Las sanciones a Ir¨¢n
TODAV?A EN plena campa?¨ªa de sanciones colectivas contra la URSS, Estados Unidos trata ahora de movilizar a sus aliados -Espa?a, entre ellos- para que apliquen medidas contra Ir¨¢n; si la primera campa?a apenas se sigue, la iniciada contra Teher¨¢n se acoge a¨²n con m¨¢s reticencias.El problema no est¨¢ en la justicia del caso. Nadie duda de que la transgresi¨®n por parte de Ir¨¢n de medidas y acuerdos internacionales, dif¨ªcilmente logrados a lo largo de siglos con el fin pr¨¢ctico de evitar riesgos, es grave, tanto por s¨ª misma como por su car¨¢cter de ejemplo. El mismo fondo de utilizaci¨®n de los rehenes como contrapartida para la entrega del sha es inmoral, incluso para aquellos que no sienten la menor simpat¨ªa por el emperador destronado y su largo r¨¦gimen opresivo, pero sospechan que aquella dictadura est¨¢ siendo sustituida por otra. Donde est¨¢ el problema es en que la medida de Carter va en su conveniencia, pero no en la de los dem¨¢s.
El secuestro de los rehenes se produjo hace cinco meses.
Durante este tiempo, Estados Unidos no ha hecho m¨¢s que proferir amenaza verbales y reservarse el derecho de acciones, no tanto por la cuesti¨®n en s¨ª como por la espe ranza de que Ir¨¢n terminara por participar en la gran cruzada antisovi¨¦tica, lanzada por Carter y realizara, por tanto, una aproximaci¨®n a Estados Unidos. En estos meses, las relaciones comerciales entre Estados Unidos e Ir¨¢n no se han interrumpido. El sobresalto de ahora es tard¨ªo, y revela el subtexto de la cuesti¨®n. Para los aliados de Estados Unidos romper ahora sus relaciones comer ciales con Ir¨¢n, que para algunos -como Jap¨®n, que instala refiner¨ªas en Ir¨¢n- son profundas, para otros -como Italia, qu¨¦ mantiene un elevado n¨²mero de t¨¦cnicos y obreros trabajando en Ir¨¢n- tienen una dimensi¨®n humana, y para todos suponen dificultades en el suministro de petr¨®leo y riesgos de una nueva subida general de precios. O sea que hacerle caso a Carter supondr¨ªa una actitud punitiva para ellos mismos y una ruptura dif¨ªcil de reconstruir aun cuando, en un futuro pr¨®ximo, Estados Unidos cambiase de actitud. Y la econom¨ªa occidental est¨¢ en una situaci¨®n demasiado delicada como para entrar en aventuras.
La segunda parte de las reticencias consiste en la improbable eficacia de las sanciones confra un pa¨ªs tan inveros¨ªmil como Ir¨¢n, donde no se sabe qui¨¦n manda, ni siquiera qui¨¦n obedece. El segundo turno de las elecciones legislativas, que deb¨ªa haberse celebrado el 3 de abril, ha quedado aplazado sin fecha previsible. A¨²n no se ha terminado el verdadero recuento del primer turno, ni el examen de los varios millares de reclamaciones de irregularidad. No se sabe, por tanto, cu¨¢ndo podr¨¢ existir esa Asamblea legislativa en la que se confiaba. Los poderes del presidente de la Rep¨²blica, del im¨¢n Jomeini y del Consejo de la Revoluci¨®n se enfrentan y se anulan mutuamente, y sus ¨®rdenes se disuelven cuando llegan a las innumerables organizaciones de base encargadas de cumplirlo, entre otras la de los estudiantes que retienen a los rehenes y sobre los que parece que ?no hay ning¨²n poder real. La situaci¨®n se complica con los frecuentes encuentros con los kurdos irredentos y ahora con los choques fronterizos con Irak. Nadie traba a en el pa¨ªs: ni en los campos de petr¨®leo ni en los simples puestos burocr¨¢ticos.
Las ¨²nicas posibilidades de estabilizar Ir¨¢n estar¨ªan ahora en el apoyo al presidente Banisadr, que, dentro de sus l¨ªmites de poder, parece el m¨¢s moderado y quien ve con m¨¢s claridad los efectos del caos y la posibilidad de terminar con ¨¦l. Una pol¨ªtica de sanciones o de hostilidad manifiesta, sobre todo cuando los cinco meses transcurridos han hecho perder toda credibilidad a esa estretegia, se traducir¨ªa en una situaci¨®n m¨¢s dif¨ªcil para Banisadr y supondr¨ªa un aliento para los m¨¢s extremistas, para los m¨¢s fan¨¢ticos. La ventaja electoral que Carter pudiera obtener de esta maniobra no compensa los riesgos de este tipo de sanciones, no borra sus anteriores errores y, lo que es m¨¢s grave, no es previsible que sirva para liberar a los rehenes.
Tu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo
?Quieres a?adir otro usuario a tu suscripci¨®n?
Si contin¨²as leyendo en este dispositivo, no se podr¨¢ leer en el otro.
FlechaTu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PA?S desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripci¨®n a la modalidad Premium, as¨ª podr¨¢s a?adir otro usuario. Cada uno acceder¨¢ con su propia cuenta de email, lo que os permitir¨¢ personalizar vuestra experiencia en EL PA?S.
En el caso de no saber qui¨¦n est¨¢ usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contrase?a aqu¨ª.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrar¨¢ en tu dispositivo y en el de la otra persona que est¨¢ usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aqu¨ª los t¨¦rminos y condiciones de la suscripci¨®n digital.