Del buen uso de las autoridades
JOSE JIMENEZ LOZANO
El ministro de Industria, se?or Bustelo, para apoyar las razones que existen para la construcci¨®n de centrales nucleares y exorcizar una cierta oposici¨®n, cit¨® al se?or Sajarov, el conocido inconformista sovi¨¦tico y premio Nobel de la Paz, confinado precisamente por estas fechas por su propio Gobierno- El se?or ministro de Industria ha querido as¨ª capitalizar, en apoyo de su tesis, no solamente la autoridad cient¨ªfica del f¨ªsico sovi¨¦tico, sino tambi¨¦n su autoridad moral y el peso de esa autoridad moral en estos momentos concretos en que, naturalmente, goza de la simpat¨ªa de cualquiera que deteste la bruticie de una dictadura. Y, sin embargo...
Un proceso de cambio de mentalidad
Sin embargo, cuando las autoridades se citan en nuestro mundo moderno no puede seguir haci¨¦ndose con la mentalidad y en el talante en que la autoridad se invocaba en el mundo antiguo, un mundo de autoridades: para decidir una cuesti¨®n con su peso. La autoridad en nuestra cultura moderna s¨®lo puede significar un juicio u opini¨®n, plenamente calificados si se quiere, pero que no quedan sustra¨ªdos a la cr¨ªtica; y, as¨ª las cosas, habr¨ªa que subrayar, por lo pronto, ante esa opini¨®n del se?or Sajarov, que, en ¨²ltimo t¨¦rmino, su juicio positivo sobre las centrales nucleares se hace no en el ¨¢mbito de la ciencia precisamente, y ni siquiera en el ¨¢mbito de la t¨¦cnica, sino en el ¨¢mbito de la decisi¨®n pol¨ªtica y desde unos supuestos que, por cierto, son los mismos que le llevaron a fabricar en su d¨ªa la bomba H sovi¨¦tica: desde una visi¨®n tecnol¨®gica de la vida y de la sociedad, del hombre, en suma.
El coste humano no cuenta ni es mensurable
Al plante¨¢rsela un problema, la mentalidad tecnol¨®gica no reacciona de otro modo sino buscando su soluci¨®n t¨¦cnica: si es necesario hacer frente a un arma poderosa de Occidente el se?or Sajarov se puso a trabajar en un arma m¨¢s mort¨ªfera a¨²n; si la energ¨ªa del petr¨®leo falla, se acude a la energ¨ªa at¨®mica: el problema t¨¦cnico queda efectivamente solucionado. Es tambi¨¦n lo que se hace en Occidente: el coste humano, como se dice en lenguaje igualmente tecnol¨®gico, no cuenta, no es un dato mensurable en el problema, no tiene relevancia para su soluci¨®n. Como mucho, se atender¨¢n los aspectos t¨¦cnicos que eviten accidentes at¨®micos o se confesar¨¢ incluso que ese aspecto t¨¦cnico es, sin duda, grave, pero que, de todos modos, se dominar¨¢ de un modo estad¨ªsticamente razonable. No se har¨¢ ni una sola menci¨®n del gobierno de t¨¦cnicos y de la tiran¨ªa tecnol¨®gica que lleva consigo el necesario control de la producci¨®n de energ¨ªa at¨®mica a gran escala, y Robert Jungk, entre otros, ha mostrado que es ciertamente en un Estado at¨®mico totalitario en el que necesariamente se desembocar¨¢, si se opta por tecnolog¨ªa a todo precio, incluso para ganar la batalla al hambre.El se?or Sajarov, pues, que, a nivel de su conducta personal de defensor de los derechos humanos, puede ser considerado como un humanista -y esa es su gloria-, a nivel de hombre tecnol¨®gico y de consejero de decisiones pol¨ªticas est¨¢ precisamente en los ant¨ªpodas del hurnanismo, y su autoridad human¨ªstica y moral no puede ser utilizada para amparar una decisi¨®n de otro tipo. Tanto valdr¨ªa que un predicador invocase a Voltaire en un serm¨®n fan¨¢tico, aunque, en una determinada cuesti¨®n, Voltaire y el predicador en cuesti¨®n estuvieran de acuerdo. Todo el mundo se escandalizar¨ªa mucho, y con raz¨®n, de que se emplease al enciclopedista y libertino franc¨¦s para aporrear ideas exactamente contrarias sobre las cabezas de un auditorio y aplastarlo.
Pascal escribi¨® un ?Tratado sobre el buen uso de las enfermedades?, y no ser¨ªa menos precisa una clarificaci¨®n verdadera sobre el buen uso de las autoridades, pero una cosa es obvia: el se?or ministro de Industria no hizo el mejor uso de la autoridad de Sajarov: instrumentaliz¨® sencillamente su prestigio moral de este momento para apoyar unas tesis, y todo ello muy consciente de que a nivel colectivo y de mayor¨ªas ganaba una baza. Qui¨¦n se lo reprochar¨ªa a un pol¨ªtico? Lo suyo ciertamente, lo espec¨ªfico de un pol¨ªtico es ganar bazas y hasta hacemos comulgar con ruedas de molino que muelen su propio grano, pero quiz¨¢ la pol¨ªtica honesta exija desde luego alg¨²n tipo de ¨¦tica y, por supuesto, la de no aplastar en los razonamientos, la de ofrecer lealmente el tal¨®n de Aquiles, la de descubrir la propia flaqueza argumental, la de permitir que los ciudadanos puedan poner en marcha su propio sentido cr¨ªtico y discurrir libremente sin la opresi¨®n de piedras de mil kilos de que hablaba Nicol¨¢s de Azara al referirse a las autoridades y a las ideas sacrales de su tiempo y que ahora se llaman expertos, cient¨ªficos, t¨¦cnicos o h¨¦roes de los derechos humanos.
Un buen pasar digno sin el ¨¢tomo
No, tampoco en esta cuesti¨®n de un Estado at¨®mico, en la que nos jugamos quiz¨¢ nuestra supervivencia fisica, pero desde luego nuestra supervivencia como hombres libres y dotados de raz¨®n, se pueden arg¨¹ir autoridades: s¨®lo razones para permitir que los dem¨¢s tambi¨¦n se atrevan a pensar por su cuenta y decidan si al fin y al cabo eligen entre el bienestar y el ¨¢tomo o un buen pasar digno sin ¨¦l. El argumento de autoridad debi¨® de morir para siempre con la Ilustraci¨®n, cuando se denunci¨® cu¨¢nto mal y cu¨¢nta estupidez hab¨ªa engendrado, pero ya se ve que el discurso de nuestra era tecnol¨®gica se mueve siniestramente en el plano mismo de los t¨¦cnicos en demonolog¨ªa, por ejemplo, que aconsejaron a los jueces de los endemoniados de Loudun o de tantos otros t¨¦cnicos similares, como Hobbes, el te¨®rico de la soberan¨ªa del Estado e implacable juez de brujas, nunca harto de poder y sangre, y, sobre todo, siempre hambriento de tener m¨¢s y m¨¢s raz¨®n por miles de autoridades a su favor. Los Estados y sus servidores siempre tendr¨¢n esta proclividad, los tecn¨®cratas nunca comprender¨¢n que haya habido un pueblo que, conociendo la rueda, no la haya empleado nunca ni para el transporte ni para la guerra, sino s¨®lo para los juguetes de los ni?os. Esta superioridad intelectual y moral nos es, desde luego, bastante incomprensible a todos, pero reconozcamos al menos que lo es y cur¨¦monos de autoridades.
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