Derecha y centro
Diputado de CD por Madrid
La pol¨¦mica sobre la derecha y el centro sigue encendida y con aire de subir de punto en las semanas y meses pr¨®ximos. Se habla y escribe con insistencia sobre la ?desuni¨®n de la derecha?, debida, por lo visto, a los fuertes personalismos e incompatibilidades consiguientes. ?Hay que unir la derecha con urgencia?, se repite una y otra vez. Pero, ?qu¨¦ es la derecha? ?D¨®nde est¨¢ la derecha? Recientemente, uno de sus lideres no parlamentarios, don Federico Silva, se?alaba, acertadamente, que en la Europa occidental industrializada la derecha representaba casi un 50% del voto popular. Lo que le permit¨ªa gobernar, en estos momentos, en la mayor¨ªa de los pa¨ªses comunitarios, por ejemplo.
En Espa?a sucede lo mismo. En las ¨²ltimas elecciones. generales la derecha obtuvo un bloque de votos ligeramente superior a los de la izquierda socialista y comunista, convertidos despu¨¦s en sensiblemente superiores en el Parlamento, a trav¨¦s del sistema electoral proporcional y el artilugio hondtiano. Los votos de la derecha fueron en su inmensa mayor¨ªa a parar a las candidaturas del partido del centro. An¨¢logamente a lo que ocurre en Alemania federal, Gran Breta?a, Francia e Italia, los electores de la derecha y los de las izquierdas socialistas se igualan, pues, globalmente, en porcentajes, y es, en ¨²ltima instancia, una m¨ªnima porci¨®n de ese electorado el que decide en cada elecci¨®n los resultados parlamentarios finales.
En Espa?a es la derecha la que est¨¢ en el poder y gobierna. desde hace cuarenta a?os. Los intereses esenciales que defiende -tan leg¨ªtimos como los que defiende la izquierda- no impiden que la formulaci¨®n de sus prop¨®sitos necesite modificarse dr¨¢sticamente para hacer frente a las exigencias, aspiraciones y problemas de la sociedad que tiene delante. Cuarenta a?os son casi medio siglo. ?Y qu¨¦ medio siglo! Sin grave error puede afirmarse que no hubo un per¨ªodo de la historia humana con tantas y tan profundas modificaciones como las sucedidas de 1939 ac¨¢. El mundo de la electr¨®nica y de la inform¨¢tica, con sus espectaculares incidencias en la existencia cotidiana de todos; la era nuclear instalada en el orden militar y civil con un c¨²mulo de resultados y condicionamientos positivos y negativos; los cohetes, sat¨¦lites y estaciones espaciales. El despertar del Tercer Mundo y de los grandes movimientos populares y religiosos de diverso signo. Los 110 nuevos Estados independientes. ?Qu¨¦ grupo, partido, ideolog¨ªa pol¨ªtica o tendencia social puede limitarse ante esta metamorfosis gigantesca a recitar su cartilla dogm¨¢tica de los a?os treinta?
A cada ¨¦poca pol¨ªtica corresponde su lenguaje y su mentalidad adecuados. En Espa?a tenemos a esos efectos el episodio ilustrativo de los a?os treinta. La ca¨ªda de la Monarqu¨ªa, en unas elecciones municipales, arrastr¨® consigo la pr¨¢ctica totalidad de los partidos pol¨ªticos del espectro de la derecha que hab¨ªan funcionado hasta 1923, y unos pocos meses m¨¢s, desde 1930 hasta el 14 de abril republicano. La derecha se reorganiz¨®, fundamentalmente, con una imagen nueva y un tono doctrinal distinto. Fue la Acci¨®n Popular, luego convertida en Confederaci¨®n Espa?ola de Derechas Aut¨®nomas, la que proporcion¨®, con el ?cedismo?, tambi¨¦n llamado populismo o democracia cristiana, el contenido pol¨ªtico a la derecha sociol¨®gica del pa¨ªs. Su joven l¨ªder, Jos¨¦ Mar¨ªa Gil Robles, diputado y catedr¨¢tico de Salamanca, fue la gran revelaci¨®n parlamentaria y pol¨ªtica de la derecha durante la Rep¨²blica. Acat¨® la Constituci¨®n y se declar¨® neutral ante el problema de las formas de Gobierno. Pudo haber consolidado la Rep¨²blica de abril, insertando definitivamente la derecha pol¨ªtica en el turno equilibrado de poder. Pero, a partir de la Revoluci¨®n de Octubre de 1934 y de sus consecuencias, aquel prop¨®sito recibi¨® un golpe mortal. Y la convivencia civil no result¨® posible. Es interesante recordar que aquella formaci¨®n de la derecha no brot¨® por generaci¨®n espont¨¢nea. Tuvo su inspiraci¨®n doctrinal en eI pensamiento social de don Angel Herrera y en buena parte, sus dirigentes pol¨ªticos vinieron del fecundo semillero de la ACNP de P y de sus c¨ªrculos de estudios. Trataba de ser la CEDA un partido moderno, homologado con grupos semejantes de Europa y de Iberoam¨¦rica.
Es notorio que una parte de la derecha espa?ola no aprob¨® esa estrategia ni se integr¨® en esa tendencia por considerarla nociva a los intereses nacionales y perjudicial a los valores que entend¨ªa defender. Fueron los n¨²cleos de Renovaci¨®n, del Bloque Nacional, del Tradicionalismo y de las nacientes formaciones del falangismo, juntamente con el c¨ªrculo doctrinal de Acci¨®n Espa?ola, quienes capitanearon esa otra derecha, hostil a la Rep¨²blica e inclinada abiertamente a las soluciones de autoridad ajenas al parlamentarismo democr¨¢tico.
