¨¢culos de strip-tease y la chocarrer¨ªa de prost¨ªbulo. Algunas de las r¨¦plicas dadas en la prensa al manifiesto feminista para protestar contra el juicio de Bilbao del pasado mes de octubre figurar¨¢n, en el futuro, en cualquier antolog¨ªa de la bastedad y la ignorancia. Los extremismos de la pol¨¦mica no deber¨ªan, sin embargo, sacar de foco el punto central del problema, que no es tanto un juicio moral en torno al aborto como la discusi¨®n sobre su car¨¢cter delictivo en Espa?a y la conveniencia de despenalizarlo seg¨²n las l¨ªneas de la normativa vigente en los pa¨ªses de esa Europa a la que Espa?a aspira a integrarse.
La celebraci¨®n, en Madrid, de un proceso contra mujeres acusadas de pr¨¢cticas abortistas ha coincidido, para desgracia de nuestros celosos defensores del casticismo hispano, pero a la vez ardientes partidarios de nuestra entrada en Europa, con la ratificaci¨®n por la Asamblea Nacional francesa de la ley de Interrupci¨®n Voluntaria del Embarazo, aprobada, a t¨ªtulo de prueba, hace cinco a?os por los parlamentarios del pa¨ªs vecino. Se trata de una normativa prudente, denunciada tanto por los sectores conservadores como por el feminismo radical, que despenaliza el aborto antes de las diez semanas de embarazo.
A la vista de la legislaci¨®n francesa y de la normativa m¨¢s permisiva de otros pa¨ªses europeos, aquellos de nuestros compatriotas que no vacilan en calificar de criminales y monstruos sin entra?as tanto a quienes practican el aborto por razones terap¨¦uticas y dentro del plazo de gestaci¨®n previo a la instalaci¨®n del feto en la placenta como a quienes no exigen su procesamiento y encarcelamiento deben plantearse unas cuantas preguntas: ?es Europa un continente gobernado y habitado por asesinos? ?Qu¨¦ sentido tiene la aspiraci¨®n espa?ola a integrarse en una comunidad que ha consagrado entre sus principios el crimen?
Tal vez los absurdos resultados a que les conduzca la contestaci¨®n de esas interrogaciones les lleve a reflexionar sobre la imposibilidad de considerar como un delito en Espa?a lo que en el resto de Europa est¨¢ despenalizado o incluso protegido. Porque la idea de Europa no se reduce a facilitar a los hombres de empresa sus negocios dentro de las fronteras comunitarias. Es un proyecto hist¨®rico que descansa sobre un glorioso legado cultural y que, antes de desembocar en instituciones pol¨ªticas supranacionales, deber¨¢ conseguir la creaci¨®n de un espacio jur¨ªdico com¨²n. Desde este punto de vista, pensamos, la pol¨¦mica adquiere nuevos matices, nada desde?ables por los legisladores.
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