Lluvia, retrasos y fiesta en la caravana de solidaridad
El pasado viernes salieron de Madrid con destino a Granada diez autocares en solidaridad con el refer¨¦ndum andaluz y pidiendo el voto afirmativo. La caravana ten¨ªa un car¨¢cter unitario y apartidista, estaba costeada por la Junta y en ella participaban numerosos intelectuales y profesionales. Este es el relato del viaje.
La cita es a la una y media de la tarde del viernes, en Cibeles. La ma?ana est¨¢ plomiza y triste, pero la lluvia parece resbalar por encima de la euforia de los viajeros. Los diez autocares est¨¢n adornados con las banderas verdiblancas andaluzas, y hay un continuo traj¨ªn de gente subiendo, gente bajando, gente equivoc¨¢ndose de autob¨²s constantemente a la b¨²squeda de su plaza.Se habla de aquellos que no han podido venir, pero que se han solidarizado: hay una lista de casi doscientas adhesiones con nombres muy diversos, desde la duquesa de Alba a Bergam¨ªn, pasando por Aranguren, y Joaqu¨ªn Ruiz-Gim¨¦nez, y el te¨®logo Jos¨¦ Antonio Gimbernat, y Rodr¨ªguez Ponce, el arcipreste de Entrev¨ªas, y Massiel, y Mar¨ªa Jos¨¦ Cantudo, y Menese, y futbolistas, como Juanito, o toreros, como Jaime Ostos. Algunos de los que no viajan han venido a la despedida, como el padre Llanos, que va de autocar en autocar diciendo adi¨®s, abrigado con una gruesa bufanda. Al fin, un poco mojados, pero animosos, la caravana se pone en marcha, al filo de las dos, con las banderas andaluzas desplegadas por las ventanas.
En el autocar tres hay mucha gente conocida: ah¨ª va Pedro Olea, Miguel Narros y Alfonso Grosso, el grupo Guadalquiver, Carmen Diez de Rivera, Cristina Alberdi, Genov¨¦s, el fil¨®sofo Javier Sadava, Miguel R¨ªos...
Primera parada, muy breve, en Manzanares. Un grupo del autocar se despista y vuelve cinco minutos m¨¢s tarde de lo previsto: el conductor, que es de Cuenca, muestra su enfado por el retraso. Se reinicia la marcha, con el est¨®mago algo caldeado por un caf¨¦ y medio bocadillo engullido velozmente.
Se atraviesa al fin Despe?aperros, y al pisar terreno andaluz, Miguel R¨ªos comienza a cantar Vivan los andaluces, viva mi gente. Se vive un momento de euforia, de objetivo alcanzado: en el alto de Santa Elena, el primer pueblo andaluz, hay cerca de doscientas personas esperando la caravana, pese al mal tiempo. Ni?os, mujeres, ancianos apenas protegidos de la lluvia por paraguas, todos sonrientes, todos llevando banderas verdiblancas.
Son las seis de la tarde, hay una luz opaca y lechosa. El autocar se detiene un momento y los habitantes de Santa Elena se agolpan en las puertas, esperando que ¨¦stas se abran. Los viajeros nos disponemos a bajar, y, de pronto, el ch¨®fer arranca de nuevo, sin previo aviso y sin abrir, dejando atr¨¢s al espont¨¢neo comit¨¦ de recepci¨®n, alica¨ªdo bajo la lluvia y el atardecer. ??Qu¨¦ pasa??, ??Por qu¨¦ no paramos??, se pregunta la gente. ? Es que el conductor est¨¢ enfadado por los que se retrasaron anteriormente y no quiere abrir, por si nos escapamos?, contesta alguien. ?Es que tiene que cumplir un horario y vamos retrasados. ?
Con cierto disgusto se llega a La Carolina. El pueblo est¨¢ abandonado en esta lluviosa tarde del viernes, las calles aparecen fantasmalmente vac¨ªas. Los autobuses dan vueltas por la plaza, s¨®lo hay peque?os grupos de personas en la calle, sobre todo hombres de edad, jornaleros jiennenses que levantan el pu?o calloso al paso de la caravana. Hay problemas con el meg¨¢fono colocado en el techo del autocar, que se niega a funcionar. Al fin parece solucionarse el problema y una voz de mujer pide el voto afirmativo, ?Andaluc¨ªa por su autonom¨ªa?, dice a trav¨¦s del micr¨®fono. Hay un vejete que levanta el pu?o en una esquina y despu¨¦s corre a la esquina siguiente para alcanzar de nuevo los autocares y repetir su saludo, despu¨¦s vuelve a correr bajo la lluvia hasta alcanzamos, as¨ª una y otra vez hasta perder el aliento.