Tambi¨¦n de 1932 a 1936 reson¨® en ese campo el eslogan insistente de la uni¨®n de las derechas. La ?uni¨®n? se logr¨® en febrero de 1936 y no pudo impedir el triunfo electoral de la izquierda, unida, a su vez, en el Frente Popular. Uno de los factores que decidi¨® ese triunfo fue la insistencia del Gobierno Portela en apoyar candidatos gubernativos propios, de centro-izquierda, que restaron a la derecha los miles de votos necesarios para equilibrar al bloque popular. El resto de la historia es conocido. Su ejemplo ilustrativo es mostrar c¨®mo, la derecha -y la izquierda- saben organizarse bajo diversas apariencias y siglas, sin que ello impida que luchen eficazmente en defensa de lo que consideran esencial para su credo espec¨ªfico. La derecha mon¨¢rquica, tradicionalista y autoritaria, no ten¨ªa bajo la Rep¨²blica sino una escasa fuerza electoral que le daba docena y media de diputados a lo sumo, frente a la poderosa minor¨ªa ?cedista?, que gobernaba en coalici¨®n con el Partido Republicano Radical, cuyos esca?os hab¨ªa nutrido en 1933 la generosa habilidad de Gil Robles. Ten¨ªa esa derecha fuerza testimonial y resonancia en importantes ?¨¦lites? y en decisivos estamentos. Pero nunca hubiera logrado en circunstancias normales disputar electoralmente el mando mayoritario a la otra formaci¨®n. La CEDA estaba situada en el lenguaje de la derecha moderna democr¨¢tica y la sociedad espa?ola de la ¨¦poca votaba abrumadoramente en esa direcci¨®n.
Luego vino la guerra espa?ola. Y en 1939 la guerra mundial, con la derrota de los fascismos autoritarios y la victoria de las democracias occidentales aliadas al stalinismo sovi¨¦tico. Desde 1949 se produjo, a su vez, la ruptura ideol¨®gica abierta entre esos antiguos aliados, y a partir de ese momento la democracia parlamentaria y liberal se tradujo en el modelo doctrinal del sistema de la vida p¨²blica correspondiente a la sociedad abierta del llamado mundo occidental.
Mutatis mutandis, y con un trasfondo sociol¨®gico enteramente distinto, escuchamos hoy parecidos reproches y pol¨¦micas en el seno de la grey derechista. El centro es repudiado por demasiado inclinado a la izquierda y por estar condicionado por la consensualidad. ?No es la verdadera derecha?, exclaman voces airadas. ??Hagamos la unidad de los aut¨¦nticos derechistas y obtendremos el triunfo!? ?Qu¨¦ triunfo?, cabe preguntar. ?El que permita que gobierne la derecha y enderece los problemas desbordados o irresueltos.? Pero es que la derecha -y el centro- ya est¨¢ en el poder y gobierna como sabe o como puede. Y as¨ª es posible continuar el di¨¢logo de sordos sin que se altere el hecho de que la mayor¨ªa del voto derechista de Espa?a siga dando los sufragios al partido del centro.
Ser¨¢ importante clarificar este punto con serenidad y sin violencias verbales, pues ya se sabe que la injuria es la raz¨®n del que no la tiene. Hagamos una reflexi¨®n en profundidad con los datos que tenemos. Y no equivoquemos los t¨¦rminos del problema. El hecho de que existan trasvases de votos entre los distintos grupos de la derecha, no centrista, no supone necesariamente aumento del n¨²mero global de los mismos. Y, por consiguiente, la situaci¨®n relativa entre las fuerzas no habr¨¢ cambiado. Tampoco pienso que la radicalizaci¨®n de las actitudes frente a la Constituci¨®n; las autonom¨ªas o la garant¨ªa de las libertades vigentes represente un est¨ªmulo suficiente para obtener un vuelco del electorado hacia el conservatismo o en direcci¨®n a soluciones autoritarias. La gran mayor¨ªa del voto de la derecha sabe que el respeto estricto de la Constituci¨®n y la modernizaci¨®n de la sociedad espa?ola en todos sus aspectos debe ser su bandera. Y la ley de modernidad se inscribe siempre en el surco de la libertad.
Un Gobierno puede gobernar con m¨¢s aciertos que errores. O viceversa. Pero el mayor error de los que lo combaten ser¨ªa convertir las cr¨ªticas razonables, penetrantes y justas que supongan por s¨ª solas alternativas viables en profec¨ªas apocal¨ªpticas extendidas a todo el sistema. Si los actores representan mal la funci¨®n, no hay que pedir que se derribe el teatro. O desear que se incendie el edificio.
?La libertad se ha hecho conservadora?, exclam¨® don Antonio Maura, proclamando su fe en el camino constitucional, al que se opon¨ªa la violencia de sus adversarios. Hoy pod¨ªamos afirmar que en Espa?a el conservatismo, en su acepci¨®n contempor¨¢nea de acicate del cambio y del progreso y de factor esencial del pensamiento de la derecha, se ha hecho democr¨¢tico, garante de los derechos humanos y partidario de la soberan¨ªa nacional asentada en la voluntad comunitaria y en la libre alternativa del poder. A m¨ª no me produce alergia alguna la palabra ?derecha?, siempre que signifique tambi¨¦n civilizaci¨®n y respeto al que di siente. No conozco ning¨²n socia lista o comunista al que repugne o acobarde llamarse hombre de izquierdas. ?Por qu¨¦ habr¨ªa la derecha de esconder su credo?
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