"Ciudadano Kane "/ caciquismo
Desde que Chicho Ib¨¢?ez Serrador, flamante jefe de programas un d¨ªa, iniciara su obstrucci¨®n sistem¨¢tica a los pogramas culturales de Televisi¨®n Espa?ola, tal tipo de emisiones, al contrario de las de Radio Nacional, fue reduciendo paulatinamente sus horas y sus temas hasta llegar a convertirse en una serie de intentos espor¨¢dicos junto a alg¨²n que otro espacio salvado a duras penas, a costa del esfuerzo y paciencia de los realizadores. Tal es el caso de La clave, pol¨¦mico no s¨®lo por los temas que trata, sino en su mismo planteamiento, que ya de por si merecer¨ªa una ?clave? especial sobre la libertad de prensa y sus posibles manipulaciones.Mientras Chicho Ib¨¢?ez Serrador se empe?a en seguir asust¨¢ndonos a la sombra de Bradbury, convertido en un Hitchcock de secano o mostrando la incultura popular dentro y fuera de casa, Balb¨ªn, mal que bien, ha sacado adelante un programa que, problemas aparte, viene a ser como un nav¨ªo solitario en el que alguno de sus tripulantes pretende alzar su mot¨ªn particular, arrog¨¢ndose funciones que no son del caso. El responsable de la nave en cuesti¨®n es el citado se?or Balb¨ªn, para bien o para mal, por encima de realizadores, electricistas o maquilladores. Pretender lo contrario vendr¨ªa a ser como si, en una pel¨ªcula, el director de la fotograf¨ªa, el encargado de llevar la c¨¢mara o el responsable de las tomas de sonido se empe?aran en dirigir a los actores, montar las secuencias o disponer a su antojo de los di¨¢logos. Razones administrativas o jer¨¢rquicas aparte, tal proceder resultar¨ªa pueril y ning¨²n productor lo admitir¨ªa. En este caso, el productor es Televisi¨®n Espa?ola.
Como todo intento basado en material de archivo, no es f¨¢cil encontrar siempre un filme que acompa?e al coloquio, pieza fundamental del espacio aludido. En este caso, cin¨¦filos, soci¨®logos y aficionados a la cultura en general han tenido m¨¢s suerte. Orson Welles y Ciudadano Kane son nombres que prestigian cualquier televisi¨®n, aunque resulten habituales. De todos modos, alguien habr¨¢ que los descubra ahora, sobre todo entre los j¨®venes. Estos deben saber que Welles lleg¨® a Hollywood convertido ya en ni?o prodigio, reci¨¦n salido de la radio, el mismo a?o en que se inicia la segunda guerra mundial. Deb¨ªa justificar su condici¨®n de director genial y si por tal entendemos a quien revoluciona los medios y los modos de las artes, es preciso reconocer que el cine, tras de su aparici¨®n, no volvi¨® a ser el mismo. No lo invent¨® todo, pero supo asimilar t¨¦cnicas anteriores, desde Abel Gance u otros modestos precursores. Uni¨® as¨ª tradici¨®n y novedad, a?adiendo su experiencia de la radio, el claroscuro en la fotograf¨ªa, los decorados, con techos reales, unas veces grandiosos y otras agobiantes, y, sobre todo, una nueva ¨®ptica, que permit¨ªa jugar a la vez, de un modo n¨ªtido y concreto, con diversos personajes a distintas distancias focales.
Mas sus aportaciones no se redujeron a la pura t¨¦cnica, que de por s¨ª ya ser¨ªan gran cosa. Adem¨¢s dio vida a un personaje inspirado en William Randolph Hearst, due?o y se?or de cadenas de peri¨®dicos, cacique de variadas compa?¨ªas, que, por supuesto, se apresur¨® a querellarse. Si el ciudadano Kane toma parte en la guerra de Cuba, Welles, en cambio, siempre fue amigo de los espa?oles. Aquellos que lo conocen saben de su vida aqu¨ª, de su pasi¨®n por este pueblo nuestro, que entronca con la m¨¢s rancia tradici¨®n de un Hemingway.
Por todo ello, aunque el caciquismo espa?ol sea m¨¢s bien de cortijo y latifundio y no de grandes se?ores a lo Hearst, por viejo amigo, por su actitud pol¨¦mica y brillante, sea bien venido el ciudadano Welles a este programa de Televisi¨®n Espa?ola, que debe perdurar para bien de nuestros espectadores. A buen seguro que Gonzalo Torrente Ballester, novelista, acad¨¦mico, profesor, que tantas cosas sabe y que adem¨¢s sabe decirlas bien, cosa importante, se sentir¨¢ a gusto en su compa?¨ªa, como Abel Matutes, banquero regional de la derecha civilizada de Ibiza, Fern¨¢ndez Viagas, juez famoso en el Senado, por el arrebato pasional de sus intervenciones; Enrique Luque Baena, antrop¨®logo, y Diego M. del Peral, historiador.
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