La ligereza de Tarradellas
JOSEP TARRADELLAS reingres¨® en la inmediata pol¨ªtica espa?ola rodeado de buenas dosis de incomprensi¨®n. Cuarenta a?os de desinformaci¨®n (o de imposible informaci¨®n) hicieron ignota su personalidad para casi todos los espa?oles, fuera de un reducido cupo de militantes catalanistas. El presidente Su¨¢rez no abarc¨® la totalidad del personaje en su primer contacto con ¨¦l, ni -por supuesto, a otro nivel- peri¨®dicos, como ¨¦ste, que llegaron a tildar a Tarradellas de ?bonzo de la pol¨ªtica?. La peque?a historia posterior demostr¨® que el Rey ten¨ªa exacta informaci¨®n, sobre el futuro honorable, y unos y otros tuvimos que rectificar criterios err¨®neos: Tarradellas termin¨® siendo una personalidad pol¨ªtica principal en la transici¨®n democr¨¢tica espa?ola, y particularmente en la pol¨ªtica auton¨®mica seguida con Catalu?a.Ya cantados y rectificados aquellos juicios err¨®neos, y en plena campa?a electoral catalana, ser¨ªa lamentable para el propio Tarradellas despedirse de la Generalidad en medio de pol¨¦micas o declaraciones impensadas. Ni siquiera el ?complejo gaullista? que algunos atribuyen al actual honorable explican suficientemente la ligereza de sus declaraciones al semanario portugu¨¦s O Tempo, en las que se muestra convencido de una inevitable, violenta y terrible intervenci¨®n militar en el Pa¨ªs Vasco; al tiempo que preconiza para la resoluci¨®n del problema vasco ?... un tipo de negociaciones como las que el general De Gaulle sostuvo con los argelinos ... ?
Las ?matizaciones? que ayer publicaba El Peri¨®dico, de Catalu?a, a tal acumulaci¨®n de desinformaci¨®n, torpeza y hasta incontinencia verbal no arreglan nada y lo empeoran todo: ?En cualquier caso?, puntualiza Tarradellas, ?esta frase no la hab¨ªa enunciado as¨ª. Creo que despu¨¦s de los resultados electorales Garaikoetxea pactar¨¢ con Su¨¢rez y el problema de ETA se podr¨¢ solucionar.?
Al filo de su mandato, el honorable Tarradellas va de Guatemala a guatepeor, y parece no haberse resarcido del trauma pol¨ªtico sufrido por no haber podido en su d¨ªa, ser el hombre bueno entre un Estado centratista y la problem¨¢tica autonomista de Euskadi. ?Primer papel? que fue rechazado tanto desde Madrid como desde el Pa¨ªs Vasco, y que, acaso, haya sido el m¨¢s completo acuerdo alcanzado entre las dos partes.
Las declaraciones a O Tempo de Tarradellas no tienen la indecorosidad de hablar de la soga en casa del ahorcado; hasta el propio Garaikoetxea ha cometido el desliz de aludir a las tanquetas en la campa?a electoral del PNV. Ahora bien, las comparaciones obvias entre los procesos auton¨®micos catal¨¢n y vasco pueden ser arg¨¹idas por la opini¨®n p¨²blica, pero no esgrimidas por los presidentes auton¨®micos.
El error ¨²ltimo de Tarradellas reside en que en este pa¨ªs no hay vocaci¨®n pol¨ªtica para mandar tanquetas al Pa¨ªs Vasco. Aun cuando s¨®lo sea porque la larga experiencia del Ulster ha demostrado t¨¢cticamente la inutilidad del empleo del Ej¨¦rcito regular contra partidas irregulares. ETA militar, por supuesto, continuar¨¢ su lucha armada, pero el rescate hacia soluciones pac¨ªficas de sus bases populares tampoco pasa por una negociaci¨®n a dos, entre UCD y el PNV. La pacificaci¨®n de Euskalherr¨ªa es la operaci¨®n pol¨ªtica m¨¢s apasionante ( y m¨¢s inteligente) que ofrece el inmediato panorama pol¨ªtico espa?ol. Pero esa pica en Flandes de la pol¨ªtica del Estado nunca se hincar¨¢ a base de negociaciones entre dos partidos relativamente hegem¨®nicos en ¨¢reas respectivas e interrelacionadas. La pacificaci¨®n de Euskadi, que gastar¨¢ tiempo y energ¨ªas, pasa por la comprensi¨®n del partido en el Gobierno sobre los viejos agravios recibidos por el Pa¨ªs Vasco, derrochando limpieza pol¨ªtica en el tema de las transferencias auton¨®micas y contemplando con la m¨¢xima generosidad las negociaciones que el PNV pueda establecer con su izquierda m¨¢s radicalmente abertzale.
El caso es que a¨²n es el tiempo de las posibilidades pol¨ªticas -pese al ritmo perdido por el Gobierno- y, desde luego, no es la hora de los componedores alarmistas ni de las consejas de honorables a punto de dejar sus representaciones. El honorable representante del pueblo catal¨¢n nos merece el suficiente respeto pol¨ªtico como para querer para ¨¦l una mayor circunspecci¨®n en sus ¨²ltimas declaraciones como tal. Declaraciones que, hasta ahora, lo primero que han logrado es la profunda irritaci¨®n de las fuerzas pol¨ªticas vascas.
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