Alfonso, XIII, por fin, en Espa?a
En EL PAIS SEMANAL del 6 de febrero de 1977 escrib¨ª, con el t¨ªtulo de Alfonso XIII, el doblemente exiliado, un art¨ªculo que comenzaba con estas palabras: ?Creo que no hay castigo m¨¢s cruel ni despiadado que vivir forzosamente fuera de la tierra en que se ha nacido, ni espina m¨¢s aguda ni dolorosa que la clavada en el coraz¨®n cuando se presiente el adi¨®s a la vida lejos de la cerca de nuestra propia heredad. Y esa desgarradura del alma se acrecienta si quien la sufre es un rey condenado al -destierro por no haber querido derramar sangre fraterna. No hay que decir que ese Monarca, doblemente exiliado -vivo y muerto- se llamaba Alfonso XIII, al que no hicieron justicia los que m¨¢s le debieron, y que mereci¨®, al menos, un gran respeto por su apasionado amor a pEspa?a, en el Trono y fuera de ¨¦l, correspondi¨¦ndole con plenitud el dicho cl¨¢sico "de que no importa errar en lo menos, si acert¨® en lo principal".? Mi art¨ªculo de entonces terminaba diciendo: ?Es llegado el tiempo, con la Monarqu¨ªa que encarna el rey don Juan Carlos, que se levante el destierro a don Alfonso XIII, que tuvo ¨¢ureas universales y relieves europeos de emocionada gratitud, y vuelva a Espa?a como s¨ªmbolo m¨¢ximo de los regios exiliados, desagraviando, as¨ª, su clara memoria y su limpia conciencia de espa?ol enamorado.?
Y, por fin, tal deseo -el de tantos espa?oles- se va a cumplir al cabo de 39 a?os, reparando la absurda injusticia franquista de haber tenido exiliado, durante tanto tiempo, los restos mortales de un Rey a quien Espa?a quiso -y las propias elecciones del 12 de abril de 1931 lo demostraron, si es que el sufragio universal posee un valor estrictamente aritm¨¦tico-, y que ahora regresa a la tierra en que naciera y reinara, ocupando el puesto que le corresponde en el Pante¨®n de Reyes del monasterio de El Escorial. ?Qui¨¦nes son los que se atrever¨ªan a impugnar esta augusta presencia,junto al palacio en que vio la luz de Madrid y vivi¨® la mayor parte de su existencia como Rey y como enamorado de su pueblo? Creo sinceramente que nadie, salvo los que no hayan le¨ªdo la Historia y tiemblen ante la protesta de cualquier indocumentado. A estas alturas no puede haber nadie -ni de derechas ni de izquierdas- que ose hostilizar a unos restos mortales y tratar de mermar importancia a la gran figura de don Alfonso XIII y al categ¨®rico progreso, en tantos aspectos de la vida pol¨ªtica, social, econ¨®mica y cultural de Espa?a, que represent¨® su reinado y, no pocas veces, a la acci¨®n personal del Rey en el interior y en el exterior del pa¨ªs.
Alfonso XIII reina casi treinta a?os. Desde 1902, en que se corona, a 193 1, en que se ausenta de Espa?a. Largo per¨ªodo de la vida espa?ola -escribe Areilza-, en que el pa¨ªs da un gigantesco salto hacia adelante. No se hac¨ªan entonces evocaciones p¨²blicas de per¨ªodos determinados para cantar alabanzas de lo conseguido. Y, sin embargo, podr¨ªa ofrecerse -digo yo- un muestrario impresionante de realizaciones, donde se observa que la Espa?a de 1902 nada tiene que ver con la de 1930. Grandes ciudades modernas. hab¨ªan surgido de las vetustas y decimon¨®nicas capitales. Carreteras, tel¨¦fonos, universidades y puertos testimoniaban el progreso general. F¨¢bricas y astilleros se inscrib¨ªan en la t¨¦cnica adelantada de entonces. El pa¨ªs ten¨ªa unas fuerzas armadas disciplinadas e instruidas, de corte europeo, con material a¨¦reo y naval aceptable. A su vez, nuestros profesionales -m¨¦dicos, abogados, ingenieros, profesores- se manten¨ªan en decorosos niveles universales.
De otra parte, en orden a la cultura en general, y en particular al arte, a la literatura y a la ciencia, en su gran variedad, hay que decir de ese per¨ªodo alfonsino lo que Mara?¨®n calific¨® de ?nuevo siglo de oro?. Ciertamente produce admiraci¨®n -y vuelvo a citar a Areilza- la coexistencia intelectual de los hombres del 98 con la generaci¨®n subsiguiente de Ortega y los escritores y artistas de los a?os veinte. Pocas veces surgi¨® en nuestra sociedad conjunto semejante de personalidades diversas y antag¨®nicas de tanta fuerza y originalidad. Ese Parnaso excepcional -reitera Jos¨¦ Mar¨ªa Areilza- se acog¨ªa a un clima de independencia y libertad que la Monarqu¨ªa de Alfonso XIII auspiciaba. Esta afirmaci¨®n responde a una verdad indiscutible -pese a cuanto se dijo de la incompatibilidad del Monarca con algunos intelectuales- y f¨¢cil de demostrar con textos de Azor¨ªn y Men¨¦ndez y Pelayo, de Gald¨®s y el propio Unamuno, de Rodr¨ªguez Mar¨ªn y de Ram¨®n y Cajal, de Torres Quevedo y Altamira, de Rub¨¦n Dar¨ªo y Amado Nervo, de Emilia Pardo Baz¨¢n y Concha Espina. Y tambi¨¦n cabr¨ªa hablar de razones y sinrazones existentes, en juicios o reservas, en cuanto a la personalidad del Monarca, por parte de Salvador de Madariaga,y del espa?ol m¨¢s citado en el mundo, que es Ortega y Gasset.
