Marilyn
A muchos nos ha herido la publicaci¨®n de unas horribles fotograf¨ªas pornogr¨¢ficas, no se sabe a ciencia cierta si aut¨¦nticas o falsas, de Marilyn Monroe. ?Por qu¨¦ esa enfermiza obsesi¨®n de la desmitificaci¨®n? ?Porqu¨¦ carajo no podemos creer en mitos? ?No es hermoso que san Nicol¨¢s de Tolentino bendiga a unas perdices a punto de ser devoradas en viernes santo por unos pecadores, y que las aves recuperen plumas y vida y alcen el vuelo, dejando con un palmo de narices a quienes no respetaban el ayuno cuaresmal? ?O santa Mar¨ªa Egipc¨ªaca, sin dinero y en piadosa peregrinaci¨®n, que ofrece su cuerpo en pago al barquero? Me gusta tambi¨¦n el barcelon¨¦s Jos¨¦ Oriol, tan milagrero que realizaba los prodigios sin darse cuenta. Cierta vez, no s¨¦ bien si en San Felipe Neri o en el Pino, un obrero resbal¨® en el andamio y, mientras ca¨ªa, el santo alz¨® por instinto la mano y le detuvo en el aire, pero al recordar que su obispo le hab¨ªa ordenado que no hiciera milagros, corri¨® a pedir permiso a su ilustr¨ªsima, dado lo delicado de la situaci¨®n, mientras segu¨ªa manteniendo en el aire al aterrado obrero. Obtenida la autorizaci¨®n, el beato Jos¨¦ Oriol pudo devolver al trabajador a su andamio. ?Acaso no es m¨¢s bella esa historia que las tarjetas que san Carlos Marx hac¨ªa imprimir a su mujer, a?adiendo, tras el nombre de Jenny Marx: ?Nacida baronesa Westphalen??Marilyn era nuestra revancha. Todos nos sent¨ªamos compensados por nuestras lecturas en malas condiciones, por nuestros escritos en cualquier cacho de papel, por nuestras dificultades en encontrar libros sugestivos, y tambi¨¦n por nuestros ojos fatigados. Nosotros le¨ªamos a escondidas y a oscuras mientras otros daban patadas al bal¨®n. Pero lleg¨® nuestra venganza: Marilyn fue nuestro desquite cuando am¨® a Arthur Miller y lo prefiri¨® a un horrible jugador de rugby, Joe de Maggio era su nombre. La bella amaba a un escritor feo y con gafas, y por ¨¦l abandonaba al atleta fuerte y musculoso. Aquellos d¨ªas nosotros ¨¦ramos Miller, y nuestras noches ten¨ªan sabor a Marilyn, aunque pec¨¢ramos tan s¨®lo -?ay!- de pensamiento, si es que, seg¨²n dicen, pueden pecarse al pensar.
El hombre se identifica muy f¨¢cilmente a otro hombre. El hombre -espectador se transforma en el futbolista que chuta, en el torero que da muletazos, en el boxeador que golpea al adversario. La mujer-espectadora, no. Ello contribuye, con toda probabilidad, a que las competiciones deportivas femeninas movilicen mucho menos p¨²blico que las masculinas. La capacidad de transformaci¨®n, de introducirse en otro, de elegir modelos entre personas de la vida cotidiana, de la historia o de la leyenda, no es tan s¨®lo privilegio del adolescente, pero s¨ª lo es casi en exclusiva del sexo masculina. Su capacidad de travestismo es enorme, muy superior, sin duda, al de la mujer. ?Qui¨¦n no ha sido Humphrey Bogart alguna vez y le ha pedido a un pianista: T¨®cala, Sam; si la tocaste para ella, puedes tocarla tambi¨¦n para m¨ª. Aquel hombre que nunca haya tenido ?una rid¨ªcula expresi¨®n en el rostro porque estaba llorando por dentro?, como Boggey, que tire la primera piedra.
