El trasfondo hist¨®rico de "Ra¨ªces"
?Recuerdan ustedes? El negro Tom quiere subir al tren; en la mano, el billete que muestra al revisor. ?Tengo derecho a entrar en ese vag¨®n, he pagado mi billete.? El revisor le grita que en aquel estado los negros van siempre al furg¨®n de cola...Una de las cosas m¨¢s curiosas ocurridas en el trato del negro por el blanco fue que el status del primero, contra toda l¨®gica, fue empeorando a partir de la guerra civil; el triunfo del Norte hab¨ªa sido el triunfo del negro que, por vez primera, se considera libre y con igualdad de derechos, pero, tras la retirada de las tropas ?yanquis?, que aseguraban esa igualdad, los vencidos fueron levantando cabeza e imponiendo sus propias leyes discriminatorias... No se olvide que, a pesar de que la guerra de Secesi¨®n hab¨ªa demostrado la posibilidad de que alg¨²n estado legislase de acuerdo con prejuicios incompatibles con los derechos humanos, la victoria del Norte no cambi¨® la organizaci¨®n federal. Los distintos estados siguieron siendo independientes en lo que se refer¨ªa a su organizaci¨®n interna. Si Washington, por ejemplo, declaraba que cualquier negro ten¨ªa el mismo derecho a votar que los blancos, los legisladores de Tennessee o Mississipi dec¨ªan que claro, que muy bien..., siempre que el negro pasase un duro examen de alfabetismo y de cultura constitucional, un examen que, naturalmente, no hubiera aprobado la inmensa mayor¨ªa de blancos a los que se les consideraba a prior? como ciudadanos conscientes de lo que votaban.
Tengo la impresi¨®n de que el guionista de esa segunda parte de Ra¨ªces, con permiso o sin permiso del autor, ha exagerado un poco el avance de los negros en la sociedad americana. Me cuesta creer que al final del siglo XIX un blanco pudiera casarse con una negra y vivir tranquilamente en Tennessee. Yo conoc¨ª el sur de EEUU en los a?os cincuenta y jam¨¢s vi por la calle una pareja de blanco y negra cogidos de las manos. Pod¨ªa encontrarse, quiz¨¢, alguna aislada en Nueva York y, aun as¨ª, provocaba las miradas de los transe¨²ntes. En mi libro sobre Los pecados capitales de USA he mencionado al profesor que encontr¨® en Par¨ªs a una alumna suya, bella tejana, del brazo de un negro.
?D¨¢ndole en la cabeza a tu padre, ?verdad??
La muchacha sonri¨® bajando la cabeza. Era, efectivamente, una actitud en la que hab¨ªa m¨¢s de rebeld¨ªa generacional que de aut¨¦ntico sentimiento hacia el hombre de rostro oscuro.
Es posible que al telespectador espa?ol le asombre la importancia dada al acto de elegir al Partido Republicano o Dem¨®crata. ?C¨®mo puede ocasionar eso un trauma en los negros? ?Qu¨¦ m¨¢s les dar¨¢ votar dem¨®crata o republicano? La raz¨®n del shock que experimentan los camaradas del l¨ªder al ser inducidos por ¨¦ste a votar por los dem¨®cratas tiene base hist¨®rica. El libertador de los negros, su h¨¦roe, fue, como es sabido, Lincoln, que perteneci¨® al Partido Republicano, como pertenec¨ªa al Partido Republicano el general Shermann, cuyas tropas acabaron con las ¨²ltimas esperanzas de los esclavistas del Sur, cometiendo, de paso,, bastantes tropel¨ªas. Esta es la raz¨®n por la que desde entonces los blancos sure?os han votado Dem¨®crata siempre, hasta ser llamados ?el s¨®lido Sur?. Por ello, el simplista concepto que dice que los republicanos son m¨¢s o menos la derecha, y los dem¨®cratas, m¨¢s o menos la izquierda, tiene su excepci¨®n en el caso de Tejas o de Alabama, donde los reaccionarios han votado hasta hoy, sin excepci¨®n, al Partido Dem¨®crata.
