Washington sigue de cerca el env¨ªo de soldados sovi¨¦ticos a Afganist¨¢n
La Administraci¨®n norteamericana ha advertido recientemente a reg¨ªmenes moderados del Pr¨®ximo Oriente sobre la importancia pol¨ªtica que para la zona tiene el incremento de tropas sovi¨¦ticas en Afganist¨¢n. Fuentes de la misma Administraci¨®n confirmaron la llegada a Kabul de tres batallones sovi¨¦ticos, cada uno de ellos compuesto por m¨¢s de quinientos hombres.
El pasado viernes, un funcionario del Gobierno norteamericano asegur¨® que la URSS ha movilizado al norte del r¨ªo Oxus, frontera sovi¨¦tico-afgana, a m¨¢s de 30.000 hombres, y tiene ya en el interior del pa¨ªs unos 1.500 soldados, a los que hay que agregar 4.000 consejeros militares.Por su parte, los servicios de espionaje se refieren a que la movilizaci¨®n del r¨ªo Oxus obedece a un estado de alerta ante una eventual acci¨®n norteamericana en Ir¨¢n, y agregan que ?las movilizaciones en la frontera tienen gran similitud con los preparativos para la invasi¨®n de Checoslovaquia en 1968?.
Las fuentes diplom¨¢ticas tienen opiniones diversas. Un alto funcionario de Washington afirm¨® que ?las intenciones sovi¨¦ticas no est¨¢n del todo claras en Afganist¨¢n, si bien la URSS no har¨¢ nada que contravenga sus intereses?.
Hasta el momento, no hay pruebas de que los soldados sovi¨¦ticos estacionados en Afganist¨¢n hayan reemplazado al Ej¨¦rcito aut¨®ctono en alguna parte de la lucha contra la guerrilla musulmana. Sin embargo, es conocido el papel de los consejeros militares, que dirigen algunas operaciones del Ej¨¦rcito afgano, cuyos helic¨®pteros, equipados con ametralladoras, son pilotados por sovi¨¦ticos, todos ellos, seg¨²n recientes informaciones, bajo el mando de un teniente general de la URSS.
La creciente presencia sovi¨¦tica en Afganist¨¢n, aumentada desde la llegada al poder de Hafizullah Amin, plantea temores en Washington, aunque EEUU ?no est¨¢ dispuesto a una confrontaci¨®n directa en un pa¨ªs que no pertenece a la ¨®rbita de seguridad norteamericana?. Sin embargo, una opini¨®n que comparten los servicios de espionaje norteamericanos y altos funcionarios pr¨®ximos al Consejo Nacional de Seguridad es que la URSS estar¨ªa dispuesta a anexionarse Afganist¨¢n en calidad de aliado eterno.
El poder de un solo hombre
Tres meses despu¨¦s del acceso al poder mediante una revoluci¨®n de palacio sangrienta, el presidente del Consejo Revolucionario afgano, Hafizullah Amin, multiplica sus iniciativas para reforzar su control sobre el partido y la poblaci¨®n afgana. Aunque ya asum¨ªa los cargos de presidente o secretario general del partido, en el Gobierno, el Politbur¨® y el Consejo Revolucionario del Alto Comisariado para la Defensa de la Patria, el ?compa?ero Amin? asumi¨® recientemente la presidencia del comit¨¦ encargado de redactar la futura Constituci¨®n y, sobre todo, de la Organizaci¨®n Nacional de Defensa de la Revoluci¨®n (ONDR). Sin duda preocupado por el hecho de que un cierto n¨²mero de las organizaciones que preside han sido creadas por su predecesor, Nur Mohammad Taraki, que a¨²n cuenta con algunos partidarios, el presidente afgano parece decidido a transformar esta ONDR en el instrumento clave de su influencia sobre las masas. Creada copiando al sistema cubano, la Organizaci¨®n Nacional debe, paralelamente al partido, reagrupar a nivel de f¨¢bricas, pueblos y ciudades a todos los afganos en torno a su jefe, Hafizullah Amin.
El tono de los discursos de Amin ante el aparato central de esta organizaci¨®n, reunido desde principios de mes en Kabul, es de gran virulencia.
?Cortadles las manos?, ?No dud¨¦is en dar vuestra propia sangre?, estos son los esl¨®ganes gritados ante los miembros dirigentes de la Organizaci¨®n cuando Amin aborda el tema de la rebeli¨®n musulmana. Amin se esfuerza en galvanizar las energ¨ªas. Para el presidente del Consejo Revolucionario, los rebeldes son ?traidores? que es necesario eliminar; los refugiados afganos en Pakist¨¢n, ?bandidos respaldados por el imperialismo y las ayudas financieras del Comit¨¦ de las Naciones Unidas para los refugiados, inducido en el error sobre su verdadera identidad?.
Los disturbios internos, antes sistem¨¢ticamente desmentidos en Kabul, o presentados como ?un invento de la prensa imperialista y reaccionaria?, son ahora reconocidos oficialmente y los llamamientos en defensa de la revoluci¨®n se multiplican.
Para mantener la cohesi¨®n de un ej¨¦rcito debilitado por las deserciones y los motines, el presidente Amin refuerza a las fuerzas armadas con j¨®venes jalqis, miembros del partido ¨²nico, aconsejados e instruidos por expertos sovi¨¦ticos.
Regularmente, el diario oficial Kabul Times anuncia en sus columnas que j¨®venes reclutas, al t¨¦rmino de sus dos a?os de servicio militar obligatorio, deciden, por unanimidad, seguir sirviendo a la bandera ?para que triunfe la revoluci¨®n?.
El dif¨ªcil reclutamiento de soldados en las numerosas provincias rurales rebeldes ha incitado al Gobierno a intensificarle en las zonas urbanas. En Kabul, adolescentes armados vigilan los edificios oficiales. Paralelamente al encuadramiento del Ej¨¦rcito, el presidente ha reforzado su postura personal en el aparato de Estado. Su familia, y especialmente su cu?ado Assadullah Amin, se han visto otorgados con puestos de confianza en la organizaci¨®n y seguridad del Estado. El jefe de la ?seguridad pol¨ªtica? de la capital tiene tan s¨®lo veintid¨®s a?os.
Ante todo, Am¨ªn ha conseguido, por lo menos temporalmente, borrar la mala impresi¨®n creada en Mosc¨² por la eliminaci¨®n f¨ªsica, a mediados de septiembre, de Taraki. Cogidos por sorpresa, los sovi¨¦ticos no han querido interrumpir su ayuda militar y material al r¨¦gimen revolucionario afgano.
Bas¨¢ndose en este apoyo externo, consciente de que la revoluci¨®n s¨®lo puede triunfar con la fuerza, Amin aparece seguro de s¨ª mismo y confiando a los diplom¨¢ticos extranjeros que tienen ocasi¨®n de abordarle.
Los ¨²nicos s¨ªntomas de vulnerabilidad del nuevo hombre fuerte, afgano son, por una parte, que nunca ha salido, desde hace tres meses, del palacio presidencial, por miedo a un atentado, y, por otra, que la poblaci¨®n le es fundamentalmente hostil. ?Pero los habitantes de Kabul est¨¢n acostumbrados a obedecer, porque tienen miedo, y si se han producido golpes de Estado militares en la ciudad nunca hemos asistido a una resurrecci¨®n popular?, comenta un buen conocedor de la vida pol¨ªtica afgana.
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