A Marilyn nunca le dieron el Oscar, pero esto no nos importaba lo m¨¢s m¨ªnimo. ?Tanto Oscar fue a manos de mediocres, mientras Garbo, Marlene, Welles, Chaplin, Cary Grant o Groucho Marx jam¨¢s lo poseyeron! En cambio, nos irrit¨® mucho que Miller saliera rana y, muerta Marilyn, tuviera la desverg¨¹enza de escribir Despu¨¦s de la ca¨ªda. ?He le¨ªdo en tus ojos que has sufrido mucho?, dir¨¢ uno de sus personajes a una mujer que se parece de una manera indecente a Marilyn. Porque convirtieron a Marilyn en un s¨ªmbolo sexual, que encarnaba todo el sexo al que ella pertenec¨ªa. Al terminar el rodaje con Marilyn de Some like it hot, Billy Wilder confes¨® a un periodista que hab¨ªa necesitado muchas semanas para poder mirar a su mujer sin un irresistible deseo de abofetarla.
En un estupendo libro, The Sadian Women, que alg¨²n d¨ªa, es de esperar, ser¨¢ publicado aqu¨ª, ha escrito Angela Carter que la virtud es rubia, y el vicio, moreno. Pero ser rubia es un estado de gracia ambiguo, que toda mujer puede conseguir, si lo desea ardientemente. Marilyn no era una rubia aut¨¦ntica. Ella misma explic¨® que se buscaba una rubia para un empleo de id¨¦ntica manera a como se ped¨ªa crudo o muy hecho un bist¨¦ para comer, y que ella entr¨® en la rubiez como se entra en la santidad.
Marilyn es la imagen real y viva de la Justine de Sade. Ambas tienen unos ojos inmensos de enternecedora elocuencia; su piel, blanca y suave, queda se?alada al menor golpe, por lo que los fascinantes estigmas de la violencia sexual se graban en ella mucho tiempo, a?adi¨¦ndole un atractivo m¨¢s: por eso los hombres las prefieren rubias.
La mujer est¨¢ en el campo de los d¨¦biles, de los explotados, de las v¨ªctimas. Una mujer sabe que si es bella provoca inevitablemente la concupiscencia. En el fondo, no tiene m¨¢s remedio que ser mala, y, al serlo, es justo que sea castigada. Tiene que sufrir, y Marilyn sufri¨® hasta el punto de llegar al suicidio. Es claro que esa maldad en la mujer se aplica siempre a su actividad sexual. Se dice de una mujer que es de mala vida mientras que en el hombre la maldad se refiere a su falta de honradez econ¨®mica, a su crueldad o a otras consideraciones morales. Un hombre no es malo, como lo es la mujer, por culpa del sexo. Antes al contrario, lo que en la mujer es infamante crea en el hombre una sugestiva aureola. Las proezas amorosas del g¨¦nero masculino son tan admiradas como las de un general en una campa?a b¨¦lica. ?Por qu¨¦ no admirar, por pura consecuencia, tambi¨¦n las gestas de una mujer en la cama?
Recordemos siempre a Marilyn diciendo a Groucho Marx que no comprende por qu¨¦ los hombres se empe?an en seguirla. Su inconsciencia del, erotismo que desprende a chorros la hace ser una presa f¨¢cil, y no s¨®lo en la ficci¨®n, sino en la vida misma. Simone Signoret ha escrito en La nostalgie n'est plus ce qu'elle etait unas bell¨ªsimas p¨¢ginas sobre ella. Indefensa, angustiada, solitaria, Marilyn escucha historia tras historia y pide otras todav¨ªa, como un ni?o que retardara el momento de quedarse solo, tener que irse a dormir y apagar la luz.
Pronto va a hacer dieciocho a?os que Marilyn Monroe se quit¨® la vida, pues Norma Jane Baker, que era su verdadero nombre, hab¨ªa dejado de existir mucho antes. Acerqu¨¦monos con respeto a una mujer hermosa que sufri¨® mucho. Y, por favor, no le ech¨¦is m¨¢s barro. Desmitificad, si quer¨¦is, a los santos, a los pol¨ªticos, a los generales, a los obispos. Pero dejadnos a Marilyn y a nuestros sue?os.
es diputado de Coalici¨®n Democr¨¢tica por Barcelona.
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