Los negros del Sur creyeron -dec¨ªa- que el fin de la esclavitud equival¨ªa al principio de equivalencia. Si un blanco ya no puede poseer a un negro, evidentemente quiere decir que ¨¦stos son iguales ante la ley. ?De ninguna manera?, advirtieron los blancos. ?Estamos hablando de dos cosas totalmente distintas.? ?Todos los hombres son iguales, pero algunos son m¨¢s iguales que otros?, fue frase imaginada por los legisladores del Sur mucho antes que la inventara Orwell. Uno de los m¨¢s habilidosos juegos de palabras en este sentido est¨¢ impl¨ªcito en una decisi¨®n del Tribunal Supremo en 1896 sancionando la ley del Estado de Luisiana sobre la separaci¨®n de negros y blancos en los veh¨ªculos p¨²blicos. Ante la protesta de quien llamaba a esto un acto que hac¨ªa volver a los viejos tiempos del juez Brown, en nombre de la mayor¨ªa del Tribunal Supremo, advierte que lo que ha sido prohibido tajantemente es la esclavitud, es decir, la posesi¨®n f¨ªsica de un ser humano por otro, ?pero quien reh¨²sa que alguien entre en su posada, en su sala de espect¨¢culos, no puede decirse que imponga al rehusado la marca de esclavo..., un estatuto que implique una distinci¨®n legal entre los blancos y los hombres de color, una distinci¨®n que se funde en el color de ambas razas y que existir¨¢ mientras la raza blanca sea distinta de otras por su color no tiende a destruir la igualdad legal de las dos razas ni a imponer de nuevo un estado de servidumbre involuntaria?.
Es lo que se ha llamado la doctrina de ?separados, pero iguales?, es decir, la que contesta a la cr¨ªtica del extranjero contando las excelencias de las escuelas, los campos deportivos, los caf¨¦s y restaurantes que frecuentan los negros. ?Son tan buenos como los nuestros; nosotros no vamos a ellos, ?por qu¨¦ quieren ellos entrar en los nuestros? Cada oveja, con su pareja.?
La misma postura, incluso reforzada, la he presenciado en Africa del Sur, donde el aislamiento era total y refrendado por la polic¨ªa. En el estado de Mississipi, a?os sesenta, me detuve en el caf¨¦ de un pueblo peque?o para tomar una cerveza y s¨®lo me di cuenta por la expresi¨®n de los due?os que era el primer blanco que all¨ª entraba. No dejaron de mirarme asombrados, mientras consum¨ª la bebida, pero no rehusaron servirme. No se usaba, pero no estaba prohibido. Pero, cuando en Ciudad del Cabo intent¨¦ penetrar en un caf¨¦ de negros, un polic¨ªa me detuvo en la puerta. ?Es para negros. -No me importa, contest¨¦ yo- Pero a m¨ª, s¨ª -rebati¨® el polic¨ªa- Usted no puede entrar ah¨ª.? Y si en el sur de EEUU el juez ser¨¢ comprensivo ante las razones de un blanco para tener relaciones carnales con una negra, en Africa del Sur, y seg¨²n la Ley de la Inmoralidad, ?Inmorality Act?, van a la c¨¢rcel considerados como culpables, tanto ¨¦l como ella. (Pens¨¢ndolo bien, aparte de su crueldad y fanatismo, es m¨¢s justa la actitud surafricana que la de EEUU. Recu¨¦rdese la discusi¨®n entre los dos hermanos Wagner a prop¨®sito de las relaciones con negras: ?iPero si t¨² lo has hecho a menudo! -Claro que s¨ª -contesta el mayor-, ?lo que no he hecho es casarme con ellas! ?
La actitud de los blancos suristas inmediatamente despu¨¦s de la guerra civil fue de temor y de desconcierto. iEllos, los valientes agricultores y ganaderos del Sur, los caballeros suristas vencidos por unos desgraciados mineros y obreros del Norte!... Y que esos negros que tan a gusto parec¨ªan estar sirvi¨¦ndonos, ?se consideren hoy nuestros iguales! No puede ser. Y a medida que los antiguos esclavos aumentaban su poder econ¨®mico, la ira de sus antiguos due?os aumentaba al mismo comp¨¢s: ?qu¨¦ se habr¨¢n cre¨ªdo?
