Encuentro de Morat¨ªn con la democracia
El 19 de enero de 1793, Leandro Fern¨¢ndez de Morat¨ªn -que est¨¢ en Londres desde el mes de agosto anterior- mostr¨® inter¨¦s por asistir a un acto pol¨ªtico que se anunciaba importante y que iba a tener lugar en la tavern londinense La Corona y el Ancla. Era un amplio local entre el Strand y el T¨¢mesis, en la cuesta que baja desde la iglesia de Saint Clemens al r¨ªo, donde hoy est¨¢ el inmenso edificio de una multinacional telef¨®nica.Morat¨ªn nos describir¨ªa el amplio local donde se celebra lo que ¨¦l llama junta, comida p¨²blica o funci¨®n, perdiendo, por cierto, la ocasi¨®n de castellanizar entonces la palabra meeting. El y un peque?o grupo de espa?oles ten¨ªan ya por entonces reuniones cada jueves en un incipiente Club Hispanus, pero este meeting del 19 de enero es un acontecimiento en todo Londres, pues est¨¢ ardiendo la Revoluci¨®n en Par¨ªs y ello -seg¨²n expresi¨®n moratiniana- ?ocupaba los ¨¢nimos? en Inglaterra.
Los elementos pol¨ªticos m¨¢s avanzados hab¨ªan proyectado pocas semanas antes la creaci¨®n de una Sociedad de Amigos de la Libertad de Imprenta y, en aquel 19 de febrero, quer¨ªan constituirla formalmente. En el ¨¢nimo de todos estaba que con ello se quer¨ªa defender el derecho a la difusi¨®n del libro de Thomas Payne Los derechos del hombre, que estaba prohibido. Payne era un ingl¨¦s exc¨¦ntrico que se hab¨ªa ido a Filadelfia alistado por Benjam¨ªn Franklyn y hab¨ªa actuado desde a?os atr¨¢s como pensador y escritor en defensa de los colonos independentistas, produciendo el consiguiente esc¨¢ndalo entre sus compatriotas ingleses. Su obra estaba prohibida y Payne escapado a Par¨ªs. (El personaje sigue sin ser santo con mucha devoci¨®n en Inglaterra; hasta 1964 no se erigi¨® una estatua en su pueblo natal de Thatford, y eso quiz¨¢s porque veinte a?os antes los norteamericanos de una base cercana inauguraron en ¨¦l una placa en su honor. El viajero espa?ol que visite hoy Thatford puede completar la jornada alarg¨¢ndose hasta East Dereham, pueblo natal de George Borrow, el de las biblias.) Morat¨ªn no habr¨ªa ido solo a la ?junta? porque se habr¨ªa enterado de muy poco, pero le acompa?aban sus amigos Lugo -un canario con muchos a?os en Estados Unidos y ahora empleado en la embajada de Espa?a en Londres- y el m¨¦dico barcelon¨¦s Gimbernat, joven muy corrido, que fue su mejor amigo en ella; ser¨ªa Gimbernat quien llevara a Morat¨ªn a los teatros de esta ciudad por primera vez.
Una curiosidad especial tendr¨ªa Leandro en asistir al meeting de los radicales, pues, aunque el orador principal en ¨¦l era el conocido abogado y diputado Thomas Erskine, le segu¨ªa en protagonismo el tambi¨¦n muy conocido Robert Sheridan, tambi¨¦n diputado whig, y conocido como autor de ¨¦xito en el teatro ingl¨¦s. Moratin hab¨ªa visto el 18 de diciembre una representaci¨®n de La escuela del esc¨¢ndalo, la obra maestra de Sheridan, su coet¨¢neo y casi hom¨®logo, pues ambos eran renovadores triunfantes en el ¨¢mbito teatral de sus respectivos pa¨ªses. Mas ah¨ª acaba el s¨ªmil, pues Sheridan dedic¨® solamente cinco a?os de su vida a ser autor teatral y treinta a ser pol¨ªtico, hombre de sociedad, jugador y libertino, mientras que Morat¨ªn solamente fue un poco de lo ¨²ltimo y nada de lo anterior.
El madrile?o se sumerge, pues, en un acto democr¨¢tico que se anuncia tumultuoso y que nos describir¨¢ con laconismo, y con sus excelentes dotes de observador, en su Apuntaci¨®n IX, una de las m¨¢s extensas anotaciones que escribiera como recuerdo de su a?o en Londres. Estaba ante los prohombres enemigos de los tories, ante la crema del radicalismo brit¨¢nico de la ¨¦poca, rodeados de unos dos mil fervorosos partidarios. Burgueses todos ellos, ricos sin duda la mayor¨ªa, y que quer¨ªan ?alterar del todo el gobierno pol¨ªtico de este pa¨ªs?.
