Una confusi¨®n entre dos monta?as provoc¨® el fatal accidente del DC-10 en la Ant¨¢rtida
A unos veintiocho kil¨®metros al norte de Erebus, en la isla de Ross, existe la monta?a llamada Bird. Con 1.766 metros de altura, es la mitad del Erebus; sin embargo, vistos desde lejos, los contornos de las dos monta?as son asombrosamente parecidos. El mi¨¦rcoles 28 de noviembre salieron de las nubes; Collins y su tripulaci¨®n deber¨ªan haber avistado el monte Bird primero y, m¨¢s tarde, el Erebus, antes de comenzar el descenso final hacia el campamento Scott.Pero el DC-10 comenz¨® a descender con nueve minutos de anticipaci¨®n; se supone, pues, que la tripulaci¨®n vio tan s¨®lo el monte Bird, creyeron que era el Erebus y, despu¨¦s de sobrevolarlo, descendieron sobre lo que pensaron que era terreno llano, causando as¨ª la tragedia.
Chocaron contra el monte Erebus, un volc¨¢n activo, a m¨¢s de 640 kil¨®metros por hora. Seg¨²n la Air New Zealand, los primeros investigadores que llegaron al lugar de la tragedia indicaron ya que los tres motores del avi¨®n estaban en funcionamiento en el momento del accidente, y que la aeronave estaba volando nivelada y en l¨ªnea recta. Esto indica que no hubo ning¨²n intento en el ¨²ltimo minuto por evitar la monta?a.
As¨ª, pues, parece que el mayor desastre de la aviaci¨®n civil en la historia de Nueva Zelanda fue causado estrictamente por un error del piloto. Sin embargo, ser¨ªa poco honesto culpar totalmente a la tripulaci¨®n del mortal accidente del vuelo 901. El vuelo tur¨ªstico a la Ant¨¢rtida constitu¨ªa una tarea agradable para las tripulaciones de la l¨ªnea a¨¦rea, porque les proporcionaba una oportunidad poco com¨²n de salir de la estudiada, e incluso mon¨®tona, rutina de la moderna aviaci¨®n comercial.
La Ant¨¢rtida carece totalmente de control del tr¨¢fico a¨¦reo, de corredores de vuelo establecidos, de se?ales de radio y de radar, es decir, de todos los mecanismos del control de tierra que restringen la iniciativa y la autoridad de los pilotos. Una queja t¨ªpica de los pilotos sobre los vuelos normales es la de que les hacen poco diferentes de los conductores de autobuses.
Los modernos mecanismos auxiliares quiz¨¢ han convertido los vuelos en algo aburrido, pero tambi¨¦n es cierto que los han hecho m¨¢s seguros. Y el que la regi¨®n ant¨¢rtica carezca de estos mecanismos, que cuente con muy pocos puntos despejados y que est¨¦ sujeta a unas terribles condiciones meteorol¨®gicas es lo que hac¨ªa tan intr¨ªnsecamente peligroso el vuelo del mi¨¦rcoles pasado.
Y, lo que peor, Air New Zealand parec¨ªa considerar el vuelo tur¨ªstico a la Ant¨¢rtida como un privilegio que deb¨ªan repartirse entre las tripulaciones de DC-10. As¨ª suced¨ªa a veces, tal como ocurri¨® el 29 de noviembre, que ninguno de los tres tripulantes hab¨ªan hecho anteriormente esa ruta.
El 29 de noviembre, poco antes de las diez de la ma?ana, el comandante Bruce Gumble, un veterano piloto de las fuerzas a¨¦reas estadounidenses, remont¨® un enorme avi¨®n de transporte Starlifter C-141 en Christchurch (Nueva Zelanda). Gumble iba siguiendo el vuelo 901, que hab¨ªa salido cuarenta minutos antes; su misi¨®n era tambi¨¦n parecida.
El vuelo era en honor del senador norteamericano por Virginia Harry Bird y de varias luminarias de la ciencia estadounidense. Ellos, al igual que los 237 pasajeros y de los veinte miembros de la tripulaci¨®n del DC- 10 que iba por delante, iban a contemplar las vistas de la Ant¨¢rtida. Se trataba de una ocasi¨®n memorable para el senador, porque conmemoraba el cincuenta aniversario del primer vuelo sobre el Polo Sur, llevado a cabo por su t¨ªo Harry.