La traducci¨®n del telefilme no puede precisarlo porque no hay equivalencia en castellano. Cuando el blanco, provocando al negro, le llama ?negro? parece que hay una incongruencia entre el gesto despectivo y la descripci¨®n del color de una piel. Lo que ocurre es que en ingl¨¦s el personaje no dice ?negro? (pronunciado ?nigro?), sino ?nigger?, que podr¨¢ traducirse por negrote y que es claramente un adjetivo derogatorio.
(El negro, en desquite, alude siempre al blanco pobre, al obrero o artesano que tiene como propiedad m¨¢xima el color de su piel con el calificativo de ?white trash? o basura blanca.)
Durante muchos a?os, los blancos sure?os han mantenido al negro distante empleando esas argucias legales tan dif¨ªciles de combatir dada la libertad, antes mencionada de cada estado norteamericano para regular sus leyes.
Y cuando esas fallaban usaban el otro sistema, el psicol¨®gico, reflejado tambi¨¦n en Ra¨ªces: el Ku-Klux-Klan. El uso de las s¨¢banas, de los capuchones, de las cruces de fuego, no son un capricho infantil. La cruz ardiente y el encapuchado serv¨ªan para asustar a muchos negros, y, como en el caso de las procesiones espa?olas de Semana Santa, ten¨ªa un importante valor de despiste sobre la estatura del individuo que oculta la cara. Si en los desfiles religiosos se hace para evitar la vanagloria, la presunci¨®n del penitente que va descalzo y arrastrando cadenas, los del Ku-Klux-Klan lo hac¨ªan para evitar el ser reconocidos por las v¨ªctimas o por otros blancos que, aunque seguros de la superioridad de su raza, no compartieran la violencia de sus acciones.
El juez Brown riza el rizo en su negativa a considerar la separaci¨®n en los transportes con un sello de inferioridad... ?Eso no es cierto, porque equivaldr¨ªa a que si hubiera una mayor¨ªa negra en una legislatura que promulgara una ley parecida, la raza blanca quedar¨ªa igualmente marcada por un sello y relegada a una posici¨®n inferior, lo que imaginamos no ser¨ªa aceptado por ella. El argumento del demandante asume que los prejuicios sociales pueden ser superados por una legislaci¨®n apropiada y que la igualdad de derechos no se garantizar¨¢ a los negros si no existe el forzoso entrelazamiento de las dos razas. No podemos aceptar tal razonamiento. Si las dos razas llegan a unirse, lo har¨¢n a resultas de unas afinidades naturales, un respeto mutuo de los m¨¦ritos ajenos y el voluntario consentimiento de los individuos ... ? Lo que el legislador considera probablemente una utop¨ªa que jam¨¢s llegar¨¢ a realizarse (?Sentencia Plessy contra Ferguson. Tribunal Supremo de EEUU. 1890.? Reproducido en Black Protest History. Documents and Analysis, por Joanne Grant, Nueva York, 1968; p¨¢gina 170 y siguientes.).
Esta tesis del Tribunal Supremo fue pr¨¢cticamente la que inspir¨® toda la legislaci¨®n local de los Estados hasta que la segunda guerra mundial oblig¨® a reconsiderar la situaci¨®n. Las guerras s¨®lo tienen esto de bueno; que al obligar a los Gobiernos a pedir la asistencia de los ciudadanos de ?segunda clase?, les confieren categor¨ªa. Si nos necesitan quiere decir que valemos; si valemos, ?por qu¨¦ somos tratados como inferiores? ?No hay dos formas de libertad?, dec¨ªa un l¨ªder ilustre, y romp¨ªa el sofisma de la tradici¨®n con l¨®gica aplastante. ?Si los negros no son iguales que los ciudadanos blancos, entonces son desiguales, por encima o por debajo de ellos. Pero si son ellos los que fijan los m¨®dulos, los negros estar¨¢n por debajo. Y si son considerados desiguales por debajo de la norma, recibir¨¢n un tratamiento desigual en el sentido de inferior... Nuestros objetivos inmediatos incluyen la abolici¨®n de la discriminaci¨®n, de la segregaci¨®n en el Gobierno y fuerzas armadas, incluidas las femeninas, eliminaci¨®n de discriminaci¨®n en hoteles, restaurantes, transportes p¨²blicos, espect¨¢culos, playas, etc¨¦tera.?
