Fumar o no fumar
EL TABACO carece de mitolog¨ªa o de una literatura de fuste. El tabaco no ha tenido, en sus or¨ªgenes, un profeta como Timothy Leary, el psiquiatra estadounidense que sufri¨® persecuci¨®n y martirio por su acendrada defensa del ¨¢cido lis¨¦rgico (LSD), ni un Thomas de Quincey, el conocido autor brit¨¢nico de las Confesiones de un comedor de opio, que dejara en los anales literarios la fenomenolog¨ªa de la adicci¨®n a la nicotina.Escarbando en la historiograf¨ªa espa?ola, apenas se encuentra la an¨¦cdota cierta de aquel hidalgo espa?ol, reci¨¦n regresado de las Am¨¦ricas, a quien su esposa, espi¨¢ndole por el ojo de la cerradura de su estudio, descubri¨® eyectando humo por las narices, siendo denunciado a la Santa Inquisici¨®n por pactar con el demonio, y, m¨¢s recientemente, la lapidaria frase del doctor Mara?¨®n: ?Fumar ha sido la mayor tonter¨ªa que he hecho en mi vida.?
La ?tonter¨ªa? del tabaco bien podr¨ªa denominarse como el ?vicio espa?ol?., Fueron nuestros antepasados quienes lo traspasaron a Europa -por Espa?a y Portugal- hacia 1520, tras observar e imitar a los ind¨ªgenas de las Antillas, M¨¦xico y Brasil. La palabra ?tabaco?, t¨¦rmino puramente indoamericano, se ha trasladado sin la menor variante al vocabulario occidental. Fue Jean Nicot, embajador de Francia en Lisboa, quien en 1560 ofreci¨® un primer "pitillo? a Catalina de M¨¦dicis, ignorando que iba a prestar su apellido a una nueva toxicoman¨ªa y a un aparatoso crecimiento de los carcinomas.
Despu¨¦s, la extensi¨®n de este vicio nocivo ha sido singular. Denostado por los reyes de Gran Breta?a y por los papas (Urbano VIII excomulg¨® en 1624 a quienes fumaran en los templos), encontr¨® en Richelieu su primer impuesto estatal hasta que en el siglo XVIII devino, junto al caf¨¦ y el az¨²car, en uno de los tres grandes productos coloniales. Siglos despu¨¦s se dieron ?guerras del opio?; el tabaco no mereci¨® tales batallas y penetr¨® sutilmente en las costumbres de todo el orbe bajo la mano de la fiscal?dad.
Hasta la d¨¦cada de los sesenta las organizaciones m¨¦dicas no comenzaron a desatar sus campa?as contra un vicio doblemente ?tonto?: el consumo continuado de tabaco, est¨¢ demostrado, provoca carcinomas de pulm¨®n y de laringe, disminuye o entorpece la actividad cerebral, propicia las varices al restringir la circulaci¨®n sangu¨ªnea en las extremidades, rebaja el tono vital y -paradoja de las paradojas- no calma los nervios: los excita. Cabe cient¨ªficamente afirmar que de entre las drogas toleradas por su rendimiento econ¨®mico y fiscal -alcohol y tabaco-, el segundo no es el que menos estragos hace en la salud de los pa¨ªses.
En este contexto, la jornada internacional patrocinada por la Organizaci¨®n Mundial de la Salud contra los peligros del tabaco -celebrada el pasado lunes en todo el mundo y atrasada hasta el d¨ªa 11 en Espa?a- adquiere caracteres de opereta. Para empezar, Tabacalera Espa?ola, un monopolio estatal, ha ?celebrado? lajornada mundial incrementando espectacularmente los precios del tabaco ?rubio?. Bien es cierto que hac¨ªa dos a?os que no sub¨ªa el precio de estas elaboraciones, pero emboscar una nueva presi¨®n fiscal que incide hasta sobre lo que se entiende por la ?cesta de la compra? en una jornada mundial pro-mejor-salud resulta un punto c¨ªnico o, cuando menos, oportunista.
A los Estados monopolizadores de la venta de tabaco les interesa m¨¢s el canon recibido por el consumo que el ¨ªndice sanitario de la poblaci¨®n. Esos Estados, cuyos d¨®mines se llevan las manos a la cabeza cuando se argumenta sobre la despenalizaci¨®n de la marihuana, a¨²n no han elevado su voz sobre las dos grandes drogas que son el alcohol y el tabaco.
Ahora -tard¨ªamente- los medios de locomoci¨®n colectiva -taxis, aviones, trenes- restringen el uso del tabaco; las m¨¢ximas autoridades mundiales en materia sanitaria prescriben la vieja droga; sesudos y exhaustivos informes m¨¦dicos tienen al tabaco por enemigo de la salud p¨²blica; contra todo ello triunfa la ley del mercado y del inter¨¦s de la Hacienda. As¨ª se cargan las tintas'contra las toxicoman¨ªas que no pagan al Estado mientras se propicia la propagaci¨®n del consumo del alcohol y del tabaco, que matan solapadamente sin merecer reportajes period¨ªsticos acerca de fatales sobredosis. Nunca como en estos casos la doble moral se manifest¨® tan claramente: el tabaco -como el alcohol- es da?ino, intelectualmente regresivo y generalmente perjudicial para la especie humana. El caso es que la fuerza tributaria adquirida por estos venenos no puede superar la argumentaci¨®n de los Mara?¨®n, los De Quincey, los Nicotine, los Richelieu, los Urbano y pr¨¢cticamente el ciento por ciento de los m¨¢s eximios representantes de la moderna medicina.
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