El teatro y su mecanismo
PARECE QUE en Espa?a sucede con el teatro algo que ha pasado siempre y que est¨¢ pasando en otros pa¨ªses: cuando la obra gusta va el p¨²blico a verla; cuando no gusta, no va. Hay un n¨²mero mucho mayor de obras que no gustan y, por tanto, que se quedan sin espectadores: y a esto le llaman crisis los profesionales del teatro. Suele acusarse de ella a la falta de cultura del pueblo espa?ol, que en realidad, y en el caso del teatro, no hace m¨¢s que negarse a acudir a aquello que le aburre, que est¨¢ mal hecho y que le resulta caro.El problema de la cultura teatral, aqu¨ª y ahora, es que la creaci¨®n no es la que necesita el p¨²blico. Puede haberla en su origen -en los cajones de las mesas de autores desconocidos-, pero hay un mecanismo que, por muchas razones, dificulta su selecci¨®n, su representaci¨®n, su prueba. El pecado original del cine era la cantidad de intermediarios que situaba entre el autor y el p¨²blico; con el tiempo, y en la mayor¨ªa de los casos, el cine ha sabido paliar las dificultades de ese mecanismo, engrasarlo bien y llegar a un entendimiento con. su p¨²blico. El teatro ten¨ªa la ventaja de esa comunicaci¨®n. directa, en la que participaba como elemento comunicante el actor: pero imit¨® al cine, aument¨® el n¨²mero de intermediarios, hipertrofi¨® elementos secundarios -la omnipotencia del director, claramente tomada del cine, como la del escen¨®grafo; la aparici¨®n de la figura del director; la dispersi¨®n del actor atiborrado de teor¨ªas; la disminuci¨®n del valor de la palabra; la acumulaci¨®n escenogr¨¢fica, lum¨ªnica, sonora; la hinchaz¨®n de su car¨¢cter de espect¨¢culo-, que tienen un valor merit¨ªsimo en sus justos t¨¦rminos, pero que a?aden confusi¨®n cuando se exageran. La obra se ha distanciado del p¨²blico. Por p¨¦rdida de comunicaci¨®n, pero tambi¨¦n por multiplicaci¨®n de sus precios.
Cuando, ante la forma actua.l de la crisis, se piensa en buscar otro dinero distinto del de la taquilla -al que llega poco- se piden subvenciones. Las subvenciones se conceden precisamente al mecanismo. N¨®tese bien: al mecanismo que funciona mal y que distancia al espectador de la obra dram¨¢tica. El pretexto cultural es m¨ªnimo. Como las subvenciones son parcas, porque el Estado espa?ol es pobre y los presupuestos de cultura son insignificantes, el mecanismo subvencionado no tiene bastante: sobre todo porque acepta subvenciones -las suscita- para producir obras en contra del p¨²blico. Justifica muchas veces su propia picaresca -hay, naturalmente, intentos nobil¨ªsimos- diciendo que lo que trata es de educar al p¨²blico, a pesar de ¨¦l mismo. Este paternalismo-dirigismo ni siquiera est¨¢ reflejado en los resultados: cl¨¢sicos mutilados, rehechos, deformados, desculturizados; o bien obras que hurtan todo su posible compromiso con la sociedad. Aun aceptando que estos intermediarios escasamente dotados para ello asumieran la misi¨®n de educar al p¨²blico, mal la podr¨ªan cumplir si no lo tienen. Y al p¨²blico no se le mete a la fuerza en un teatro. Se escapa.
Se est¨¢ subvencionando un mecanismo mal creado, mal inventado, que ha probado sus errores, en lugar de dotar a la producci¨®n real de un teatro-cultura. Se est¨¢, por ese camino, cayendo en un dirigismo, al que finalmente han sucumbido, por la necesidad y por arreglos mentales, aquellos mismos que durante a?os m¨¢s hab¨ªan defendido su libertad y su autonom¨ªa.
La ayuda que el Estado podr¨ªa prestar a la cultura teatral deber¨ªa ir por otros caminos. Uno ser¨ªa el de su abaratamiento gen¨¦rico y el de aceptar su libertad total, dentro de cualquier forma en que se presentase. No es l¨®gico depositar cargas abusivas sobre el teatro y sus medios, por un lado, y subvencionar, por otro, s¨®lo aquel que el funcionario de turno -aunque sea ministroacepta o gusta personalmente o pol¨ªticamente, con lo cual se da?a todo el otro teatro (donde podr¨ªa residir, quiz¨¢, su forma espec¨ªfica de cultura). Otro camino ser¨ªa subvencionar al espectador; es decir, que el abaratamiento del teatro no vaya s¨®lo en favor de la industria y el comercio teatrales, sino en el del precio de las localidades. Podr¨ªa ayudar a su propagaci¨®n por los medios que tiene a su alcance, pero tambi¨¦n sin discriminaci¨®n de ninguna clase.
Nada podr¨¢ ser hecho, sin embargo, de no mediar una comprensi¨®n, por parte de la profesi¨®n teatral, de los verdaderos t¨¦rminos de la cultura del teatro: autores emanados de la sociedad, y aun de los distintos grupos o sectores que componen el cuerpo social, que a trav¨¦s de unos actores devuelvan a la sociedad la imagen de s¨ª misma, sobre la que pueda ejercer una cr¨ªtica y recibir un conocimiento. Sin perjuicios de g¨¦nero ni de estilo. Todo ello puede funcionar en lo c¨®mico como en lo dram¨¢tico, en el ?juguete? como en la tragedia; en una obra p¨¢nica o en una obra naturalista, en una revista musical o en un cl¨¢sico. Y de forma tal que el mecanismo vuelva a ser invisible, auxiliar, secundario.
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