El Starlifter deb¨ªa aterrizar en la base McMurdo, para que el senador saludara a su personal antes de continuar un r¨¢pido vuelo alrededor del polo. Cuando Gumble se estaba aproximando a la isla de Ross, y como sab¨ªa que el DC-10 se hallaba en esa zona, quiso comprobar d¨®nde estaba antes de comenzar el descenso.
Como en la Ant¨¢rtida no hay nada parecido al control de tr¨¢fico a¨¦reo, lo ¨²nico que pod¨ªa hacer era llamar al comandante Collins. Estableci¨® contacto sin dificultad y Collins le inform¨® que estaba a 4.900 metros y ?descendiendo siguiendo la VFR?.
VFR son las siglas internacionales de las Normas de Vuelo Visual, y Collins dec¨ªa que hab¨ªa tomado la vital decisi¨®n de que el tiempo era suficientemente bueno para descender sobre la isla de Ross. Cuatro mil novecientos metros era la altura m¨ªnima permitida para volar por instrumentos en esa zona, a causa de la proximidad del Erebus.
Y a menos de que estuviera totalmente satisfecho de que hab¨ªa, y de que durar¨ªa, la suficiente visibilidad para volar sin ayuda de instrumentos, ten¨ªa que abandonar el vuelo sobre el volc¨¢n y el campamento Scott, y los pasajeros tendr¨ªan que conformarse con un vuelo menos pintoresco sobre el Polo Sur.
A pesar de que quiz¨¢ Collins se sintiese obligado a complacer a los pasajeros, ning¨²n piloto en su sano juicio arriesgar¨ªa el avi¨®n a menos de que estuviera totalmente seguro de que pod¨ªa descender sin peligro. Hay que suponer, por consiguiente, que en ese momento ten¨ªa una visibilidad de al menos ocho kil¨®metros, como especifica el reglamento.
Pero ning¨²n piloto puede estar seguro de que, sobre la isla de Ross, la visibilidad vaya a durar mucho tiempo, condici¨®n que tambi¨¦n exige el reglamento.
Error inexplicable
Unos momento despu¨¦s, Gumble oy¨® informar a Collins de que estaba bajando a 3.000 metros y de que ?continuaba volando visualmente?. Naturalmente, Gumble no pod¨ªa saber que Collins hab¨ªa comenzado el descenso ochenta kil¨®metros antes del punto apropiado. Como demostr¨® el accidente, se hallaba todav¨ªa entre los montes Bird y Erebus. Y, sin embargo, ya hab¨ªa descendido, por debajo de la altura del monte Erebus.El plan de vuelo estipulaba que Collins descendiera despu¨¦s de haber sobrevolado el Erebus, y resulta inconcebible que descendiese por debajo de la cumbre del volc¨¢n sin pensar que ya lo hab¨ªa pasado.
?C¨®mo pudo cometer tal error? La mejor explicaci¨®n es que divis¨® el monte Bird por un claro en las nubes, pens¨® que se trataba del Erebus, y creyendo que ten¨ªa el camin¨® libre de tierras elevadas, comenz¨® el descenso hacia el campamento Scott. Hab¨ªa una nube a novecienlos metros de altura y ten¨ªa que volar por debajo para mostrar a los pasajeros lo que hab¨ªan pagado por ver.
Una mirada a la pantalla de datos del sistema interno de navegaci¨®n le hubiera indicado que se equivocaba. Pero probablemente la tripulaci¨®n estaba pendiente de ver entre las nubes la primera aparici¨®n del campamento Scott, y no estaban atentos a los instrumentos.
El mensaje final a la base McMurdo contiene una prueba m¨¢s de que Collins cre¨ªa que estaba descendiendo hacia el campamento Scott y no contra la ladera de una monta?a. Les dijo, sin el menor rastro de alarma, que estaba descendiendo de 1.800 metros a seiscientos.
Copyhght 1979
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