Rafael Alberti, por primera vez en Granada, en busca de Garc¨ªa Lorca
?Federico y yo ¨¦ramos muy amigos desde los tiempos de la Residencia de Estudiantes?, comentaba el domingo en Granada el poeta Rafael Alberti con motivo de su entrada oficial en la ciudad. ?El (Garc¨ªa Lorca) siempre me dec¨ªa que viniera a pasar el verano a Granada, que aqu¨ª hab¨ªa tantas maravillas y se pod¨ªa trabajar a gusto. Luego, en julio del 36, se vino asustado de Madrid, pensando que en la capital de Espa?a iban a pasar cosas terribles. Y mira por d¨®nde lo m¨¢s terrible de todo fue a encontrarlo en su propia tierra.?
Para unos, ?poeta panfletario?; para otros, ?el m¨¢s grande poeta con que cuenta la clase obrera?; para los m¨¢s, ?poeta maldito del fascismo y uno de los m¨¢s grandes de la Generaci¨®n del 27?, Rafael Alberti puso fin el domingo al mito de su Balada del que nunca fue a Granada.?Cuando ven¨ªamos por la carretera de Ja¨¦n?, le cont¨® Alberti al alcalde de Granada, cuando ¨¦ste le hizo entrega de las llaves de oro y la medalla de la ciudad, ?me he acordado del romance del rey moro: Pase¨¢base el rey moro l por la ciudad de Granada l desde la puerta de Elvira l hasta la de Bibarrambla, y he pensado en la coincidencia de que mi entrada haya sido precisamente por la puerta de Elvira y dentro de un rato tenga que hablar en Bibarrambla, junto a Santiago Carrillo?.
Por la tarde, despu¨¦s del mitin auton¨®mico del PCA, que reuni¨® a m¨¢s de 15.000 personas, el autor de Marinero en tierra, Poeta en la calle, y tantos otros libros de poes¨ªas, traducidos y editados en multitud de lenguas y pa¨ªses, subi¨® a visitar la Alhambra y cumplir as¨ª otro de sus grandes sue?os granadinos. Pero ni siquiera en el recinto del palacio nazar¨ª, mezclado entre turistas, consigui¨® librarse Alberti de las peticiones de aut¨®grafos, apretones de manos y alg¨²n que otro ?saludo proletario?, como ¨¦l mismo llama al gesto del pu?o cerrado. Tampoco all¨ª le dejar¨ªa tranquilo el constante recuerdo de su amigo Federico y ?la guerra que lo mat¨® a ¨¦l y me arroj¨® a m¨ª al exilio?.
?Yo sent¨ª la muerte de Federico de una manera muy intensa?, recordaba el poeta gaditano en voz alta, del Partal. ?En aquella ¨¦poca yo estaba en la isla de Ibiza, donde me sorprendi¨® el alzamiento de los franquistas y me pas¨¦ veintitr¨¦s d¨ªas refugiado en una cueva. All¨ª, en una radio peque?ita de pilas, o¨ª la adhesi¨®n de todos los intelectuales que quedaban esos d¨ªas en Madrid hacia el Gobierno de la Rep¨²blica, y me extra?¨® no escuchar entre ellos el nombre de Garc¨ªa Lorca. Luego, cuando sal¨ª de Ibiza en un barco republicano y pude volver a Madrid, me enter¨¦, a trav¨¦s de un evadido de la zona de Granada, que a Federico lo hab¨ªan fusilado en V¨ªznar. Todos los amigos nos quedamos at¨®nitos, porque no pod¨ªa ser verdad algo tan disparatado como aquello. Pero unos d¨ªas m¨¢s tarde, la noticia fue coreada por los vendedores de peri¨®dicos de la noche y no tuvimos m¨¢s remedio que terminar crey¨¦ndonosla. Imag¨ªnate lo que fue eso, una cosa tan terrible que todav¨ªa no ha parado de desprestigiar en el mundo a los franquistas.?
Recorriendo el patio de Lindaraja, el de los arrayanes y el Peinador de la Reina, la belleza del palacio termin¨® por inundar el cotaz¨®n de Rafael. La imaginaci¨®n del poeta se desbord¨® al encontrar real y tangible lo que tantas veces hab¨ªa adivinado en poemas, fotografias o dibujos de los cuentos de Washington Irving. Las palabras Boabdill (uno de los aut¨®grafos lo firm¨® como Boabdill R. Alberti), Abencerrajes y ba?os privados flu¨ªan constantemente de su boca, mientras a sus o¨ªdos llegaba como un martilleo la explicaci¨®n esquem¨¢tica, casi cient¨ªfica, que un gu¨ªa iba susurrandojunto a ¨¦l. ??Y las habitaciones privadas? ?Y los cuartos de las favoritas? Hay que venir en mayo, de noche...? ?Por ah¨ª est¨¢ el har¨¦n, Rafael?, le dijo, bromeando, Carrillo.
Desde la torre de la Vela, Alberti contempl¨® el Albaic¨ªn, las cuevas del Sacromonte, el sinuoso curso del Darro, y protest¨® por la presencia de tanta gente alrededor y tantas c¨¢maras fotogr¨¢ficas. ?Es lo mismo que pasa ya en Madrid, que cuando quiero ver los cuadros del Prado, me tengo que conformar con ver los cogotes de la gente que est¨¢ mir¨¢ndolos.?
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