Mientras, nosotros seguimos viaje sin que las puertas se abran sin parar, en el empa?ado encierro de los autobuses. Todo el mundo tiene hambre y cierta sensaci¨®n de claustrofobia. Se llega a Guarrom¨¢n: tambi¨¦n aqu¨ª hay un comit¨¦ de recepci¨®n, un grupo numeroso de personas, e incluso un pu?ado de muchachos vestidos de traje campero, con guitarras. Pero el autob¨²s no se detiene, pasa de largo ante los j¨®venes de pechera rizada que han estado aguardando bajo la lluvia durante horas: esto es como Bienvenido, Mr. Marshall, se dice la gente del autocar, con desasosiego. Se intenta convencer al ch¨®fer para que pare, pero el conquense es implacable y contin¨²a devorando kil¨®metros.
A las ocho y cuarto, con dos horas de retraso sobre lo previsto, se llega al Ja¨¦n. Ante la catedral, empapados e irritados por la espera, est¨¢n los m¨²sicos de la banda municipal, que tocan el himno de Andaluc¨ªa. El alcalde de Ja¨¦n da la bienvenida a la caravana y los ocupantes de los autocares se abalanzan al bar m¨¢s pr¨®ximo intentando paliar la desaforada hambruna.
Se vuelve a emprender viaje, ya es noche cerrada, y entre el traqueteo y la falta de comida los viajeros est¨¢n un poco quebrantados. Se descubre que el meg¨¢fono del autocar tres no funciona ni cuando parece que funciona; es decir, que s¨®lo se escucha dentro, no fuera. Una mujer que cogi¨® el autocar por el camino cuenta que pregunt¨® por la caravana en los bares de la carretera y que le contestaron que s¨ª, ?que acaban de pasar unos autobuses del Betis?. Cunde la sensaci¨®n de ser un autocar fantasma, que no para, que no se oye, y como las ventanillas est¨¢n llenas de vaho, tampoco se puede ver el interior del autob¨²s.
Llegamos sin parar a La Nava, a treinta kil¨®metros de Granada, sobre la una de la madrugada. Algunos intentan comer algo; otros, con el est¨®mago definitivamente desorientado, dan una vuelta por los alrededores. Al fin, cerca de las dos de la madrugada, se llega a Granada.
El s¨¢bado, a las doce y media de la ma?ana, es el acto en el Ayuntamiento de Granada. La plaza est¨¢ llena de gente, hace un sol radiante y algunos de los viajeros organizan un corro: Miguel R¨ªos, Miguel Narros, Pedro Olea... Tambi¨¦n ha llegado Forges, que viene desde C¨®rdoba para unirse a la caravana. Comienza el acto oficial dentro del Ayuntamiento, con representantes de todos los partidos y Escuredo. En el autocar, por el camino, se hab¨ªa decidido que el fil¨®sofo Sadava hiciera una introducci¨®n informal explicando c¨®mo se hab¨ªa gestado el viaje, c¨®mo la caravana era apartidista y unitaria. Pero, a ¨²ltima hora, a los pol¨ªticos no parece convencerles el programa: desconf¨ªan quiz¨¢ de Sadava, intuy¨¦ndole anarquista, y le impiden hablar. La presentaci¨®n la hace Jos¨¦ F¨¦lix de Rivera, del PSOE, contra las previsiones apartidistas de los viajeros. El acto resulta mon¨®tono, muy formal, muy pol¨ªtico, aburrid¨ªsimo. Menos mal que despu¨¦s, al fin, los viajeros pueden comer tras veinticuatro horas de ayuno solidario.
A las cuatro y media sale de nuevo el autocar hacia Madrid. En el fondo del veh¨ªculo se juega al Ant¨®n Pirulero: las prendas son diversas; por ejemplo, ir al poeta Azancot y decirle que, en su pol¨¦mica contra S¨¢nchez Drag¨®, se est¨¢ absolutamente a favor de Drag¨®. O preguntar a Alfonso Grosso si va a negociar el pr¨®ximo Planeta.
A eso de las seis de la tarde se llega a Iznalloz, hermoso y blanco. Es una parada de refresco, pero, inopinadamente, se convierte en una fiesta. La gente baja de los autobuses y espont¨¢neamente, en medio de la plaza, se organizan corros pidiendo el voto afirmativo. El pueblo est¨¢ en la calle en esta tarde soleada y sabatina, y se unen a los corros, a los cantos, a los gritos, con una alegr¨ªa y entusiasmo desbordantes. Se salta, se baila, se dan gritos por la autonom¨ªa, es una fiesta popular e improvisada; Iznalloz ha sido tomado de una forma imprevista, con esta alegr¨ªa autonomista y comunal.
Quedan muchas horas hasta llegar a Madrid; no se alcanzar¨¢ destino hasta las dos de la madrugada. Roncos, acalambrados, agotados, los viajeros comienzan a dormitar en retorcidas posturas. Han sido dos d¨ªas afanosos, dos d¨ªas divertidos y tristes al mismo tiempo, dos d¨ªas un tanto delirantes. Pero m¨¢s all¨¢ del absurdo y del cansancio, queda Iznalloz con todo el pueblo en la calle; m¨¢s all¨¢ queda el ansia andalucista de las gentes que soportaron la lluvia en nuestra espera, m¨¢s all¨¢ queda el deseo, de autonom¨ªa y la esperanza.
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