(Pasa a p¨¢gina 10.)
(Viene de p¨¢gina 9.)
El telespectador espa?ol conoce como personaje teatral a quien dice estas palabras. Es A. Philip Randolph, el encargado de coches cama de Ra¨ªces, que, expulsado de su puesto por intentar formar un sindicato desde dentro lo form¨® desde fuera con mayor virulencia de lo que hubiera podido imaginar nunca mister Pullman (el hombre que dio su apellido a ese sistema de transporte). Su amenaza de hacer marchar sobre Washington a millones de norteamericanos de raza negra en plena guerra preocup¨® a Roosevelt lo bastante como para hacerle firmar la ley de Igualdad en el Empleo. En 1948, su sucesor, Truman, dio oficialmente el golpe de gracia a la discriminaci¨®n en las fuerzas armadas.
... S¨®lo oficialmente. La presi¨®n de los negros ayudados por la prensa liberal del Norte para obtener los derechos totales de ciudadan¨ªa top¨® con la misma tenacidad por parte de los blancos del Sur para regate¨¢rselos apoy¨¢ndose una y otra vez en libertades locales, principio de propiedad, etc¨¦tera. La lucha fue dura y dif¨ªcil. Basta citar las fechas, vergonzosamente recientes, de las victorias negras en la misma capital federal.
Hasta la primavera de 1951, los negros no pod¨ªan entrar en teatros, cines, hoteles y restaurantes blancos... En 1952, la ¨²ltima cadena de almacenes racista acepta dar de comer en sus restaurantes a los negros; en 1953 se abri¨® la primera piscina totalmente integrada...
Pero el Sur sigui¨® todav¨ªa unos a?os m¨¢s por su camino. En 1963 -yo lo vi-, en las estaciones de autobuses segu¨ªa habiendo dos, puertas para los servicios femeninos: ?Se?oras blancas? y ?Mujeres negras?. Los hombres de piel oscura eran llamados ?boys?, paternal¨ªsticamente, aunque tuvieran el pelo gris, y para la negra se impon¨ªa el nombre de pila, jam¨¢s precedido de miss o mister.
Los autobuses urbanos oficialmente estaban abiertos para todos; de verdad, los negros ten¨ªan que ir al fondo del veh¨ªculo, aunque hubiese sitio delante.
Fue una dura batalla con tiros en las carreteras contra quienes bajaban del Norte a ayudar a registrarse para votar (los ?Freedom Riders? o viajeros de la libertad); hubo bombas en las iglesias donde los pastores animaban a la lucha civil; los primeros ni?os negros que se atrevieron a entrar en una escuela hasta entonces s¨®lo para blancos fueron insultados y escupidos, algunos golpeados; aguantaron..., aguantaron..., aguantaron. Y vencieron. Ra¨ªces ha servido para recordar su pasi¨®n y much¨ªsimos norteamericanos de raza blanca, al verlo, han sentido la necesidad de un exam¨¦n de conciencia. Millones de personas han visto de pronto un espejo de s¨ª mismos que no hab¨ªa imaginado que pudiera existir, Y en su honor hay que decir que lo han aceptado, que no han alegado -como algunos antisemitas tras Holocausto- que se trataba de una calumnia, un intento de ensuciar la heroica historia de un pueblo. No. Por el contrario, los norteamericanos han aceptado ese macabro desfile de im¨¢genes con un l¨®gico ?mea culpa? gigantesco y colectivo.
Tu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo
?Quieres a?adir otro usuario a tu suscripci¨®n?
Si contin¨²as leyendo en este dispositivo, no se podr¨¢ leer en el otro.
FlechaTu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PA?S desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripci¨®n a la modalidad Premium, as¨ª podr¨¢s a?adir otro usuario. Cada uno acceder¨¢ con su propia cuenta de email, lo que os permitir¨¢ personalizar vuestra experiencia en EL PA?S.
En el caso de no saber qui¨¦n est¨¢ usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contrase?a aqu¨ª.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrar¨¢ en tu dispositivo y en el de la otra persona que est¨¢ usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aqu¨ª los t¨¦rminos y condiciones de la suscripci¨®n digital.