Ley¨® Erskine un extenso discurso y Morat¨ªn nos dio un resumen de ¨¦l; las aclamaciones se suced¨ªan en defensa de la libertad de imprenta, salvaguardia de la felicidad de la naci¨®n. Erskine era un gran orador parlamentario -hoy sus discursos y escritos est¨¢n recogidos en un centenar largo de ediciones-, pero en aquella ocasi¨®n prefiri¨® leer para que no le interpretaran torcidamente. Entre el p¨²blico se estaban haciendo circular papeles contrarios al orador. Como del entusiasmo presente naci¨® la resoluci¨®n de editar el discurso, hoy contamos con un folleto con el texto ¨ªntegro, que, por cierto, se nos aparece lleno de circunloquios y sobrentendidos y mucho menos radical que en la resumida versi¨®n moratiniana. Creemos ver en el texto original una defensa del juicio por jurados, un ataque a quienes en aquellos momentos quer¨ªan desvirtuarlos y, finalmente, una defensa de la libertad de la prensa para decir todo lo que se desee. A t¨ªtulo de ejemplo, el folleto no menciona a Payne, como hiciera don Leandro. ?D¨®nde est¨¢ lo m¨¢s aproximado a la realidad? Sin duda, en el cuadernillo editado en Londres en 1793, y hemos de creer que, dada la dificultad de entender en un idioma ajeno y entre una multitud enfervorizada, Morat¨ªn se ayud¨® de alguna rese?a period¨ªstica del d¨ªa siguiente. La confrontaci¨®n de ambos textos es muy interesante, pero al lector espa?ol no le ser¨¢ f¨¢cil hacerla, pues las apuntaciones, y en general los viajes de Morat¨ªn por Europa, no son accesibles al lector corriente (se ve que aqu¨ª interesan pocas cosas), aunque s¨ª est¨¢ publicado recientemente el Diario de Morat¨ªn, donde se contiene un croquis de su vivir.
Lo que sigui¨® fue a¨²n m¨¢s interesante. Subi¨® a la tribuna de oradores Sheridan -?a la mesa?, escribe Morat¨ªn, creando un equ¨ªvoco-, y entonos encendidos elogi¨® a Erskine, reproch¨¢ndose, no obstante, su ?demasiada moderaci¨®n?. Pasaron a comer los alrededor de ochocientos privilegiados que hab¨ªan adquirido tickets pagando siete chelines, 35 reales para Morat¨ªn, suma no desde?able, y como con cada ticket se adquir¨ªa el derecho a una botella de espirituosos la sala se calde¨®. Parece que m¨¢s de un millar de adictos quedaron sin cubierto y hubieron de irse. El relato del espa?ol es una delicia, admirado de cuanto est¨¢ presenciando y at¨®nito ante los usos pol¨ªticos y sociales de los ingleses.
Acabada la comida, vinieron los brindis, y la coincidencia exacta de ellos en las dos versiones nos corrobora la utilizaci¨®n por parte de Leandro de alg¨²n texto period¨ªstico. A partir de ahora el folleto, que con probabilidad confeccion¨® el escritor Sheridan, pues fue quien propuso editarlo, es casi tan jugoso como la apuntaci¨®n moratiniana. En ambos se mencionan las intervenciones de mister Grey, de mister Rous, las de un capit¨¢n que cantaba sus propias canciones patri¨®ticas, y se relatan los incidentes que provocara el muy conocido ciudadano Horne John Tooke, veterano agitador y anarquizante personaje que atac¨® a los oradores anteriores y a todos cuantos buscaban medro en la pol¨ªtica. Todos estos personajes son muy conocidos en la historia pol¨ªtica del momento. El folleto es muy circunspecto en relatar la baraunda que produjo este revolucionario, y consta la elegancia de la presidencia que hizo posible que Tooke prosiguiera sus ataques hasta que, en medio de la alegr¨ªa de las canciones patri¨®ticas del capit¨¢n Morrice, se logr¨® ?la vuelta a los placeres propios? de la convocatoria.
Morat¨ªn, como espectador objetivo, es m¨¢s expl¨ªcito y descriptivo y nos descubre que una docena de participantes comenzaron ?a darse de cachetes?, cayendo las mesas al suelo llenas de botellas y vajillas. Indica los gritos in¨²tiles del presidente y la pacificaci¨®n final por la retirada de los alborotadores, tras de lo cual ?prosigui¨® con bastante serenidad la junta?, quedando Sheridan nombrado presidente del comit¨¦ organizador de la pr¨®xima.
Lugo se despedir¨ªa, Morat¨ªn fue con Gimbernat a casa de ¨¦ste y de all¨ª al Covent Garden y a casa de una meretriz ya conocida; Gimbernat, el divertido, qued¨® con la mujer ad futtutionem, como apunta Leandro en su diario de ese d¨ªa. La extensa apuntaci¨®n IX ser¨ªa probablemente redactada al siguiente, apoyada en la prensa matutina. No hay opiniones ni pareceres en este encuentro de Morat¨ªn con la democracia hablada, pero s¨ª, sin duda, conciencia de la importancia de la jornada vivida. Hemos de decir, sin alegr¨ªa, que en el manuscrito conservado de las interesant¨ªsimas apuntaciones se tacharon a conciencia varios p¨¢rrafos de la correspondiente a estajornada, p¨¢rrafos que, afortunadamente, se salvaron porque antes de su ennegrecimiento se hab¨ªan hecho copias que han llegado hasta nosotros, hasta poder ser utilizadas en la ¨²nica edici¨®n que existe, que sepamos, de las apuntaciones; edici¨®n que se remonta al reinado de do?a Isabel II. P¨¢rrafos inocentes a m¨¢s no poder, que quiz¨¢ Morat¨ªn borr¨® -si es que no los borr¨® otro celador cualquiera-, ofreciendo un ejemplo de las dificultades que amenazaban al futuro. La democracia oral, dif¨ªcil en Inglaterra -pa¨ªs que ve¨ªa como habitado por hombres toscos y brutales- ser¨ªa probablemente m¨¢s dif¨ªcil a¨²n en otros lugares. Grave tema, asustante tema, pensar¨ªa Leandro al recogerse en su habitaci¨®n aquella noche.
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