Ramiro de Maeztu, al anunciar hace bastantes a?os que llegar¨ªa el momento en que la Historia proclamar¨ªa que el reinado de Alfonso XIII fue uno de los m¨¢s pr¨®speros de Espa?a, se?al¨® que s¨®lo fueron tres los cargos que los republicanos le hicieron: ?El de emplear su influencia para negocios privados en beneficio. personal; el de causar la guerra de Marruecos, y el de excederse en sus poderes constitucion¨¢les.? Sin embargo, aquellas acusaciones tan falsas se pulverizaron por s¨ª mismas en pleno per¨ªodo republicano. Todos los archivos y documentos, que quedaron a la completa disposici¨®n de una Comisi¨®n de Responsabilidades, con poderes omn¨ªmodos, no pudieron demostrar en dos a?os de funcionamiento nada contra don Alfonso. Acusaciones tan grotescas como la del sacrificio humano de dos soldados, cada d¨ªa, para alimentar con su sangre al Pr¨ªncipe de Asturias, enfermo, provocaron la rechifla de no pocos republicanos. ?Y qu¨¦ decir de las ?acciones liberadas? que le adjudicaron al Rey los se?ores del pacto de San Sebasti¨¢n? As¨ª se comprende que el ministro de Hacienda, Indalecio Prieto, ante el fracaso de los acusadores dijera con su humor habitual: ?Cre¨ªamos que don Alfonso era un pillo y ahora resulta que fue un ingenuo.?
En cuanto a la segunda culpa, achac¨¢ndole como capricho la campa?a de Marruecos, en ¨¦poca en que exist¨ªan Gobiernos constitucionales, c¨¢maras legislativas y fiscalizadoras y m¨¢s tarde un ?expediente Picasso?, sin poder encontrar en ¨¦l, nunca, el telegrama -clave, en que se acusaba a don Alfonso de ser el responsable del desastre de Anual, fue siempre una absoluta falsedad, donde la Rep¨²blica no pudo -pese a la documentaci¨®n militar y civil que pose¨ªa- demostrar nada de efectiva verdad contra don Alfonso. Y con respecto a la violaci¨®n constitucional en 1923, ?qui¨¦n o qui¨¦nes empujaron al Rey, ante el estado del pa¨ªs, a aceptar y legalizar el golpe de Estado de Primo de Rivera? El hecho fue tan claro, la adhesi¨®n nacional tan clamorosa y rotunda, y el respaldo que ofrecieron los hombres pol¨ªticos -en su. mayor parte- tan elocuente, que no Creo necesario a?adir los testimonios, tan favorables a la dictadura de Primo de Rivera, de Niceto Alcal¨¢-Zamora, Angel Osorio y Gallardo y Miguel Maura, entre otros de los que fueron, m¨¢s o menos, protagonistas de la Segunda Rep¨²blica espa?ola.
?Qu¨¦ otras culpas podr¨ªan cargarse sobre la memoria del jefe del Estado que llam¨® al poder a Canalejas y que al ser ases Inado presidi¨® su entierro a cuerpo limpio, sin temor a las bombas o a las pistolas? ?Qu¨¦ crimen fue el del Rey, que sostuvo la neutralidad espa?ola durante la primera gran guerra, y que salv¨® del fusilamiento a 102 condenados a muerte y de los campos de concentraci¨®n a millares de prisioneros? ?Qu¨¦ tipo de s¨¢trapa encarn¨® don Alfonso. para promover e impulsar las grandes exposiciones iberoamericana y universal de Sevilla y Barcelona? ?Y qu¨¦ caprichoso monarca result¨® el XIII de los Borbones espa?oles, al ocurr¨ªrsele la idea de conmemorar sus bodas de plata con la Corona, creando la Ciudad Universitaria, que es orgullo de la capital de Espa?a y ha cubierto una necesidad fundamental en la ¨®rbita de la cultura? Si se piensa, seriamente, en rehabilitar una memoria falseada y difamada desde hace m¨¢s de medio siglo, se comprende que es justo y bueno respetar la voluntad de los muertos y darles la paz y el honor que merecen. Por eso no se comprende que Franco negara, al que fue su Rey, el sepulcro que era suyo. Y luego, que le recordara cada a?o oficialmente con unos funerales solemnes, en que don Alfonso deb¨ªa compartir los sufragios, al menos con los reyes godos, los Trastamara, los Austria y los Borbones anteriores a ¨¦l. Pero, por eso, tambi¨¦n resulta absurdo e inexplicable que no se haga participar, como se debiera, al pueblo espa?ol en este retorno de la memoria esclarecida de Alfonso XIII, sin ¨¢nimo -que ser¨ªa innoble pensando en ¨¦l- de revancha o de desquite, ya que su ejemplo fue siempre servir a Espa?a, como rey de todos los espa?oles; quit¨¢ndose de en medio cuando crey¨® percibir un claro desv¨ªo de su pueblo; reconociendo a Espa?a ?como ¨²nica se?ora de sus destinos? y evitando, con su alejamiento de lo que era el amor de sus amores, toda posibilidad de salpicar de sangre fraterna la limpia historia de su propia vida.
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