La libertad de ense?anza o el "ghetto" de la secta
(*) No hace mucho almorzaba el ministro de Educaci¨®n, se?or Otero Novas, con varios periodistas para explicitar las intenciones del Estatuto de Centros Docentes. Alguien le pregunt¨® por qu¨¦ los ministros de Educaci¨®n hab¨ªan sido siempre democristianos. El se?or Otero respondi¨® que ¨¦l no lo era. Los presentes entendieron que, de todas maneras, la interpelaci¨®n pon¨ªa el dedo en la llaga.
Es un secreto a voces que la proporci¨®n de centros docentes no universitarios a cargo de la Iglesia ha descendido sintom¨¢ticamente en los ¨²ltimos a?os. Pero nadie osar¨¢ poner en tela de juicio que el tema de estos centros pasa por la Iglesia, por una sencilla raz¨®n: aunque no todos los centros privados son de la Iglesia, s¨ª que sigue siendo de la Iglesia la ideolog¨ªa que legitima los intereses de la mayor¨ªa de los mismos (aqu¨ª no consideramos la problem¨¢tica espec¨ªfica de los centros estatales). Y ah¨ª empieza la ceremonia de la confusi¨®n que caracteriza la pol¨¦mica actual. En vez de debatir el cuadro y los intereses de una empresa privada (en muchos casos subvencionada por el Estado y con un evidente matiz de servicio social), tiene uno que hab¨¦rselas con el molino /gigantes de valores filos¨®ficos y religiosos. Esta argumentaci¨®n de la Iglesia (FERE, CECE, obispos, ciertos te¨®logos y m¨¢s de un espabilado) se encierra en dos: libertad de ense?anza y misi¨®n de la Iglesia en la sociedad.
Llama la atenci¨®n que en el debate actual, al menos hasta ahora, estas instituciones eclesi¨¢sticas no hayan rebatido las cr¨ªticas de la izquierda al Estatuto, e s decir, que la libertad de ense?anza equivale a financiaci¨®n estatal de idearios particulares; que se recorta la libertad de c¨¢tedra; que se legitima el despido libre por razones ideol¨®gicas; que se escamotea el art¨ªculo 27.7 de la Constituci¨®n... No juzgan oportuno bajar a la arena de estas cr¨ªticas porque se remiten a dos principios que estiman previos a esos planteamientos:
a) El derecho humano a la libertad de ense?anza. Dice la Iglesia: ?negarle al pueblo la libertad de ense?anza es contravenir un derecho fundamental?. Y glosa el ministro de Educaci¨®n: ?no hay libertad cuando no existe la posibilidad de ejercitar una elecci¨®n, no s¨®lo entre centro y centro, sino entre tipos diferentes de educaci¨®n?. Libertad, pues, de elecci¨®n (con financiaci¨®n estatal) de centros con idearios particulares. Ahora bien, como aqu¨ª todo el mundo sabe, andamos m¨¢s bien escasos de centros y de escolarizaci¨®n. La gran mayor¨ªa de ciudadanos bastante tienen con tropezarse con uno. La elecci¨®n no va a ser norma general. Lo ¨²nico que va a ser general es la posibilidad de creaci¨®n de centros privados indirectamente financiados por el Estado. De esta manera, la famosa libertad de ense?anza se reduce a la vieja apetencia liberal de libertad de empresa. ?Poco tiene que ver esa libertad con el principio educativo de hacer hombres libres! La libertad no es un principio territorial, sino un talante interno que exige la confrontaci¨®n, la pluralidad y el di¨¢logo. La Iglesia, que tiene buena memoria, no deber¨ªa olvidar el maleficio que pesa sobre los espa?oles por su intolerancia y sectarismo. Es alarmante que una alta instancia moral como quiere ser la Iglesia entienda el noble principio de la libertad, aplicada a la ense?anza, como la defensa de la libertad de empresa.
b) La misi¨®n educativa de la Iglesia en la sociedad. Es un eufemismo para significar la ?escuela confesional?. La FERE habla de los colegios de religiosos y los entiende como ?escuelas de la comunidad cristiana, es decir, centros educativos en los que se promueve una educaci¨®n de inspiraci¨®n cristiana?. Y se ha sustituido el resabio feudal de la confesionalidad escolar por este otro, m¨¢s al d¨ªa: como estamos en un r¨¦gimen democr¨¢tico, lo suyo es que cada grupo social tenga la posibilidad de realizarse. Los cat¨®licos son una parte considerable de la sociedad espa?ola. Luego hay que darles la posibilidad de que monten, con subvenci¨®n estatal, su propio sistema escolar, ya que poseen una identidad y hasta una racionalidad propia.
Aceptando que la argumentaci¨®n sea democr¨¢ticamente correcta, se dan ah¨ª un par de supuestos que a nosotros, en cuanto cristianos, nos parecen sencillamente abusivos.
La fe en la escuela
El primero es tornar a la escuela por una catequesis y a la fe por la base de un sistema escolar. Como los cristianos bien saben, la fe compone unas reglas de juego que s¨®lo ellos entienden y aceptan; es un lenguaje particular y s¨®lo inteligible a quienes previamente creen en ¨¦l. Ahora bien, lo que define un sistema escolar es, por el contrario, su universalidad, que su argumentaci¨®n sea universalmente comunicable. La pluralidad y hasta relativa incomunicaci¨®n entre los diferentes lenguajes cient¨ªficos o filos¨®ficos, nada tiene que ver con la radical diferencia entre el lenguaje de la fe y el de la. raz¨®n. Si adem¨¢s de esto -segurido supuesto- se pretende montar sobre la racionalidad creyente un sistema escolar, la cosa se peine mucho m¨¢s negra. Es el neoconstantinismo.
El lugar de la catequesis es la Iglesia, no la escuela. La leg¨ªtima pretensi¨®n del cristianismo de estar presente en la cultura de la sociedad no puede realizarse a espaldas de: la racionalidad moderna, que es cr¨ªtica y que es laica. La soluci¨®n no puede consistir en la erecci¨®n de hettos confesionales, paralelos a la sociedad, sino en la respuesta a este tipo de pregunta: ?qu¨¦ significa la cultura emanada de la tradici¨®n cristiana en orden a la emancipaci¨®n de los hombres?
Nosotros hemos insistido en la necesidad de la presencia de la religi¨®n en la escuela y en la universidad. Pero no como catequesis, ni como teolog¨ªa, ni como sistema escolar ?cristiano?, sino como un saber m¨¢s, impartido por profesionales con acreditaci¨®n cient¨ªfica lograda ante autoridades acad¨¦micas normales. En di¨¢logo interdisciplinar, y reflexionando sobre los problemas que la civilizaci¨®n moderna plantea a la libertad y a la emancipaci¨®n de los hombres, es donde el cristianismo tiene que demostrar que la cultura emanada de su tradici¨®n tiene algo que decir, o simplemente callarse. Si la Iglesia piensa que es este un riesgo excesivo, se?al de que ella ya nada espera de su propia tradici¨®n. In¨²til que la Iglesia adorne su resignaci¨®n con ideolog¨ªas como las que ha puesto en danza para sacar adelante este proyecto de ley. Ocurrir¨¢ entonces que cualquiera que se fije bien en ella no tardar¨¢ en descubrir que, como la maja vestida, est¨¢ desnuda.
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